domingo, 23 de diciembre de 2012

The Last Nigh Cap.11




Danielle se permitió devorar un pedazo entero de tarta cubierta de salsa de chocolate caliente, mientras conversaba con Kevin y sus amigos. Había echado de menos su amistad y, en muchas ocasiones,
se había acordado de lo mucho que se habían divertido en la universidad. En aquellos tiempos, Kevin había sido el único de los tres hombres que había tenido una relación seria. En el presente,
era a la inversa. Joe tenía a Demi, Nick tenía a Miley, y Kevin y ella estaban a punto de divorciarse.
–No han cambiado mucho –observó Danielle, sonriendo melancólica en su camino de regreso al hotel.
–¿Esos payasos? Nunca cambiarán –replicó Kevin, sonriente.
Cuando pararon en un semáforo rojo, Kevin la miró y se acercó para limpiarle un poco de salsa de chocolate del labio.
–Estás manchada.
–No lo estoy.
Kevin se lamió el chocolate del pulgar, haciendo que Danielle se removiera inquieta en su asiento.
Posó los ojos en la boca de ella y un cúmulo de pensamientos eróticos lo invadieron. 
–¿Ah, no? –dijo Kevin con voz baja y profunda–. ¿Entonces por qué tengo que limpiarte?
–No tienes que…
–Sí tengo que hacerlo.
Kevin se acercó más y tomó el rostro de ella entre las manos. La besó entonces, lamiéndole los labios con la lengua. Danielle se alegró de las libertades que él se tomaba y disfrutó de cada segundo del beso. Cuando ella empezó a besarlo también, el coche que había tras ellos tocó el claxon. 
–Maldición –dijo Kevin y se apartó. Miró por el espejo retrovisor al taxi que había detrás de ellos–. No tengas tanta prisa, muchacho –dijo, se enderezó en su asiento y aceleró.
Danielle rió y él la miró.
–¿Qué es tan gracioso?
–No has cambiado tu forma de conducir. Sigues discutiendo con todo el mundo al volante.
Kevin sonrió.
–Son todos unos idiotas –dijo y, cuando miró a Danielle, no pudo evitar reír.
–Todos menos tú, ¿verdad?
–Eso es, pequeña.
Danielle no podía evitar excitarse ante la encantadora sonrisa de su marido. Se acomodó en el asiento, recomponiéndose después de aquel beso del semáforo.
Se sentía embriagada. El chocolate y Kevin tenían el poder de producirle ese efecto.
Entonces, recordó los momentos llenos de alegría que habían compartido cuando habían salido juntos. Kevin había sido muy entretenido y divertido.
También había sido un hombre irresistible y ella pensó que, esa noche, todas esas cualidades habían salido a la superficie.
Kevin le agarró la mano.
–Es temprano y hace muy buena noche. ¿Quieres dar un paseo?
Danielle no titubeó. Había disfrutado mucho de la velada y no quería que terminara.
–Me gustaría, sí.
Kevin le apretó la mano y asintió.
–Sé dónde podemos ir.
Danielle se recostó en el asiento, depositando su confianza en Kevin. Él había sabido cómo entretenerla desde que había vuelto a Houston. Aunque su matrimonio había terminado, ese breve tiempo
juntos podía ayudarles a superar las heridas de amor que habían sufrido años atrás. Quizá fuera lo que necesitaban para aliviar sus corazones y seguir adelante con sus vidas.
Fuera cual fuera la razón de su buen humor, Danielle prefirió no analizarlo demasiado. Estaba de vacaciones y aquél era como un pequeño agujero negro en el tiempo en el que su marido y ella podían disfrutar de su mutua compañía sin repercusiones.
Olvidaría el chantaje por el momento y dejaría de pensar en los motivos que él tenía. En menos de dos semanas, estaría de regreso en Dallas, planeando el diseño de su nueva escuela y haciendo lo que más le gustaba.
Kevin detuvo el coche en una carretera de tierra con vistas hacia el lago de Somerset. Las aguas brillaban iluminadas por la luna, tiñéndose de color zafiro. Salió del coche y le abrió la puerta a Danielle.
El aire estaba caliente y húmedo, típico de una noche de verano en Texas. Los grillos cantaban y, en la calma de la noche, podía escucharse el sonido de las olas del lago.
Danielle tragó saliva mientras disfrutaba del paisaje. Aquél era el sitio donde, en los tiempos de la universidad, solían ir con sus amigos para hacer picnics y hogueras durante el verano. Aquél era el sitio, un poco más allá de las mesas de picnic, donde Kevin y ella se habían confesado su amor por primera vez.
Kevin le tendió la mano y Danielle se la agarró, siguiéndolo por un camino en penumbra, bordeado por campanillas azules, que conducía hasta el agua. Ella caminó con cuidado. Odiaba pisar las
flores.
–No vas a hacerles daño, pequeña –dijo él–. Parecen delicadas pero son resistentes. 
Danielle le había oído decir esas palabras antes, pero no referidas a las campanillas. Kevin lo había dicho en relación a ella, cuando habían discutido en el pasado sobre la adicción de él al trabajo.
«Pareces delicada, pero sé que eres resistente», le había dicho él en una ocasión. 
En apariencia, Kevin no había creído que la lastimaría. Aun así, hasta la más duradera de las flores tenía un límite de resistencia.
–¿Por qué arriesgarme? –replicó Danielle con suavidad.
Cuando Kevin la miró, ella se encogió de hombros–. No quiero destruir las flores.
Kevin dejó pasar el comentario y Danielle dudó que él hubiera comprendido su verdadero significado.
–¿Recuerdas este sitio?
–¿Cómo iba a olvidarlo? Veníamos aquí casi todas las semanas en verano.
–Fue un verano muy especial.
Danielle sabía que él se refería al verano en que se habían enamorado. Habían sido inseparables. Ella asintió despacio y le dio la mano mientras seguían caminando por la orilla del lago.
–Cuéntame qué pasó después de que te fueras de Somerset.
Danielle respiró hondo. Sólo se oyó el canto de los grillos durante un momento, antes de que pudiera pronunciar ninguna palabra.
–Fue… difícil, Kevin. El momento más difícil de mi vida.
Kevin siguió en silencio, con la vista hacia delante, obligándose a no mirarla a los ojos.
–Cuando decidí fundar Luces de Baile, volví a la vida.
Kevin hizo una mueca, aunque intentó con todas sus fuerzas ocultar su angustia.
Danielle no quería estropear la noche hablando de algo tan amargo.
–Lo siento, pero tú me has preguntado.
Caminaron bordeando la orilla hasta llegar a un claro donde había un grupo de mesas de picnic de madera.
–¿Te importa enseñarme un par de pasos de baile? Ya sabes que tengo dos pies izquierdos.
–¿Aquí? No hay música. Y tú no tienes dos pies izquierdos. Que yo recuerde, te movías muy bien.
Kevin sonrió con picardía. La rodeó de la cintura y la atrajo a su lado. 
–Que yo recuerde, a ti te gustaba cómo me movía. 
Danielle soltó un grito sofocado, inmersa en el brillo de sus ojos.
–Pero estoy hablando de baile, pequeña. Me vendría bien un recordatorio, ya que pienso invitarte a la boda de Joe y Demi en el club. No me gustaría avergonzarte con mis torpes pasos.
Danielle parpadeó sorprendida. No podía ir a la fiesta de Joe con Kevin. Una cosa era verlo en privado un par de noches, pero ir de su brazo a un evento formal podría dar la impresión equivocada.
Y ella podía comenzar a soñar con cosas que no podía tener.
–No hace falta. No puedo ir.
–¿Cómo lo sabes? Todavía no te he dicho la fecha.
Danielle se apartó de él y posó la mirada en las aguas del lago. Las bodas siempre le hacían ponerse nostálgica y ya tenía bastantes problemas. No necesitaba que le recordaran su más amargo fracaso.
–Es sólo que pienso…
–Shh, piensas demasiado –la interrumpió Kevin con suavidad, mirándola a los ojos–. Estás tan hermosa bajo la luz de la luna, Danielle…

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