sábado, 1 de diciembre de 2012

The Last Nigh Cap.7





Vestida con los vaqueros y las botas de cuero que Kevin le había llevado, Danielle montó a Atrapasueños, la yegua de cinco años que había nacido en los establos del Club de Ganaderos cuando ella
había estado viviendo con Kevin. Aunque había crecido rodeada de caballos en la finca de sus padres, casi había olvidado lo mucho que amaba montar. Kevin y ella solían montar de vez en cuando
en los primeros años de su matrimonio, antes de que él hubiera estado obsesionado con el trabajo y no hubiera tenido tiempo para nada más.
El día en que Atrapasueños había nacido, Danielle se había apresurado a ir a los establos y, en cuanto había visto a la potrilla, se había enamorado de ella. Le parecía un sueño poder montar a la hermosa yegua y pasear hacia las colinas del condado
de Maverick con Kevin.
Mientras montaban en silencio, el sol caía sobre el horizonte de Texas, pintando de naranja y oro el valle. El campo estaba lleno de paz y Danielle se sintió invadida por una sensación que no había tenido desde hacía años. Había estado tan inmersa en el ritmo rápido de Dallas que había olvidado lo que era estar en la naturaleza. Kevin parecía comprenderlo, aminorando el paso para disfrutar del paisaje.
Se sentía extrañamente cómoda a su lado. Casi podía olvidar su chantaje y su intento de manipulación. 
Casi.
Lo miró y dejó escapar un suspiro. Kevin parecía nacido para montar a caballo, igual que encajaba a la perfección en el mundo de los negocios.
Era un hombre muy adaptable. Vestido con vaqueros, una camisa azul pálido y un sombrero negro, su marido estaba muy atractivo.
–Me estás mirando mucho –dijo él con una sonrisa.
–Eso te gustaría –repuso ella y apartó la mirada, ocultando su propia sonrisa.
–Así es. ¿Ves algo que te guste?
Danielle lo pensó un momento.
–No lo sé, Kevin. ¿Y tú?
Kevin se frotó la mandíbula.
–Alegra esa cara. Disfruta del paisaje.
–¿Acaso crees que eres parte del paisaje?
–¿Yo? –dijo él, bajándose el ala del sombrero–. No, señora. Nunca me atrevería a ser tan presumido.
Danielle rió. De acuerdo, quizá debiera relajarse un poco. No le gustaba el chantaje de Kevin, pero podía disfrutar del paseo. Aunque sólo fuera porque iba montaba en Atrapasueños y hacía una hermosa tarde de verano.
–Yo veo muchas cosas que me gustan.
Danielle notó que Kevin la miraba y se sonrojó. No se atrevió a mirarlo y sintió un nudo en la garganta.
Prefirió no responder a su cumplido.
Montaron en silencio hasta que un sendero de tierra los condujo a un promontorio.
–Espera aquí –dijo Kevin en tono misterioso y azuzó a su caballo para que trotara hacia lo más alto. Al llegar a la cima, se volvió hacia ella–. De acuerdo, ya puedes subir –llamó, haciéndole señas
con los brazos.
Atrapasueños trotó hasta lo alto del promontorio, donde Kevin esperaba. Danielle lo miró a los ojos y, luego, siguió la dirección de su mirada. Soltó un grito sofocado al contemplar el paisaje que se veía desde allí.
–Oh, Kevin, es maravilloso.
Había una pequeña cabaña muy bien conservada en la finca del Club de Ganaderos de Texas, iluminada en el exterior por cientos de velas. Ante la puerta, había una mesa, con mantel de lino blanco,
puesta con fina porcelana china, copas de cristal y decorada con lirios de todas clases.
–Es muy hermoso –dijo Danielle, conteniendo lágrimas de emoción.
¿Por qué no habría hecho él algo parecido hacía años, cuando su matrimonio se estaba tambaleando, cuando ella había necesitado su atención, cuando había necesitado saber que era más importante
para él que los negocios?, pensó Danielle. ¿Por qué estaba haciéndolo en ese momento, cuando ya era demasiado tarde? Sin embargo, decidió no formular la pregunta.
Danielle se dijo que debía relajarse. Aquello era sólo algo temporal.
–Me alegro de que te guste.
Kevin cabalgó por la falda de la colina mientras Atrapasueños lo seguía hasta la cabaña. Cuando llegaron, Kevin desmontó. Caminó hasta Danielle y la ayudó a bajar. Ella bajó por el flanco izquierdo de la yegua, a los brazos de Kevin. Él la sostuvo y sus miradas se entrelazaron mientras cientos de velas iluminaban el entorno.
–Siempre has estado preciosa a la luz de las velas, pequeña –observó él.
Danielle sonrió, dejando que el cumplido le llegara al corazón.
Kevin ladeó la cabeza, acercándose a ella. Danielle se preparó para el beso, sintiéndose poseída por la excitación.
Kevin le rozó los labios con los suyos, como la caricia de una pluma, y se apartó. Danielle parpadeó, un poco sorprendida.
Él le tomó la mano.
–Siéntate –dijo Kevin, guiándola a la mesa y sacándole una silla–. Voy a atar los caballos.
Danielle lo observó agarrar ambos caballos de las riendas e ir detrás de la cabaña. Cuando regresó y se sentó, un chef se presentó ante ellos, con un delantal blanco y un gorro de cocinero.
–Espero que disfruten de la comida, señor y señora
Novak –dijo el chef.
Danielle se quedó en silencio mientras le servía el primer plato, un pastel de hojaldre relleno de queso fresco y frambuesas. Tomó un bocado y cerró los ojos.
–Oh… sabe a gloria.
Cuando abrió los ojos, se encontró con la mirada de Kevin, que la observaba con un brillo especial.
–Es un chef con muy buenas referencias.
De nuevo, Danielle sintió la tentación de preguntarle por qué se había tomado tantas molestias.
Pero había decidido dejarse llevar y ver adónde la conducía todo aquello, así que no dijo nada.
–Entiendo por qué. Yo lo votaría como Chef del Año.
Kevin sirvió vino para ambos.
–Dijiste que querías mi consejo sobre algo –comentó Danielle y le dio un trago a su copa de vino, disfrutando del suave y delicioso licor–. Pero aún no me has dicho nada sobre el tema.
Kevin se llevó la copa a los labios y bebió.
–No es un tema agradable, Danielle. No me gustaría echar a perder la noche pero, sí, hay algo que quiero consultarte. Tiene que ver con Jake Montoya y el incendio que ha tenido lugar en las refinerías
de Petróleos Brody. Creo que fue provocado.
–¿Crees que lo hizo Jake? –preguntó Danielle, elevando el tono de voz, sin dar crédito.
Sí, era cierto que los hermanos Brody se llevaban mal con Jack y viceversa, desde la adolescencia, pero Cara no pensaba que Jacob Montoya fuera capaz de cometer un delito así.
–Sí lo creo, Danielle. Y me gustaría conocer tu opinión. Me gustaría contártelo.
Kevin le ofreció una descripción detallada de lo que había sucedido entre Joe, Zac y Jake a lo largo de los años y, luego, añadió una nota final sobre cómo Jake había conseguido boicotear su último
proyecto urbanístico. Le explicó que Jake había respaldado que esa área de la ciudad fuera declarada zona histórica y, por lo tanto, había impedido que se construyera allí.
–No tengo ninguna prueba sobre el incendio, pero ya te he contado cómo han sucedido las cosas. ¿Qué opinas?
Danielle meneó la cabeza. Pensó en el encuentro accidental que había tenido con Selena el día anterior.
Sufriría mucho si su hermano hubiera tenido algo que ver con el incendio.
–Mi instinto me dice que Danielle no haría algo tan drástico. No es su estilo, Kevin. Sí que puedo imaginármelo interviniendo para que esa zona de Somerset fuera declarada casco histórico. Quizá lo
haya hecho para fastidiarte, pero no es un delito.
–No, sólo me ha dado un gran dolor de cabeza y me ha hecho perder mucho dinero.
–Puede que no estés de acuerdo conmigo –replicó Danielle, meneando la cabeza–. Pero no creo que Jake haya tenido nada que ver con el incendio de la refinería.
–De acuerdo, tomo nota. Nick y tú sois los únicos que pensáis así. Joe, Zac, Justin y yo pensamos que Jake es culpable.
Danielle le dio un trago a su copa.
–Quizá no estéis siendo objetivos. Tal vez, os conviene culpar a Jake. Puede ser que estéis tan molestos con él que queréis que sea culpable.
Kevin hizo una mueca y Danielle continuó.
–La venganza puede ser muy dulce. ¿No es eso lo que tú siempre decías?
–No, yo nunca he dicho eso.
–Perdona, debió de ser el otro hombre con el
que me casé hace nueve años –dijo Danielle, en tono burlón.
–Será eso –repuso él.
Kevin tomó su copa y se la terminó. Se sirvió más vino mientras el camarero recogía la mesa y les servía el segundo plato.
–¿Eso era lo que querías preguntarme? –preguntó
Danielle y comenzó a saborear una ensalada de espárragos capaz de abrirle el apetito a cualquiera.
–Sí.
–¿Te arrepientes de haberme pedido mi opinión?
–No –negó él con gesto serio–. Siempre he valorado
tu opinión. Eso no ha cambiado.
Danielle se recostó en su asiento y miró a Kevin a
los ojos.
–Eres encantador… cuando quieres.
–Quiero serlo. Ahora. Contigo.
¿Por qué? Danielle no lo comprendía pero siguió sin preguntar nada, decidiendo que debía relajarse y disfrutar del tiempo que le quedaba con Kevin.
Muy pronto dejarían de estar casados.
Cuando se terminaron los cuatro platos del menú, Kevin sugirió que entraran en la cabaña para tomar el postre y café.
–El chef nos ha preparado algo especial.
–Estoy llena, pero siempre tengo sitio para el
postre –dijo Danielle, notando que le apretaban los pantalones. Pero era alta y delgada y podía permitirse un postre de vez en cuando.
Kevin se levantó y le tendió la mano. Con las manos entrelazadas, subieron las escaleras para entrar en la cabaña, mientras sus botas hacían crujir los peldaños de madera. Danielle hizo una rápida
visita a toda la cabaña, fijándose en la chimenea rústica de piedra, el acogedor sofá de cretona y varias ventanas con cortinas drapeadas.
–Es una casita encantadora –observó.
–Hace tiempo, era la casa del guarda. El club la descuidó hasta que quedó casi en ruinas. Yo la he restaurado y está dispuesta para…
–¿Impresionar a tus citas? –lo interrumpió ella, en tono provocador.
Kevin se acercó y la agarró de la cintura, atrayéndola a su lado.
–Tienes una boca muy grande.
Danielle echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los
ojos.
–Siempre te gustó que dijera lo que pensaba.
Kevin le devoró los labios con la mirada. Le sostuvo la cabeza y la acercó más. Sus labios quedaron separados por unos milímetros.
–Sigue gustándome.
A Danielle se le aceleró el corazón cuando la besó.
Él sabía a vino y a calor. Su sabor le resultaba agradable, familiar. Sabía a todas las cosas hermosas de la vida que ella se había perdido.
–Kevin…
–Me encanta cuando gimes mi nombre –dijo él, entre besos.
–No he gemido –protestó ella.
Kevin la agarró del trasero y la apretó contra su cuerpo. Frotaron las caderas entre sí y ella sintió su erección, fuerte y dura a través de los vaqueros.
Kevin le mordisqueó el cuello.
–¿De verdad? Voy a tener que hacer algo para cambiar eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario