–Creo que me merezco un premio.
–¿Quieres una cucharada de extracto de vainilla?
Él sonrió. Y entonces, lentamente, observándola sin pestañear, sacudió la cabeza.
–No. Quiero esto.
Esa tarde, cuando la había besado, había sido algo impulsivo, instantáneo y espontáneo. Una prueba… Pero había sido demasiado poco. Quería más. Y lo buscó. Tomó lo que quería, la tomó a ella. Y se tomó su tiempo, probando su sabor, moviendo su boca sobre la de ella, convenciéndola, abriéndole los labios…
Se preguntaba si ella le rechazaría, pero no lo hizo. Su boca sabía a miel y a azúcar… Era seductora, arrolladora.
Su boca se entreabrió. ¿Era sorpresa? ¿Era una bienvenida? ¿Ambas
cosas?
Joe la oyó contener el aliento. Sintió cómo le temblaban los labios.
Todo su cuerpo parecía estremecerse.
Pero en realidad ella no se movía. Estaba quieta. No le echaba de allí, pero tampoco le invitaba a entrar. No le devolvió el abrazo cuando la rodeó con sus brazos. En vez de eso, se quedó inmóvil, casi rígida. Y mientras la besaba, podía sentir la tensión que manaba de su cuerpo.
–¿Demi?
Ella cerró los ojos un momento. Los abrió de nuevo y le miró directamente a los ojos, sin pestañear ni una vez. Se soltó de él.
–Creo que esto es recompensa suficiente.
–Demi…
–Buenas noches, Joe –le dijo, en un tono serio, inflexible. Pero sus
mejillas la delataban. Y también su voz, quebrada.
No le era indiferente, por mucho que quisiera fingir lo contrario.
Joe esbozó una sonrisa maliciosa.
–Que duermas bien, Demi.
–Sí, es urgente –dijo Demi por teléfono. Estaba a punto de hacer algo que nunca había hecho antes: pedirle a Wilmer que la pusiera por delante del trabajo–. Te ofreciste a venir este fin de semana y te tomo la palabra.
–Pensaba que habías dicho que podía comprar un vestido tú sola – Wilmer pareció sorprendido.
–Y puedo. Pero me he dado cuenta de lo importante que es esa noche para ti, y quiero tu opinión… Te echo de menos –le dijo–. Mucho.
Era evidente que no lo echaba de menos lo suficiente, y eso la asustaba.
Tenía el juicio nublado. ¿Cómo había dejado que Joe la besara así la noche anterior?
Trató de ahuyentar esos pensamientos e intentó prestar atención a lo que le estaba diciendo Wilmer.
–Loomis me invitó a jugar al golf el domingo. Es importante –añadió–. No el golf, por supuesto. Pero ser parte del grupo sí lo es. Entré por mi padre…
El padre de Wilmer también era un pez gordo de la banca.
–Pero eso solo es el primer empujón. Mis perspectivas aumentarán
exponencialmente si trabajo duro y entro en el juego de los chicos. Ya lo sabes.
–Lo sé –dijo Demi, tratando de esconder la irritación que sentía.
–Eso no quiere decir que no voy a ir, Demi. Yo también te echo de menos.
Pero no puedo ir mañana después del trabajo.
–Entonces ven después del partido de golf. Apuesto a que Loomis juega pronto.
–Sí, pero después vamos a comer.
–Después de comer. Hay vuelos cada hora que llegan al aeropuerto de Los Ángeles.
–Pero al de John Wayne llegan menos.
–Cierto –admitió Demi y entonces guardó silencio. Se quedó mirando por la ventana de la habitación de la abuela en el hospital y no insistió más.
–Muy bien –dijo Wilmer finalmente–. Reservaré un vuelo para el sábado por la tarde. ¿Puedes aguantar hasta entonces?
–Lo intentaré –Demi hizo todo lo posible por darle cierto tono de broma a sus palabras.
–Será divertido –dijo Wilmer–. Encontraremos el vestido. Saldremos a cenar. A un sitio romántico. Velas y…
–No olvides que tenemos a Harry.
–¿Qué? Oh, sí, claro. Harry –su tono de voz cambió. No parecía nada entusiasmado–. Sí, bueno, ya pensaremos en algo. A lo mejor ese vecino de tu abuela puede ocuparse de él.
–¿Joe?
–Ese. Ya la ha ayudado antes, ¿no?
–Sí –le dijo, pero no había muchas posibilidades de que Joe accediera a quedarse con el niño para que ella pudiera salir con Wilmer.
De hecho, ni siquiera pensaba pedirle que cuidara de Harry esa mañana.
Había llamado a una vieja amiga de la universidad que vivía en Newport para pedirle consejo sobre canguros.
Claire, que tenía dos niños pequeños, le había dicho que podía dejarle a Harry sin problema.
Pero tampoco podía dejárselo el fin de semana. Además, también quería pasar tiempo con él. Cuanto más tiempo pasaba con Harry, más lo quería. Y también quería pasar tiempo con Wilmer y con él, como una familia.
Un pequeño bocado de ese futuro con el que soñaba.
Joe estaba apilando tablas en el patio, sin camisa bajo el sol de
mediodía.
–Buenos días –le dijo Demi, bajando las escaleras con Harry, tratando de no fijarse en el juego de músculos que se movían en su espalda mientras colocaba la madera. Parecía antigua, parte de una pieza que debía de estar restaurando.
Siempre había sentido mucha curiosidad por su trabajo, por los muebles que restauraba. Pero no se detuvo para preguntarle. Ya le había visto bastante y no quería verle más si podía evitarlo.
Él se puso erguido y se quitó el pelo de la frente. Dejó en el suelo una tabla y fue hacia ella, extendiendo los brazos hacia Harry.
–¿Te vas al hospital?
–Sí –dijo ella, sujetando a Harry con fuerza. El niño extendía sus bracitos hacia Joe–. Vamos de camino.
Joe frunció el ceño.
–¿Qué?
–Una amiga de la universidad me ha dicho que puedo dejárselo un rato –se volvió hacia la puerta del garaje.
–¿Qué? No. Mala idea –dijo Joe, yendo detrás de ella.
Ella se volvió y prácticamente tuvo que echarse contra la puerta. Él estaba tan cerca…
–¿Qué quieres decir? Claire tiene niños pequeños. Le ha invitado.
–Pero él no la conoce.
–¡Y a mí no me conocía hasta hace un día! Ni a ti tampoco –añadió Demi.
Harry se retorcía en sus brazos y trataba de tirarse encima de Joe.
–Y ahora sí –dijo Joe y le quitó a Harry de los brazos sin hacer el más mínimo esfuerzo–. Parece que está muy tranquilo. ¿Ha vuelto a llorar?
–No. Bueno, una vez. Durante un ratito. Pero conseguí calmarle.
Harry estaba botando en los brazos de Joe y acariciándole las mejillas con sus manitas.
Joe arrugó la nariz y le mordisqueó los dedos. Harry balbuceó con
entusiasmo.
–Bien. Parece que está muy bien –dijo Joe–. No queremos que se vuelva a poner a llorar.
–No…
–Un niño necesita estabilidad –le dijo él con firmeza–. No necesita
quedarse con una nueva persona cada día.
Había algo en su tono de voz que sonaba inflexible. Demi se dio cuenta de que no iba a hacerle cambiar de opinión. Ese era un Joe totalmente desconocido para ella; el Joe protector, paternal…
–¿Qué tenías en mente? –le preguntó en un tono serio–. No querrás tener que volver a ocuparte de él.
–Pensaba ir contigo.
–¿Qué? ¿Al hospital?
–Sí, y después ya vemos lo demás sobre la marcha.
–No estás listo.
–Cinco minutos –le dijo él, dirigiéndose hacia la casa con Harry en los brazos.
–Yo lo llevo –Demi corrió detrás de ellos, pero Joe no la estaba
escuchando.
Llevó a Harry hasta el dormitorio, como si no se atreviera a devolverle al niño, como si lo tuviera de rehén.
Demi casi se sintió tentada de dejarle al niño y de salir corriendo, pero se quedó… Una elección estúpida… Porque unos minutos más tarde, Joe reapareció con unos vaqueros y con una camisa de algodón azul claro, remangada hasta los codos, dejando al descubierto sus musculosos antebrazos.
Llevaba a Harry sobre los hombros. No se parecían en nada, excepto por el pelo oscuro, y sin embargo, parecían padre e hijo.
–Listo –dijo Joe.
–¿Nick quiere venir? –preguntó Demi, sabiendo la respuesta incluso antes de preguntar, pero albergando una pequeña esperanza a pesar de todo.
–No –dijo Joe–. Nick se acostó muy tarde –añadió con una sonrisa–. Y a lo mejor tiene un poco de resaca cuando se despierte. Qué pena.
Demi tuvo que reírse al oír ese tono de satisfacción. Y siguió riéndose durante todo el camino hasta el hospital. Él siempre la había hecho reír, excepto cuando hablaba muy en serio. Y siempre la había hechizado con sus palabras.
Las cosas no habían cambiado mucho. Pero no podía caer bajo su influjo de nuevo. No podía bajar la guardia, por muy divertido y encantador que fuera.
Pero eso tampoco significaba que fuera capaz de resistirse a él del todo. No podía hacerlo… No sabía cómo permanecer distante e indiferente cuando Joe Jonas desplegaba todos sus encantos. Era demasiado fácil hablar con él. Siempre había sido así. Hubiera podido resistirse a él si se hubiera dedicado a flirtear con
ella abiertamente, pero no lo había hecho. No tenía por qué. Durante el camino, él le preguntó sobre su trabajo y ella le habló de lo que hacía en la biblioteca, contándoles historias a los niños, fabricando marionetas y enseñándoles a hacer muñecos de tela…
–Usamos telas viejas que los niños traen y con ellas hacen muñecos –sus ojos se iluminaban mientras hablaba.
Esperaba que él la interrumpiera, pero no fue así. La escuchaba con
atención mientras conducía rumbo al hospital.
–Es como lo que yo hago –le dijo de repente.
–¿Tú?
–Usas cosas viejas para hacer otras nuevas. Yo lo hago con la madera.
Ella entendió lo que quería decir. El trabajo que le daba dinero era de importación y exportación, pero su auténtica pasión era la madera en sí misma, crear cosas con ella, recuperar piezas dañadas y restaurarlas.
–Devolverlas a la vida –dijo ella mientras él le hablaba de la pieza en la que estaba trabajando en ese momento, un aparador holandés del siglo XVII que había desmontado pieza a pieza y que estaba limpiando.
–Estoy intentando devolverlo a su estilo original –le dijo Joe.
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