domingo, 23 de diciembre de 2012

The Last Nigh Cap.10



Al día siguiente, la imagen de Kevin la acompañó durante toda la mañana. Inquieta por sus pensamientos, salió del Cuatro Estaciones y paseó por las calles de Houston, deteniéndose en varias boutiques.
Estaba aburrida de la ropa que había llevado en su maleta, que eran pocas prendas porque sólo había previsto pasar fuera un par de días. Le había dicho a su madre que iba a tomarse unas pequeñas vacaciones y, aunque tenía que ajustar toda su agenda para quedarse en Houston, decidió que salir de compras le haría bien. ¿Por qué no disfrutar de la ciudad mientras estaba allí?
Al final del día, tenía dos bolsas llenas con regalos para los profesores de baile de su escuela, un monedero de Gucci para su madre y varios modelitos nuevos para ella, entre ellos un vestido escarlata a juego con unas sandalias altas sin talón de Valentino.
El tiempo pasó volando. Cuando quiso darse cuenta, era hora de ir a toda prisa al hotel y ducharse antes de que Kevin fuera a buscarla.
Se cambió de ropa tres veces para ir a comer hamburguesas a Tasty. Molesta consigo misma, se preguntó por qué estaría esforzándose tanto en estar guapa para Kevin.
Pero, cuando abrió la puerta y percibió su mirada de admiración, Danielle pensó que había merecido la pena.
–Vaya, estás muy guapa. Demasiado guapa para ir a Tasty.
Kevin la recorrió de arriba abajo con la mirada y Danielle disfrutó de ello, satisfecha.
Se había probado todos los vestidos que se había comprado ese día pero, al final, había elegido unos pantalones ajustados negros, tacones altos, una blusa blanca con los hombros al descubierto y un cinturón trenzado dorado y negro.
–Si crees que vas a convencerme para no ir a
Tasty, estás muy equivocado.
–De acuerdo –repuso Kevin y frunció los labios con aire socarrón–. ¿Estás lista o quieres invitarme a pasar?
Kevin miró por encima del hombro de ella, hacia la habitación. Posó la mirada en la cama de matrimonio extra grande.
Danielle no pensaba dejarle entrar. Su esposo era un hombre peligroso y ella nunca había sido capaz de resistirse a su sonrisa y a sus encantos. 
Kevin seguía teniendo una figura perfecta, anchos hombros y cuerpo musculoso que dejaba adivinar una gran fuerza. Cuatro años no habían cambiado eso. Su aspecto era impecable, parecía sacado
de una revista de moda masculina. En ese instante, los ojos de Kevin brillaban con una picardía que podía causarles muchos problemas a ambos, pensó Danielle. Así que posó las manos en su pecho y lo empujó un poco para hacerle salir.
–Estoy lista para comer hamburguesas.
Kevin le agarró las manos y entrelazó sus dedos.
Se acercó para susurrarle al oído:
–Yo estoy listo para el postre. Ha pasado mucho tiempo, Danielle. Necesito satisfacer mi deseo.

Kevin ayudó a Danielle a entrar en su Jaguar negro, subió y arrancó el coche. El Jaguar rugió. Hacía tiempo, sentir el poder de su motor había sido emocionante para él. Pero, en ese momento, miró
a su lado y, al ver a su esposa allí sentada, no pudo pensar en nada que fuera más emocionante que ella. Danielle, vestida con su típico estilo clásico, era capaz de quitarle la respiración a cualquiera.
Apretando los dientes con determinación, Kevin se dijo que no iba a facilitarle que pusiera punto y final a su matrimonio. Maldita mujer. Ella había sido la razón principal por la que había trabajado dieciséis horas al día. Su esposa había provenido de una
familia rica y su orgullo no le había permitido que ella tuviera que conformarse a casarse con alguien que no pudiera ofrecerle el mismo nivel de vida.
El éxito que Kevin había conseguido había sido por ella y por su matrimonio. Pero Danielle había perdido la paciencia y lo había abandonado. Nunca la perdonaría por haberse ido así. La humillación que él había sentido era razón más que suficiente
para vengarse. Pero había sido más que eso. Él había amado a Danielle. La había amado de veras. Y ella había destruido su amor.
Danielle lo miró con gesto de curiosidad.
–Estás muy callado.
–He tenido un día muy largo.
Kevin encendió el equipo de música y sonrió.
–Pongamos un clásico, para animarnos.
Elvis comenzó a sonar y Danielle subió el volumen de la canción All Shook Up. Se sabía toda la letra y cantó al mismo tiempo que Elvis. Con los pies siguió el ritmo, meciendo el cuerpo en el asiento.
Era una mujer elegante y graciosa, que sabía cómo moverse.
Kevin había sentido resentimiento al enterarse del éxito que ella había tenido con Luces de Baile, sintiéndose de alguna manera herido en su instinto competitivo. Ella lo había abandonado para dedicarse a empresas mejores. Aun así, desde el punto de vista profesional, admiraba en secreto el éxito de su mujer. Cara no había utilizado el dinero de su familia para empezar su negocio, sino que había recurrido a pequeños préstamos bancarios para financiar
la creación de su escuela. Y estaba deseando dar por terminado su matrimonio con el fin de ampliar su empresa.
Kevin se sacó aquellos amargos pensamientos de la cabeza. Tenía un plan y no podía olvidar cuál era.
Cuando llegaron a Tasty, sus ánimos habían mejorado
gracias a la música. Le dio la mano a Danielle para subir las escaleras del restaurante. Se sentaron a una mesa en una esquina y pidieron refrescos de cola y hamburguesas de la casa.
Había una vieja rocola de cromo al otro lado de la larga barra y pequeñas rocolas al lado de cada mesa. Kevin metió dos monedas.
–Elige algunas canciones –sugirió él.
Ambos se inclinaron hacia delante para ver la lista de éxitos.
–Oh, mira. ¡Tienen algunas geniales! Pretty Little Angel Eyes era una de mis favoritas –señaló Danielle y pulsó los botones con el número de la canción, además de otras que recordaba del pasado–. ¿Qué crees que fue de estos artistas? –preguntó, con gesto pensativo.
Kevin se encogió de hombros.
–Lo intentaron y fracasaron. Lo más probable es que se hayan dedicado a cosas más productivas y mejor remuneradas.
Danielle asintió.
–Eso espero. Sin embargo, es una pena no poder vivir de lo que te gusta.
–La mayor parte de la gente no lo hace, Danielle. La mayoría no disfruta de su trabajo. Sólo lo hacen para sobrevivir.
La mirada de Danielle se suavizó.
–Yo me siento muy afortunada por haber encontrado
algo que me encanta hacer.
Kevin la miró a los ojos, buscando alguna señal de arrepentimiento en su expresión, pero no la encontró. Le irritaba que ella pudiera menospreciar su matrimonio con tanta facilidad.
–Siempre se te dio bien hacer cualquier cosa que te propusieras.
–Gracias –dijo ella. Esbozó una sonrisa que se desvaneció al instante.
–¿Qué pasa? –preguntó Kevin, sintiendo curiosidad por el rápido cambio de su expresión. 
Danielle meneó la cabeza y bajó la vista.
–Nada.
–Algo te pasa.
Ella levantó los hombros.
–Sólo es que, a veces, pienso que fracasé… como esposa.
Sorprendido por su admisión, Kevin frunció el ceño.
–¿Por qué?
El rostro de Danielle se contrajo de tristeza.
–No lo sé. Quizá, porque no conseguí convencerte de que pasaras más tiempo en casa.
Kevin se recostó en su asiento y la observó.
Danielle prosiguió.
–Mi madre tenía el mismo problema con mi padre.
Él nunca estaba en casa. Siempre estaba trabajando, hasta el día en que murió. Ya sabes que falleció por un ataque al corazón. Se cayó de bruces contra el escritorio de su despacho –recordó Danielle y levantó la vista un momento, conteniendo las lágrimas–. Mi madre dijo que murió haciendo lo que más le gustaba.
Kevin se sintió furioso. Danielle se equivocaba si pensaba que él era como su padre. Sus situaciones habían sido completamente distintas. El padre de Danielle había tenido más dinero del que se podía contar, mientras que él no había tenido nada y había
trabajado mucho para conseguir ofrecerle a su esposa un alto estilo de vida. Había estado decidido a hacer su primer millón antes de los veinticinco años.
Para Danielle.
Siempre para Danielle.
–¿Crees que yo no te amaba lo suficiente? –preguntó Kevin–. Piensas que no estaba en casa porque no era… ¿qué? ¿Feliz contigo? ¿O porque pensaba que no eras bastante para mí?
Danielle se encogió de hombros.
–Ahora ya no importa, Kevin.
Habían tenido esa discusión con anterioridad, pero nunca con tanta honestidad.
–Para mí sí importa…
–Hola, Novak –saludó Joe, que había entrado en el restaurante acompañado de Nick.
Kevin hizo una mueca. Lo que menos necesitaba en ese momento era la presencia de sus amigos.
Joe ignoró a Kevin y se acercó a Danielle, levantándola
por los aires para abrazarla.
–¡Vaya, estás genial! Me alegro de verte, Danielle.
–Lo mismo digo, Joe.
Nick se acercó y abrazó también a Danielle, diciendo:
–Me has alegrado el día, mujer –dijo Nick, saludándola.
–Hola, Nick, ¿cómo estás?
–No puedo quejarme.
Danielle se alegró de verlos a ambos y, sin esperar invitación, Joe y Nick se sentaron, haciendo que Danielle y Kevin se apretaran en el asiento.
Kevin se recostó y escuchó cómo Danielle y sus amigos se ponían al día de sus vidas.
En realidad, la interrupción fue más beneficiosa de lo que Kevin había pensado al principio, pues sirvió para hacer que Danielle se animara. Habían dejado atrás la conversación anterior y él esperaba
aprovechar la oportunidad para recuperar el afecto de su esposa. Había pasado todo el día esperando verla. Y, cuando menos, esperaba que el erótico postre de chocolate sirviera para que ella bajara un poco sus defensas.


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