Llevar a Wilmer al hospital entrañaba cierto riesgo. No sabía muy bien qué haría o diría la abuela, pero por lo menos así sabría si era buena idea proponerle lo de San Francisco.
Cuando entraron en la habitación, Demi contuvo el aliento. Pero Wimer siempre se mostraba educado y agradable y, al parecer, la abuela estaba de muy buen humor. Estaba mucho más animada que cuando Demi había hablado con ella el día anterior. Debía de haberse dado cuenta de que ir a San Francisco no era
una mala idea. Wilmer le puso el brazo sobre los hombros.
–¿Y cómo iba a resistirme cuando me dijo que me necesitaba? –exclamó, dirigiéndose a Maggie.
La abuela levantó las cejas. Le miró y después miró a Demi.
–¿Dijo eso?
Wilmer asintió, sonriente, y le dio un apretón de hombros a su prometida.
Maggie la miró fijamente, aguzando la mirada. Demi se puso nerviosa.
–Le echaba de menos –dijo, a la defensiva.
–Claro –dijo Maggie, pero no parecía muy convencida.
Wilmer, por el contrario, parecía pensar que la anciana estaba totalmente de acuerdo.
–Yo pensaba que estabas demasiado ocupada –dijo Maggie.
Demi no contestó a eso. Cambió de tema. Abrió la bolsa del vestido y se lo enseñó a su abuela mientras le contaba lo de la fiesta.
–¿Es el próximo fin de semana? –le preguntó, después de admirar el
vestido durante unos segundos.
–El sábado –dijo Demi.
–¿Te vas? –una luz se apagó en su mirada–. ¿Y si te necesito?
Demi abrió los ojos, sorprendida, y entonces arrugó los párpados, haciendo un gesto de sospecha. Sin embargo, la abuela se limitó a devolverle la mirada sin artificio alguno, con las cejas arqueadas como si albergara una gran esperanza.
–No me iré para siempre –le dijo Demi–. Y tú puedes venir en cuanto te den el alta.
Todavía no estaba segura de si debía sugerirle que se quedara con Wilmer durante esas semanas.
–Wilmer me puede ayudar a buscar un sitio para ti –le dijo finalmente.
–Oh, no –dijo Maggie de inmediato–. Eso no es necesario. Me quedo con Joe.
–¿Qué?
–Ya hablamos de eso ayer. Me dijo que te lo había comentado –le lanzó una mirada acusadora a Demi.
–Me lo comentó de pasada, cuando estabas en el quirófano. No hemos hablado de ello desde entonces. No sabía si él seguía pensando en ello.
–Bueno, pues sí que lo tiene en mente. Me lo dijo.
–No sé –dijo Demi.
No parecía que Maggie fuera a ser fácil de convencer.
–Es muy amable de su parte –dijo Wilmer–. Y mucho menos estresante para tu abuela que venir a la ciudad. No creo que eso sea fácil para ella.
De repente Wilmer y la abuela se confabularon en su contra. Demi sabía que era inútil ponerse a discutir.
–Ya veremos –dijo.
–Es un chico entrañable –dijo la abuela, satisfecha.
¿Joe? ¿Un chico entrañable? En absoluto. ¿Y por qué no le había dicho que había hablado con la abuela?
–Vino a verme anoche –dijo Maggie–. Me trajo unas flores –le dijo a Wilmer con orgullo, señalando el bouquet de margaritas que estaba junto a la ventana.
Demi había reparado en las flores que estaba en la mesa, pero en ese momento las miró mejor.
–¡Son tus flores!
Estaban en un tarro de mermelada. Y podía reconocerlas muy bien.
Crecían en el jardín que estaba al lado de la casa.
–Ahora también son las flores de Joe –dijo la abuela–. Es su casa.
Además, aunque yo fui quien las plantó, fue él quien pensó en traerlas. Es el pensamiento lo que cuenta.
Demi sabía que no iba a conseguir decir la última palabra, así que fue hasta la cama y besó a su abuela en la mejilla.
–Te veo mañana –le prometió.
Su abuela le tocó la mejilla y la miró a los ojos un instante. Después miró a Wilmer, que estaba parado junto a la ventana. Demi creyó verla fruncir el ceño, pero no quiso darle demasiadas vueltas. Se incorporó, esbozó una gran sonrisa para su abuela, se despidió con un gesto y agarró la mano de Wilmer con firmeza.
–Vámonos, Wilmer.
Wilmer Valderrama no parecía banquero. Parecía uno de esos dioses griegos que Joe había tenido que dibujar en clase de arte en el instituto. Era alto, de espaldas anchas, piel bronceada como un jugador de tenis, y un corte de pelo que debía de haberle costado cien dólares. Le estrechó la mano con firmeza y sonrió con sus dientes perfectos. Joe le tomó aversión nada más verle.
–¿Eres pariente de Tom? –le preguntó, fijándose en cómo le agarraba la mano Demi.
–¿Tom? –Wilmer no parecía entender.
–Supongo que no.
Joe no se sorprendió. Era poco probable que el prometido de Demi
pudiera ser pariente de uno de los mejores entrenadores de fútbol americano.
–Es de los Valderrama de Atherton –apuntó Demi, como si eso lo explicara todo.
En realidad, probablemente sí que lo explicaba todo, sobre todo sabiendo que Atherton era una pequeña ciudad situada al norte del estado de California, un sitio precioso y muy exclusivo, una de las comunidades más ricas de todo el país.
Joe se sorprendió al ver que aquello parecía importarle mucho a Demi. Ella nunca había sido de las que adoraban la opulencia, aunque a lo mejor, si venía en un envoltorio tan apetecible como Wilmer Valderrama, las cosas eran diferentes. Joe sintió ganas de apretar los dientes, pero finalmente prefirió esbozar una sonrisa
perezosa, cómplice.
–Debería habérmelo imaginado –dijo, manteniendo el tono de voz.
Pero Demi no era ninguna tonta. Su sonrisa se desvaneció.
Le lanzó una dura mirada.
–Le he llevado a ver a la abuela –le dijo ella–. Y ahora hemos venido a buscar a Harry.
–Harry está durmiendo.
Joe no sabía si estaba durmiendo o no. Nick se había quedado con el niño desde que habían regresado de la playa, para que él pudiera adelantar algo de trabajo. De hecho, llevaba una hora y media devolviendo llamadas y haciendo pedidos, tratando de no pensar en nada más. Pero en ese momento tenía delante a la mujer que tanto había intentado sacarse de la cabeza, y no iba a dejarla llevarse a Harry con Wilmer Valderrama de los Valderrama de Atherton así como así.
–Entrad y tomaros una cerveza –les dijo.
–No podemos –dijo Demi.
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