Miley se levantó de la cama y se fue al baño, deseando tener un
momento para recuperarse.
Se quedó absorta mirándose al espejo. Se le había olvidado lo diferente que estaba esa noche. Por unos instantes le molestó que el intenso deseo de Nick por ella no fuera más que una reacción a su aspecto sexy. Pero enseguida apartó aquel pensamiento. Por supuesto era por eso por lo que la deseaba. Así era la naturaleza masculina; sus hormonas reaccionaban enseguida a la belleza
física. Tenía que admitir que incluso el sexo femenino podía caer víctima de esas atracciones superficiales. Si Nick no hubiera sido tan guapo, ni hubiera tenido aquel cuerpo, no querría acostarse con él.
Al volver dos minutos más tarde, el fuego estaba crepitando. Nick estaba de pie, apoyado en la repisa de la chimenea y con la mirada fija en las llamas. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había abierto los dos primeros botones. Parecía pensativo y estaba tan guapo, que Miley apenas podía pensar.
Se giró y la miró. Su expresión era indescriptible al mirarla de arriba abajo.
Había desaparecido el ansia de sus ojos.
–¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche? no, no contestes. Y no te acerques más. He cambiado de idea. No quiero quitarte la ropa. Quiero que lo hagas tú.
Miley abrió los ojos como platos.
–No seas tímida –continuó–. No hay nada de lo que tengas que
avergonzarte. No, no te quites los zapatos, déjatelos puestos. El cinturón primero y luego el vestido. Pero no te lo quites por la cabeza. Bájate la cremallera y deslízatelo por los hombros.
Con manos temblorosas hizo lo que le pedía. El corazón le latía acelerado.
Para cuando se bajó el vestido por los hombros, todo su cuerpo temblaba. La idea de quedarse ante él con tan solo un tanga de raso y unos zapatos de tacón, le resultaba tremendamente excitante. Al llevarse las manos al escote, sus pezones se endurecieron.
El vestido rojo de seda cayó a sus pies. Irguió los hombros al encontrarse con su mirada y, durante unos segundos eternos, ninguno de los dos se movió ni dijo nada.
–No sé si una sola noche va a ser suficiente –murmuró Nick–. Ven aquí.
¿De dónde sacaba el coraje para caminar hacia él desnuda?
Probablemente el coraje no era un problema cuando estaba tan excitada.
Nada le importaba más que tener sus ojos clavados en sus pechos desnudos.
–Detente –le ordenó Nick cuando la tuvo a su alcance.
Ella se detuvo y contuvo la respiración hasta que alargó el brazo para tocarla. Al hacerlo, el reverso de su mano rozó sus pezones erectos y una sacudida estremeció su cuerpo, haciéndola gemir.
–Date la vuelta –le dijo a continuación.
Miley se tambaleó sobre sus tacones al hacerlo.
–Quieta –dijo tomándola de los hombros desde atrás–. Ahora, separa un poco las piernas.
Aquel pequeño e insignificante movimiento le provocó extrañas
sensaciones. Nunca se había sentido tan pícara y lasciva.
Su cabeza daba vueltas. ¿Eran esas las cosas que les hacía a todas las mujeres? ¿Las hacía desnudarse no solo de ropa sino también de conciencia y orgullo? no, su orgullo no estaba en peligro. No se sentía humillada por las cosas que le había pedido que hiciera. Había visto un brillo de admiración en sus ojos al observar su cuerpo casi desnudo. Laura se había sentido orgullosa en aquel
momento, quizá porque suponía que habría visto cuerpos más bonitos que el suyo. Pero aun así, parecía encontrarla muy deseable.
Le había dicho que no estaba seguro de que una noche fuera suficiente.
Para ella tampoco iba a ser suficiente, si aquella era su idea de los juegos preliminares. No pudo evitar preguntarse qué pasaría a continuación, mientras un escalofrío recorría su espalda.
De repente, Nick se estrechó contra su cuerpo y deslizó su mano izquierda por el hombro hasta agarrar su pecho, mientras con la derecha le apartaba el pelo de la cara. Ella ladeó la cabeza y él acercó tanto su boca a su oreja, que su aliento la hizo estremecerse.
–Creo que ha llegado el momento de meternos en la cama –murmuró Nick–. ¿Qué te parece, preciosa?
–No puedo pensar –respondió.
–Me encanta verte así –dijo haciéndola girar la cabeza hasta que sus ojos se encontraron.
–¿Cómo?
–Tan excitada –dijo pasando la palma de la mano una y otra vez por su pezón.
Ella dejó escapar un gemido de sus labios.
–Eres un libertino.
–No, pero esta noche podría convertirme en uno.
Nick trató de mantener el control al tomarla en brazos y llevarla hasta la cama. Deseaba empujarla sobre la cama, arrancarle las bragas y penetrarla.
El sexo duro no era algo que a Nick le gustase. Se enorgullecía de ser un amante imaginativo y tierno.
Nunca se había dejado llevar por algo que pudiera resultar violento. La idea de hacer llorar a una mujer de dolor no era algo que le atrajera.
A algunas mujeres les gustaba el sexo violento, se recordó mientras la tumbaba en la cama, pero no se imaginaba que Laura fuera una de ellas. Era evidente que, hasta ese momento, siempre había creído que tenía que estar enamorada para disfrutar del sexo. Lo cual era una falacia. El sexo era una necesidad básica de todo ser humano, como comer o dormir. No hacía falta estar enamorado para disfrutar. Nick no había estado enamorado en su vida y había
disfrutado mucho del sexo.
A pesar de que sabía que estaba cometiendo un gran error por irse a la cama con una mujer con la que trabajaba, Nick se dijo que podía hacerle un gran favor a Miley enseñándole que el sexo y el amor no tenían que ir unidos. Después de todo, no era bueno que siguiera viviendo sin un hombre en su vida. Sus reacciones ya le habían demostrado que no era tan fría como se había mostrado con él en los últimos dos años.
Cuando se sentó a su lado en la cama y le acarició un pie, Nick estaba casi convencido de que lo que estaba a punto de hacer tenía un lado noble.
Miley apretó los dientes mientras Nick le desabrochaba la tira del zapato y se lo quitaba. ¿Dónde había aprendido a tratar a una mujer con tanto cuidado y esmero? Se había imaginado que las manos de un portero de fútbol serían duras.
Pero no, tenían la sensibilidad y destreza de un cirujano. Cada vez que sus dedos rozaban su carne, una sacudida eléctrica recorría sus piernas.
–Siempre me han gustado tus pies con sus finos tobillos –dijo dejando el zapato sobre la alfombra y buscando el otro pie–. Y aunque me gustan estos zapatos, no puedo arriesgarme a dejártelos puestos. La idea de sentir esos tacones en mi espalda no me agrada.
Cuando la imagen de cómo podía clavarle los tacones en la espalda se formó en su cabeza, Miley sintió que el corazón se le desbocaba. Cuando le quitó el segundo zapato y empezó a deslizar sus manos por la pierna, volvió a contener la respiración. Para cuando llegó a sus muslos, tuvo que tomar aire para no ahogarse.
Su gemido atrajo la atención de Nick a su cara.
–Esto también tengo que quitártelo, Miley–le dijo, deslizando los dedos por el borde de las bragas.
Luego, tiró de ellas hacia abajo sin dejar de mirarla a los ojos.
Al final, bajó la mirada a su entrepierna.
Miley no podía hablar. Estaba deseando que la acariciara. Sabía que
estaba húmeda. Podía sentirlo.
–Nick –dijo cuando los dedos de Nick empezaron a acercarse.
Pero ya era demasiado tarde y la sensación era increíble.
Sus gemidos volvieron a atraer su mirada.
–¿Tienes algún problema? –le preguntó.
Estaba usando un solo dedo, pero sabía muy bien cómo hacerlo y qué tocar exactamente. Era un arma erótica de total seducción.
Miley esbozó una mueca que dejaba adivinar su dilema. Iba a correrse. Y aunque estaba deseando hacerlo, no era lo que quería. Quería hacerlo con él dentro.
–Yo, yo… ¡Tienes que parar!
Nick se detuvo justo a tiempo y Miley se estremeció de alivio.
Nick ladeó la cabeza y la miró frunciendo el ceño.
–¿Te importaría decirme por qué tengo que pararme? Creo que te estaba gustando lo que te estaba haciendo.
Miley se mordió el labio y apartó la mirada.
–No sé lo que quieres si no me lo dices –dijo él.
Así que se lo dijo. Su voz tembló y su rostro se sonrojó avergonzado.
–¿Eso es todo? –dijo él–. Entonces dame un par de minutos.
Se desnudó a toda prisa lanzando la ropa a una silla y se quedó en
calzoncillos. Después, echó otro leño en la chimenea y a continuación buscó algo en los bolsillos de su chaqueta hasta que sacó un paquete de preservativos.
Miley se dio cuenta de que no había pensado en la protección y se alegró de que Nick lo hubiera hecho.
Claro que era de esperar, siendo un hombre con tanta experiencia.
Miley trató de recuperar la cordura, pero le resultó imposible al ver a Nick quitarse los calzoncillos. Sabía que estaría bien dotado. Era impresionante. Su cuerpo era de los que se veían en los anuncios. Podía haber sido un modelo. Esa noche, iba a ser todo suyo.
Ese último pensamiento la excitó, pero también la asustó. A pesar de que sabía que no iba a cambiar de opinión en aquel momento. Se daba cuenta de que irse a la cama con Nick iba a cambiar su vida. Quizá se habría detenido a valorar las consecuencias de sus impulsivos actos de esa noche si Nick no se hubiera metido desnudo en la cama junto a ella.
–Me temo que solo me quedan dos de estos –dijo dejando los preservativos en la mesilla–. Pero serán suficientes de momento.
Cuando la hizo girarse y se colocó sobre ella, Miley gimió al sentir el peso de su cuerpo. Pero en cuanto se apoyó en los codos a ambos lados de ella, la sensación de presión desapareció.
–Abre las piernas, Miley –le ordenó–. Y levanta las rodillas. Así, cariño.
Esto puede llevarnos unos segundos.
Sin usar las manos, se preparó para penetrarla.
Pero no lo hizo. Empezó a moverse adelante y atrás para frotarse con ella hasta llevarla al límite. Miley sentía cada vez más tensión. Estaba desesperada por sentirlo dentro.
–Por favor –le rogó.
Entonces la penetró, pero no del todo.
–Levanta las piernas y abrázame por la cintura. Sí, así.
Miley siguió sus instrucciones hasta que se hundió del todo en ella.
Entonces, Nick empezó a moverse, alejándose unos centímetros antes de volver a embestirla. Cada vez estaba más excitada y le clavó las uñas en la espalda y los talones en las nalgas. Él respondió embistiéndola con más fuerza hasta que la hizo alcanzar el orgasmo. Miley echó hacia atrás la cabeza y su cuerpo se agitó contra el de él. Nunca antes había experimentado nada como aquello. ¡Era
increíble!
–Sí –gritó.
Y mientras su cabeza seguía dando vueltas con aquella maravillosa
sensación, Nick alcanzó el éxtasis y todo su cuerpo se estremeció. Él también jadeó, emitiendo un sonido casi animal.
Aquel era sexo en su manera más primitiva, pensó Miley mientras se aferraba a su cuerpo. No podía pretender que hubiera sentimientos en aquel encuentro. No estaban enamorados. Apenas se soportaban.
No, eso ya no era verdad. Al menos en lo que a ella se refería. Le gustaba Nick de una manera peculiar.
Pero no estaba enamorada, a pesar de haberse entregado a él.
Aquel pensamiento le produjo un gran alivio. Quizá después de todo fuera capaz de soportar la idea de haber tenido una aventura sexual con él. No haría algo tan estúpido como enamorarse de él. Ya se había equivocado dos veces en su vida. Una tercera sería fatal, tanto para su estado mental como para su alma.
Porque entre los planes de Nick no estaría enamorarse de ella. Aunque no se lo había dicho tan claramente, se lo había dado a entender. En sus planes no figuraba el amor, ni el matrimonio, ni las relaciones duraderas.
Para él, el sexo era un placer físico del que disfrutar de vez en cuando, de la misma manera que comía o dormía. No podía olvidarlo.
Por fin Nick levantó la cabeza del hombro izquierdo de Miley.
–Increíble –dijo con una expresión de sorpresa en la cara–. ¿Te ha
parecido tan bueno como a mí?
¿Qué podía decir? a aquellas alturas, no podía mostrarse tímida con él.
–Ha sido maravilloso.
Él sonrió.
–¿Cansada? –preguntó y Miley negó con la cabeza–. Estupendo –dijo levantándose–. Tengo que ir al baño. No te muevas.
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