El viento que entraba por la ventanilla abierta le alborotaba el cabello. Demi no podía quitarle los ojos de encima.
–¿Estabas trabajando en ello cuando bajamos?
Él asintió.
–Es de mi cuñada. Lleva más de tres siglos en la familia de Sophy, la esposa de George.
–¿Y tú te has atrevido a desmontarlo?
–Es un privilegio. Además, necesitaba una pequeña reparación. Es muy frágil, y podía caerse en cualquier momento. Al final hubieran tenido que tirarlo a la basura. Además, tiene que estar en buenas condiciones para soportar el paso del huracán de niños traviesos que tienen en casa.
–¿Huracán de niños traviesos?
–Bueno, están trabajando en ello –dijo Joe–. Una hija, Lily, de
momento. Tienen un niño en camino. No creo que hayan terminado todavía – sacudió la cabeza con desesperación.
–Bien por ellos –dijo Demi con firmeza.
Joe le lanzó una mirada seria.
–Si tú lo dices.
Había hecho cosas mucho más estúpidas, como saltar en bicicleta del techo de un cobertizo para botes y romperse los dos brazos, caminar entre hiedra venenosa en traje de baño para recuperar una pelota cuando tenía diecisiete años, pedirle a la preciosa Lucy Gaines que le acompañara al baile después de haber olvidado que ya se lo había pedido a su amiga marimacho Raquel Vilas…
Había hecho unas cuantas tonterías en su vida, pero la mayor de todas, sin duda, había sido ingeniárselas para conseguir que Demi y Harry pasaran el día con él. Ese pequeño truco que le había jugado el corazón le recordaba que había mucho más en Demetria Lovato que una simple compañera de cama. Había olvidado el entusiasmo que sentía por su trabajo, lo mucho que brillaba cuando le contaba
esas historias sobre «sus niños », tal y como ella les llamaba, lo que hacían, lo que decían, cuáles eran sus marionetas favoritas…
–¿Vas a seguir trabajando cuando te cases? –la pregunta los sorprendió a los dos.
–Hasta que tengamos niños –le dijo ella finalmente–. Entonces me gustaría quedarme con ellos en casa –miró el asiento de atrás del coche, donde estaba sentado Harry en su sillita–. No voy a tener hijos para que otra persona los críe –le dijo, mirándole directamente con ojos desafiantes.
–Nunca pensé que quisieras otra cosa –le dijo Joe, consciente de que nada había cambiado para ella.
–Qué niño tan rico tiene –le dijo la recepcionista del hotel–. Se parece a usted, no a su mujer, ¿verdad?
Joe se limitó a sonreír, siguiéndole la corriente. Demi se puso pálida y le lanzó una mirada de preocupación. Pero él se limitó a asentir.
–Podrías haberle dicho que no es nuestro… Tuyo, quiero decir –le dijo Demi cuando se dirigieron hacia la sala de espera, donde él iba a quedarse con Harry mientras ella subía a ver a su abuela.
–No tiene importancia –él se encogió de hombros.
Demi bajó a Maggie en una silla de ruedas para que Harry y él pudieran verla.
–Parecéis una familia feliz –dijo la anciana, sonriente.
–¡Abuela! –Demi se puso roja como un tomate.
–Solo era un comentario. No una predicción.
–Bueno, no digas nada más –dijo Demi en pocas palabras.
Más tarde, de camino a casa, se disculpó con Joe.
–Lo siento.
–¿Qué?
–Lo que ha dicho la abuela, sobre Harry, tú y yo. Se le ocurren cosas muy raras.
Joe estiró los hombros contra el respaldo del asiento del coche.
–No hay problema.
–Yo nunca he hecho nada para alentarla a pensar esas cosas. Tengo a Wilmer.
Había algo en su tono de voz que resultaba provocador, y Joe no pudo resistir las ganas de contraatacar.
–Oh, muy bien. Adam. El hombre de tus sueños. Encantado de casarse y de tener una familia, ¿no? ¿Dónde dijiste que estaba?
Demi se enfureció de golpe.
–En San Francisco, trabajando –le dijo, entre dientes.
Joe esbozó una sonrisa sarcástica.
–Claro.
–¿No me crees? ¿Crees que me lo inventé? –Demi le fulminó con la mirada.
Joe sonrió de oreja a oreja y sacudió la cabeza.
–No. Pero estaba pensando que me gustaría conocerle.
Maggie siempre le había hablado bien del novio de Demi, pero también había algo en su tono de voz que denotaba ciertas reservas.
–Puedes conocerle este fin de semana.
Joe parpadeó, sorprendido.
–Viene el sábado por la tarde.
–¿Ah, sí? –Joe apretó el volante con fuerza y condujo en silencio
durante el resto del viaje. Demi tampoco habló. Parecía sumida en sus propios pensamientos, probablemente sobre Wilmer…
Harry estaba profundamente dormido cuando llegaron.
–¿Y ahora qué? –dijo Demi, abriendo la puerta de atrás–. ¿Y si le despierto?
–Yo lo llevo.
–¿Y si le despiertas?
–No lo haré –le quitó el cinturón de seguridad y lo tomó en brazos con cuidado.
–¿Qué haces? –le preguntó Demi al ver que se dirigía hacia su propia casa.
Ella ya estaba subiendo las escaleras del apartamento de Maggie.
–Le voy a dejar que duerma el resto de la siesta –dijo Joe por encima del hombro.
Era tan injusto. El hombre… el encanto… Esa sonrisa endiabladamente tentadora. Pero no eran solo los atributos físicos y la personalidad… También estaba la facilidad con la que se ocupaba de Harry, su amor por la madera con la que trabajaba, la forma en que la escuchaba hablar de su trabajo… Incluso le
preguntaba acerca de las marionetas… Debería haber dicho que no… Debería haber seguido de largo rumbo al apartamento de la abuela y haberle dejado llevarse a Harry a su casa… Debería haberle dejado trabajar solo, mientras Harry dormía.
Pero, en vez de hacer eso, como una tonta empedernida, o una fan
enamorada, le había seguido hasta su taller, y había vuelto a caer bajo el influjo de Joe Jonas. El aparador iba a quedar impecable. Demi se lo podía imaginar con solo ver la parte que estaba restaurando. A lo largo de un siglo, había pasado por las manos de una serie de médicos de Nueva York, que lo habían usado para
almacenar medicinas en sus consultas. Alguien había sustituido la parte superior a finales del siglo XIX, pero a Demi no le parecía que hubiera habido cambio alguno.
–¿Cómo lo sabes? –le preguntó ella. Y él le enseñó todos los cambios y reparaciones que le habían hecho a la pieza a lo largo de los años.
–Es igual que lo de tus muñecos de tela.
Demi deslizó una mano sobre el mueble, palpó la madera suave bajo las yemas de los dedos. Era suave al tacto, cálida, casi como la piel. Le recordaba aquellos tiempos en que había sido libre para tocar la piel de Joe. Con solo pensar en ello, sintió que las mejillas se le encendían. Apartó la mano rápidamente.
–Debería irme, dejarte trabajar.
–Quédate –le dijo él–. Siéntate y habla conmigo. A veces es aburrido estar tan solo.
Ella parpadeó y después se le quedó mirando. Él nunca la había invitado a quedarse en su taller… Se había sentado en un taburete frente a su mesa de trabajo, y estaba desmontando uno de los pequeños cajones. Demi le observaba…
Su interés estaba dividido entre el hombre y lo que sus dedos expertos hacían con la madera.
Se dijo a sí misma que se iría pronto. Pero todavía estaba ahí cuando Nick volvió de hacer surf. Y todavía seguía allí cuando Harry se despertó y empezó a dar palmas. Le sacó de su cuna y lo llevó de vuelta al taller de Joe.
Y todavía seguía allí cuando Nick anunció que iba a pedir una pizza y les preguntó cuál les apetecía.
–La de salchichas y champiñones –contestó Joe–. Y una pequeña de vegetales con extra de aceitunas y corazones de alcachofas.
Demi, que llevaba un rato observando a Harry mientras este intentaba subirse a la mesa, levantó la vista de repente. Joe acababa de pedir su pizza favorita.
Él la miró fijamente a los ojos, y se encogió de hombros.
–¿Cómo iba a olvidar una pizza tan rara como esa?
Cuando por fin se llevó a Harry al apartamento y lo acostó en la cama, no puedo evitar pararse a oscuras durante un rato en la cocina, y observarle a través de la ventana mientras trabajaba en su taller. Estaba sentado en su taburete, donde llevaba casi toda la tarde. El pelo le caía sobre la frente mientras trabajaba en unas de las patas dañadas del mueble. Ella le observaba con atención mientras trabajaba la madera y recordaba un tiempo en que esas manos se habían movido con la misma soltura sobre su cuerpo. De repente, él soltó la pata sobre su mesa de trabajo, bajó del taburete y desapareció. Sorprendida, Demi se quedó mirando el taburete vacío, la pata que había estado restaurando… Y entonces, la puerta
trasera de la casa se abrió y Joe salió. Ella retrocedió para que él no pudiera verla. Contuvo el aliento. Pero él no levantó la vista. Se puso una chaqueta y masculló algo por encima del hombro. Unos segundos más tarde, salió Nick, poniéndose una sudadera. El joven sonrió, dijo algo que Demi no pudo oír e hizo el típico gesto de una mujer con curvas… Joe levantó las cejas, sonrió y asintió con la cabeza. No se dieron la vuelta ni volvieron hacia el garaje. Rodearon la casa y se dirigieron hacia la acera que daba al frente de la casa. Evidentemente, iban a ir andando adondequiera que fueran. Y a esa hora de la noche… Poco más de las nueve… Demi sabía muy bien qué establecimientos estaban abiertos…
Restaurantes y bares… Ya habían cenado pizza con ella.
No. Nada había cambiado.
Joe había salido a cazar. Otra vez.
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