¡Es una broma, Demetria? –Nicholas Jonas le dio la espalda a la ventana y se volvió hacia su hermana pequeña. Desde su despacho, situado en el décimo piso del edificio, se divisaba el Támesis.
Ella estaba sentada en frente del escritorio, con las piernas cruzadas, impecablemente vestida. Resultaba difícil de creer que acabara de decir algo así.
–¡Como si fuera a bromear con algo tan serio! –exclamó Demi, mirándole fijamente. Sus ojos, color marron, eran exactamente del mismo color que los de él. En ese momento estaban llenos de preocupación–. Sé que suena increíble, pero es verdad. Y tenemos que ayudarla.
En realidad la historia no sonaba tan increíble, pero Nick conocía muy bien a su hermana; sabía que tenía tendencia a ver solo lo bueno en los demás, incluso cuando no había nada que ver.
Nick se volvió hacia la ventana de nuevo y miró a los peatones que
caminaban a ambos lados del río, disfrutando del sol de septiembre. No soportaba verla tan preocupada. Maldijo a la supuesta amiga que la había hecho llorar.
Ella fue hacia él y se detuvo a su lado. Él le puso el brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí. ¿Qué podía decir para hacerla sentir mejor? ¿Iba a decirle que la amiga a la que quería ayudar no valía la pena? ¿Que una persona tan estúpida como para salir de Tailandia con drogas merecía que la atraparan? En otras circunstancias, hubiera ayudado a su hermana sin pensárselo dos veces, pero no estaba dispuesto a verse envuelto en algo así. Y tampoco iba a dejar
que ella lo hiciera. Le dio un apretón cariñoso en los hombros.
–Dems, no es tu problema, y no voy a dejar que te metas.
–Yo…
Nick levantó una mano. Sus gemelos de oro macizo brillaban.
–Si lo que dices es cierto, ella se lo estaba buscando, y ahora tendrá que atenerse a las consecuencias. Y no quiero tener que recordarte que estás a ocho días de la boda más importante del año. Joe no querrá que te involucres en algo así. Y dudo mucho que el príncipe de Grecia quiera sentarse al lado de una drogadicta, por muy hermosa que sea.
Demi se puso tensa y apretó los labios.
–Joe querrá que yo haga lo correcto. Y me da igual lo que opinen mis invitados de boda. Voy a ayudar a Miley y punto.
Nick sacudió la cabeza.
–¿Por qué vas a hacer algo así?
–Es mi mejor amiga y le prometí que lo haría.
Eso fue toda una sorpresa para Nick. Pensaba que esa amistad había muerto muchos años antes. Pero, de haber sido así, ¿por qué iba a ser Miley dama de honor en la boda? ¿Por qué no se le había ocurrido preguntárselo dos semanas antes, al enterarse de que Miley asistiría a la boda?
Frunció el ceño, pero decidió posponer ese tema ante la urgencia del otro asunto.
–¿Cuándo hablaste con ella? –No hablé con ella. Me llamó un empleado de la aduana. Miley quería que supiera por qué no podría asistir a la boda y… Oh, Nick, si no la ayudamos, irá a la cárcel.
Nick se echó hacia atrás el mechón que le caía sobre la frente.
Tenía que cortarse el pelo.
Por mucho que quisiera evitarlo, tenía que ponerse duro con su hermana.
–Probablemente ese sea el mejor sitio para ella –frunció el ceño–.
Allí tendrá la ayuda que necesita.
–¡No puedes estar hablando en serio! ¿No hablaba en serio? En realidad no lo sabía. Pero lo que sí sabía era que había tenido una mañana tranquila y agradable hasta que Demi había irrumpido en su despacho, recordándole a una chica a la que quería sacar de sus recuerdos para siempre.
Miley Cyrus… Una de las mujeres más sexys del planeta, según el último ranking… Una actriz talentosa. Él no era muy aficionado al cine, pero sí que había visto la primera película; un largometraje de autor acerca del fin del mundo, dirigida por un director novel. Apenas recordaba el argumento. ¿Quién hubiera podido?
Miley aparecía casi desnuda durante toda la película, con una
camiseta que le quedaba grande, y unas braguitas de algodón que parecían pantalones cortos. Por aquel entonces recordaba haber pensado que el mundo estaba involucionando, yendo hacia atrás, y la gente como Miley Cyrus tenía la culpa.
Su padre y él habían tolerado esa amistad adolescente entre Miley y Demi porque su hermana lo pasaba muy bien con ella, pero la chica nunca les había caído bien. Recordaba aquel día, cuando la había visto por primera vez… aquella chica de catorce años con aspecto de pandillera que escondía drogas debajo del colchón de su hermana… demasiado precoz y prepotente para su edad… Debería haber metido a su hermana en otro colegio.
Nick respiró profundamente y se volvió hacia el escritorio. Tocó el ratón y quitó el salvapantallas.
–Demi, estoy ocupado. Tengo una reunión importante dentro de media hora. Lo siento, pero no puedo ayudarte.
–Nick, sé que no soportas a los drogadictos, pero Miley es inocente.
–¿Y eso cómo lo sabes exactamente?
–Porque conozco a Miley, y sé que no toma drogas. Las odia.
Joe levantó una ceja. ¿Le estaba hablando en serio?
–¿Es que has olvidado el día en que cumpliste dieciocho años? La sorprendí escondiendo un porro en la fiesta. Tenía catorce años. Y no hablemos de todas esas fotos que circulan por la prensa, en las que aparece hecha un desastre.
Demi frunció el ceño y sacudió la cabeza.
–La mayor parte de esas fotos era falsa. Miley ha sufrido el acoso de la prensa toda su vida porque sus padres son quienes son. Además, ella es demasiado sensata y cabal como para engancharse a algo tan destructivo como las drogas.
–¿Y es por eso que dio un escándalo en tu fiesta de cumpleaños? ¿Porque era una chica muy cabal?
Demi miró al techo y después miró a su hermano.
–Nick, esa noche las cosas pasaron de otra manera. Una foto un poco rara…
–¿Una foto un poco rara? –exclamó Nick, poniéndose furioso–.
Esa foto un poco rara podría haberte arruinado la vida si yo no hubiera intervenido.
–¡Querrás decir si no le hubieras echado la culpa a Miley!
–¡Miley tenía la culpa! – Nick podía sentir esa vieja rabia que le había hecho explotar seis años antes.
Pero no era propio de él dejarse llevar por el temperamento.
–A lo mejor, si hubiera contactado con su padrastro cuando la pillé con marihuana la primera vez, no estaría metida en este lío ahora.
Demi bajó la vista un instante.
–Nick, nunca me has dejado explicarte bien las cosas. ¿Y si la marihuana con la que viste a Miley no era de ella? ¿Te hubieras llevado una decepción tan grande si hubiera sido mía?
Nick soltó el aliento de golpe. Realmente no tenía tiempo para esa conversación. Se levantó, rodeó el escritorio y abrazó a su hermana. Sabía lo que Demi estaba intentando hacer y la quería aún más
por ello, aunque la cabeza hueca de Miley Cyrus no se lo mereciera.
–Sé que estás intentando echarte la culpa para protegerla, Demi.
Siempre la has protegido. Pero la verdad es que esa chica no te conviene. Siempre ha sido una mala pieza. A lo mejor su padrastro o sus hermanastros pueden ayudarla.
Demi reprimió un sollozo contra su pecho y se apartó un poco.
–Nunca han estado muy unidos. Además, creo que están de vacaciones en Francia. ¡Por favor, Nick! El agente con el que hablé esta mañana me dijo que a lo mejor la llevan de vuelta a Tailandia. Y, pienses lo que pienses, no puedo dejar que eso pase.
Nick masculló un juramento. Tenía que admitir que no podía imaginarse a la preciosa Miley, marchitándose en una prisión tailandesa.
–Demi, mi especialidad es el derecho empresarial. Estamos hablando de derecho penal aquí.
–¡Pero seguro que puedes hacer algo!
Nick soltó a su hermana y fue hacia los ventanales de nuevo.
Recuerdos de Miley, de la última vez que la había visto, invadieron su memoria.
Ella llevaba años asaltando sus pensamientos, pero cada vez le ocurría con más frecuencia, sobre todo desde que Jordana le había dicho que asistiría a la boda. Cerró los ojos… Pero fue peor… La veía, casi podía olerla… Su hermana le tocó el brazo y, por un instante, casi creyó que era Mileyy. Masculló otro juramento.
–Demi, por favor, olvídate de Miley y céntrate en la boda.
Ella se apartó de él, dolida.
–Si Miley no viene, a lo mejor no hay boda.
–No seas dramática.
–Y tú no seas tan desagradable. Todo el mundo ha sido muy injusto con Miley…
–Demi, nadie ha sido injusto con ella. ¡La han pillado con las manos en la masa!
Demi le miró con los ojos llenos de dolor. No recordaba haberla visto tan afectada desde el día en que habían enterrado a su madre.
Entonces había jurado hacer cualquier cosa para protegerla…
–Nick, sé que odias las drogas por lo de mamá, pero Miley no es así. Y tú sueles ser de los que aprovechan toda oportunidad para ayudar a los demás.
Nick miró a su hermana. Sus palabras resucitaron recuerdos del pasado; un pasado que querría tener bien enterrado. Y a lo mejor era una locura, pero también culpaba a Miley de ello. De no haber sido por ese último arrebato de excentricidad, no hubiera tenido que mantener esa conversación con su hermana.
Se volvió hacia Demi y apretó la mandíbula.
–Demetria, las palabras clave en esta situación son «buena causa».
Y por lo que a mí respecta, una actriz drogadicta que ha tocado fondo no es una buena causa.
Demi le miró fijamente, perpleja, como si acabara de darle una patada a un perro… Y en ese momento Nick supo que había perdido. No podía dejar que su hermana pensara tan mal de él.
Además, la imagen de Miley en una cárcel tailandesa le atenazaba el corazón.
Sacudió la cabeza.
–Esto es un gran error –le advirtió a Demi.
La cara de la joven se iluminó.
–Y no me mires así –prosiguió–. A lo mejor no puedo hacer nada.
No es que haya robado una pastilla de jabón de una tienda o algo así.
–Oh, Nick, eres el mejor hermano del mundo. ¿Te espero y vamos juntos? – Demi estaba tan feliz que casi cantaba las palabras.
Nick miraba al techo, intentando diseñar una estrategia para resolver el problema. Al oír las palabras de su hermana, arqueó las cejas.
–Ni hablar. Te llamo cuando sepa algo. Y ahora, vete. Sigue con las cosas de la boda, o lo que sea, y déjame resolver este lío en el que te has empeñado en meterte.
Apenas notó el beso de su hermana en la mejilla. Un segundo más tarde le estaba dando instrucciones a su secretaria por el teléfono.
–Kate, cancela todas mis reuniones de esta tarde y dile a Stuart McIntyre que le quiero en mi despacho ya.
Se echó atrás en la silla y soltó el aliento. ¿Se había vuelto completamente loco?
Miley Cyrus estaba metida en un buen lío. Había intentando pasar drogas por Heathrow… Pero eso no era ninguna sorpresa. Muchos años antes la había visto esnifando cocaína sobre el centenario escritorio de su padre, durante la fiesta de cumpleaños de su hermana. Ella nunca lo había admitido, no obstante.
Le había mirado con esos ojos falsos y había sonreído, provocadora, desafiante…
Nick había sentido una rabia difícil de contener; no había querido oír escusas… ¿Para qué iba a molestarse? Todos los que consumían
eran tan inocentes como monjas de clausura… Esa misma noche, no obstante, un rato antes, Miley le había mirado con esos ojos color Mar… como si fuera el único hombre del planeta… y él se lo había creído… ¿Cómo había sido tan idiota? Había estado a punto de morder el anzuelo. Hasta ese momento ella no había sido más que un inconveniente… Solía llevarse a su hermana a las fiestas de su padre cuando aún era demasiado joven… Y siempre huía de él cuando se la encontraba en la finca de su familia, cuando aún iban al colegio.
Pero aquel día, en la fiesta, no había salido huyendo. En realidad había sido todo lo contrario.
«Olvídalo…», se dijo, recordando cómo había bailado con ella. La había tocado. La había besado… Todavía le dolía pensar que había estado a punto de perder el control aquel día… Pero ella sabía tan dulce, tan fresca… Sacudió la cabeza y masculló un juramento. En vez de revivir un momento que nunca debería haber pasado, debía recordar cómo se la había encontrado en el despacho de su padre, rodeada de una panda de gamberros, su querida hermana incluida… Debía de haber medio kilo de cocaína sobre la mesa… Los
de seguridad habían tardado unos diez minutos en deshacerse de todos aquellos delincuentes, de todos, excepto de su hermana. Los de las fotos había tardado un poco más, no obstante… Habían hecho falta unas veinticuatro horas para bloquear todas las fotos de Demi que habían sido tomadas con el teléfono de uno de sus amiguitos macarras…
Los besos de Miley, en cambio, no los había podido borrar…
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