jueves, 1 de noviembre de 2012
The Last Nigh Cap.2
Kevin atravesó la habitación para responder.
Antes de hablar, se giró para mirar a sus amigos y, con un rápido gesto, les pidió que siguieran jugando y dejaran de observarlo.
Los demás se volvieron y Kevin habló al teléfono.
–¿Danielle?
–Hola, Kevin.
«Qué tono tan formal», pensó él.
Diablos, no había escuchado su voz desde hacía cuatro años, se dijo. Ni una sola vez. Desde que ella lo había dejado con un palmo de narices y se había mudado a Dallas para empezar una nueva
vida. Él había estado al tanto de su vida a través de sus amigos y por lo que había leído en los periódicos sobre el éxito de su escuela de baile.
Danielle sonaba igual, vivaz, aunque un poco tensa.
Hubo un incómodo momento de silencio.
–Creo que es hora de que terminemos con ello
–dijo Danielle.
De inmediato, Kevin pensó que Danielle iba a casarse de nuevo. Después de cuatro años, ¿por qué otra cosa iba a llamarlo? ¿Se habría enamorado de otro hombre?
Kevin no sabía qué pensar al respecto. Danielle lo había dejado y había roto su matrimonio. Ella había intentado presentarle el divorcio y él le había devuelto los documentos por correo. Le había dado un ultimátum: si quería el divorcio, iba a tener que regresar a Somerset y decírselo a la cara.
–Voy a ir a Somerset. Me gustaría quedar contigo para hablar del… divorcio.
–Bien –dijo Kevin y apretó los labios.
–Es por negocios, Kevin. Debes comprenderlo. Necesito pedir un préstamo para ampliar mi escuela. El banco me recomienda… Bueno, aceptémoslo. Ambos necesitamos rehacer nuestras vidas.
«Es por negocios», pensó él, repitiendo las palabras de su esposa.
¿Cuántas veces le había dicho él lo mismo cuando no había podido llegar a tiempo a cenar?, reflexionó Kevin. ¿Cuántas veces se lo había dicho cuando había llegado a casa tan tarde que sólo había
tenido energía para desplomarse en la cama a su lado y abrazarla hasta que los dos se habían quedado dormidos? Ella había querido hijos y él le había dicho que tuviera paciencia. Los negocios habían
sido lo primero, pero sólo porque había querido poder ofrecerle a su esposa lo mejor. Había ganado millones, pero Danielle nunca había comprendido que lo había hecho por ella. ¿Y qué había hecho
ella para demostrarle su amor? Había hecho las maletas en medio de la noche y lo había abandonado.
Sin más. Después de cinco años de matrimonio.
Maldita Danielle, pensó él.
–Estoy de acuerdo –dijo Kevin–. ¿Cuándo vienes?
–¿Qué te parece mañana?
Kevin se giró y descubrió que sus cuatro amigos estaban mirándolo.
–Mañana me parece bien. Te espero en mi despacho
a las cinco.
Kevin colgó el teléfono y se quedó pensando qué hacer a continuación. Danielle no iba a salirse con la suya, se dijo, no iba a permitirle entrar en su vida para irse con el divorcio sin más, en un solo día. No pensaba ponérselo tan fácil.
Entonces, su mente empezó a forjar un plan y sonrió.
–Danielle viene mañana –explicó a sus amigos, aunque no hacía falta, pues lo habían escuchado–. Quiere que firmemos el divorcio.
–He visto esa expresión en tu cara antes –observó Nick–. ¿Por qué estás tan sonriente?
–Por nada –replicó Kevin, ocultando sus verdaderos pensamientos.
–¿Como la vez que casi nos echan de la Universidad de Texas? ¿Recuerdas cuando robamos el busto de Shakespeare que el profesor Turner tenía en su clase? –preguntó Joe, mirándolo lleno de sospechas–. ¿Estás planeando algo así?
Kevin se encogió de hombros.
–No me gusta nada –señaló Joe–. Parecías petrificado cuando Danielle llamó y ahora pareces un gato gordo que acabara de zamparse un litro de leche.
Kevin sonrió y se terminó la cerveza.
–Es mejor que me vaya –dijo Kevin, sin dar más explicaciones.
–Ya siento lástima por Danielle–comentó Nick–. Esa chica no sabe lo que la espera.
Kevin se dirigió a la puerta de la sala de billar, meneando la cabeza.
–Esa chica es mi esposa. Y se merece todo lo que le pase.
Nick le lanzó una seria mirada de advertencia y dijo:
–Siempre me ha gustado Danielle.
–Ya –repuso Kevin y respiró hondo antes de salir
de la habitación–. A mí también me gustaba.
Mientras el ascensor se cerraba para llevar a Danielle al despacho de Kevin, vio su reflejo en las puertas de cristal. Se había mirado al espejo una docena de veces antes de salir de su habitación de
hotel en Houston, para asegurarse de tener el aspecto adecuado para reunirse con Kevin. Normalmente, solía llevar el pelo rizado sujeto en un moño, pero ese día se lo había dejado suelto, sobre
los hombros. Se había puesto un brillo de labios de color cereza y había elegido un vestido de color zafiro que le resaltaba la figura.
Porque ése no era un día cualquiera.
Era el día que iba a ver a su marido por primera vez en cuatro años.
Y, en parte, deseaba que él comprobara lo que se había perdido. Ella no se había marchitado como una florecilla cuando se habían separado. Se le había roto el corazón por la traición de su marido,
pero no se había echado a perder. Porque, aunque Kevin no la había engañado del modo clásico, había roto su juramento al abandonar el fuego de su amor.
Aquella experiencia la había convertido en una mujer más fuerte. Para superar el dolor, había centrado sus energías en conseguir el éxito empresarial en un terreno que le encantaba. Había vuelto
a Somerset por Luces de Baile y para lograr lo necesario para ampliar su préstamo del banco. Pero también había ido por razones personales. Respiró hondo al salir del ascensor y miró a su
alrededor en la nueva planta de oficinas de Kevin.
Era evidente que le habían ido bien los negocios.
De un pequeño despacho a las afueras de Houston había pasado a tener un despacho impresionante en el décimo piso de un rascacielos del centro.
Danielle se acercó a la mesa de recepción y esperó a que la recepcionista terminara su llamada.
–¿Puedo ayudarla?
–Sí, soy la señora Novak. Tengo una cita con… mi marido.
La joven recepcionista arqueó las cejas, sin ocultar su sorpresa. Kevin había cambiado muchas cosas desde que ella se había ido, pensó Danielle. Y parecía ser que la dulce y anciana Margie Windmeyer no había encajado en la nueva decoración.
Con aspecto de estar confusa, la recepcionista buscó en las páginas de su agenda.
–Me está esperando –insistió Danielle, sin poder disimular los nervios. Estaba deseando terminar con aquel asunto.
–Sí, señora Novak –dijo la recepcionista y dejó de buscar su nombre en la agenda. Señaló unas puertas dobles–. Por allí.
Danielle asintió y miró las puertas durante un segundo.
Luego, con una delgada carpeta bajo el brazo, entró en el despacho.
Kevin estaba parado de espaldas a ella, mirando por la ventana que había tras su escritorio. Tenía ambas manos en los bolsillos de los pantalones y Danielle pudo observar su tentador y apretado trasero.
Su físico no parecía haberse deteriorado con los años.
Cuando Kevin se giró un poco, Danielle se fijó en su perfil y en la atractiva estructura de su cara. Entonces, él la miró de frente con sus penetrantes ojos verdes, sin dejar adivinar lo que pensaba, y esbozó una media sonrisa.
–Hola, Danielle.
Ella se quedó parada en medio del enorme despacho, intentando controlar los nervios. Era un shock verlo. No se había preparado para ese momento ni haber previsto cómo iba a reaccionar al
verlo de nuevo. Lo había imaginado cientos de veces, pero sus imaginaciones no eran comparables a la realidad. En cuestión de segundos, la invadió un cúmulo de recuerdos agridulces de todo lo que habían compartido y todo lo que habían perdido.
Esforzándose por mantener la compostura, Danielle sonrió un poco.
–Hola, Kevin.
Él la miró de arriba abajo, del modo en que solía hacerlo cuando quería hacer el amor con ella. Y una oleada de calor recorrió a
Danielle, recordando la intimidad que en otros tiempos habían compartido.
De pronto, se sintió abrumada por la magnitud de la misión que la había llevado allí. Se proponía escribir el capítulo final de la historia de su matrimonio.
–Tienes… buen aspecto.
Kevin la miró con gesto seductor.
–Tú estás muy guapa.
–Gracias –dijo ella, levantando sus defensas contra él y el cumplido.
–Toma asiento, Danielle –la invitó Kevin, señalando un sillón de cuero marrón que había frente a él.
Danielle sostuvo un momento la carpeta, agarrándola nerviosa, hasta que al fin la dejó sobre el escritorio.
Se cruzó de piernas y apoyó las manos en el reposabrazos del sillón.
Kevin posó la mirada en sus muslos, que quedaban en parte descubiertos por el vestido. Ella se esforzó en no encogerse ante su escrutinio. Deseó que él se sentara también.
–¿Vas a casarte?
Esa pregunta tan directa tomó a Danielle por sorpresa.
Negó con la cabeza.
–No.
Kevin asintió y se cruzó de brazos.
–Es momento de hacerlo, Kevin. Tenemos que seguir adelante con nuestras vidas. Pretendo ampliar mi negocio y quiero pedir un préstamo importante al banco.
–No quieres que aparezca mi nombre en ningún documento legal, ¿no es así? –preguntó él, observándola con gesto de desconfianza.
–Eres un hombre de negocios –respondió Danielle con paciencia, preguntándose qué había pasado con el Kevin Novak con quien ella se había casado. Aquel hombre parecía diferente, amargado y arrogante. Nunca antes había visto esa faceta de Kevin–. Sabes cómo funcionan las cosas.
–Sí, sé cómo funcionan –replicó él en tono cortante,
de desprecio.
Al fin, Kevin se sentó tras su escritorio. Apoyó los codos en el reposabrazos de la silla y entrelazó los dedos.
–¿No te parece raro que estemos sentados aquí, en mi despacho, hablando de formalismos?
–¿Raro?
Kevin esbozó una media sonrisa llena de amargura.
–Sí, raro. Teniendo en cuenta cómo empezó nuestra relación. Fue caliente y apasionada desde el primer momento.
Danielle recordó la fiesta de cumpleaños de su mejor
amiga de la universidad, con globos, música a todo volumen y litros de alcohol. Ella había mirado a Kevin y se había enamorado al instante. Se habían pasado toda la noche coqueteando sin ningún
pudor. Hasta ese día, ella nunca había sido tan consciente de su propia sensualidad. Kevin y ella se habían fugado del guateque y habían hecho su propia fiesta esa noche.
Danielle sintió que su cuerpo subía de temperatura
al recordar esa noche tan erótica.
–Eso es agua pasada, Kevin.
Kevin dejó pasar el comentario. Se recostó en
la silla y la miró a los ojos.
–Tengo entendido que te va muy bien con tu
escuela de baile.
A Danielle se le aceleró el corazón ante la indirecta.
Se enderezó en su asiento y se inclinó un poco hacia delante.
–No he venido por tu dinero, Kevin –afirmó ella y miró a su alrededor, observando el sofisticado despacho. Exquisitas obras de arte adornaban las paredes y todo estaba decorado con gran gusto–.
Aunque ya veo que has tenido mucho éxito.
Eso siempre fue lo más importante para ti.
Después de dejar caer lo que pensaba, Danielle volvió a apoyarse en el respaldo del sillón, satisfecha por haberle puesto nombre a la amante que le había arrebatado su matrimonio.
–Sólo he venido para pedirte una firma.
–Y te la daré.
Vaya. Había sido fácil, pensó Danielle y suspiró aliviada.
–Con una condición. Quiero algo de ti, Danielle.
Así que tenía que ser como él quisiera, caviló ella. Pero estaba dispuesta a escuchar sus condiciones.
Más que nada, quería terminar con aquello de una vez por todas.
–Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa que sea razonable.
Kevin sonrió.
–Teniendo en cuenta que me abandonaste y rompiste nuestro matrimonio, creo que mi petición es muy razonable.
Danielle se sintió aturdida. No le gustó la expresión que mostraba su marido.
–Tú me obligaste a hacerlo, Kevin. Yo me aferré a nuestro matrimonio durante años, manteniendo la esperanza. Pero tú no me diste opción…
–Pues ahora voy a darte esa opción. Si quieres conseguir el divorcio, tendrás que aceptar mis condiciones –señaló Kevin.
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Y ¿que condiciones pondrá Kev?
ResponderEliminarOh Dios, muerooo de la curioooosiiiidad
Carajoo, Michelle subi rapido o te mato con mi escopeta.!
Ps: recuerda que te quiero muchiiiiinii!
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