martes, 27 de noviembre de 2012

Summer Hot Cap.13




Si alguien se hubiera asomado a la ventana habría visto a una mujer desnuda y excitada tumbada sobre una mesa de madera, con la espalda arqueada, los brazos por encima de la cabeza, los pechos hinchados, los pezones erectos y las piernas separadas y alzadas por cuerdas de cuero negro que surgían del techo y se enredaban en sus pantorrillas.
Habría visto a un hombre desnudo, de piel morena y pelo oscuro, sentado frente a ella, con la cabeza entre sus muslos acariciándola arrobado la ingle con las mejillas y bebiendo de ella como si llevara años perdido en mitad de un solitario desierto y se hubiera encontrado de repente con un pozo de ambrosía.
Pero no había nadie mirando por la ventana que pudiera verlo ni describirlo.
Jugó con el clítoris entre sus labios hasta que lo sintió tensarse en su boca, luego deslizó la lengua por la vulva, arriba y abajo, hasta que el aroma a jabón se transformó en la fragancia dulce y salada de la mujer. Se recreó en su sabor hasta que sus pómulos quedaron impregnados en su esencia. Sin separar los labios de ella, introdujo un dedo en
su interior cálido y resbaladizo. Succionó con cuidado el clítoris a la vez que movía el dedo dentro y fuera, hasta que la oyó gemir; hasta que los músculos vaginales se tensaron.
Su pene saltó y lloró una lágrima de semen. Sus testículos se quejaron, provocándole dolor. Sin darse cuenta de lo que hacía, llevó la mano libre hasta ellos y los masajeó hasta que se calmaron. Luego, sin dejar de lamer la exquisita vulva, se rodeó el pene y comenzó a masturbarse.
Su dedo entraba y salía de Miley y absorbía cada gota de esencia con la lengua mientras se masturbaba cada vez más rápido, cada vez más fuerte. Ella jadeó con fuerza y él sintió sus testículos pulsar enviando el semen hasta la abertura de su glande. Su boca exhaló un grito sordo que brotó de sus pulmones a la vez que el pastoso líquido cayó sobre la mano con que aprisionaba su pene duro y enrojecido. Con cada gota de esperma que abandonaba su cuerpo sentía mermar sus fuerzas. Los músculos se relajaron tanto, que su cabeza acabó vencida sobre el pubis de Miley con la respiración agitada, luchando por normalizarse; sus manos inertes, apoyadas sobre sus muslos.
Miley sintió el peso del hombre sobre su vientre. Sintió más que oyó su grito de liberación y sonrió. Echaba de menos sus manos y sus labios sobre ella pero, ante todo, se sentía poderosa al comprobar que él era débil ante el placer, que ella, con su cuerpo desnudo e inmóvil, le había vencido. Que ella tenía un poco de poder sobre él.
Un segundo después, casi recuperado, el hombre chasqueó la lengua enfadado consigo mismo. No había pretendido llegar tan lejos, no aún, pero en el momento en que el sabor sublime de Miley, tan delicioso y especial, se le había adherido al paladar, se había olvidado hasta de su propio nombre.
Miley era única. Y sería suya en cuerpo y alma. Quince años atrás había negado lo que sentía por ella debido a una estúpida cuestión de honor. Cinco años antes la había dejado escapar para que curase sus heridas. Cinco malditos años esperando a que regresara. Esta vez no permitiría que se le escabullera, costara lo que costara.
Miró a la mujer que tenía ante él y se sintió tentado de darse contra la pared. Miley respiraba agitadamente, todo su cuerpo temblaba y sudaba. Le estaba esperando y él estaba perdiendo el tiempo como un tonto. Se humedeció los labios y los posó con delicadeza sobre el vientre de Miley. Apoyó la mejilla sobre su ombligo y la sintió temblar. Por él.
Inspiró profundamente y esbozó en la mente su siguiente paso. Quería intentar algo.
Jugueteó un poco con su ombligo y luego se deslizó entre los muslos, ignorando su vulva acogedora, y recorrió con caricias lánguidas de su lengua el lugar donde el trasero termina. Miley contrajo los glúteos, él le mordió con suavidad las nalgas, frotó sus mejillas contra ellas dejándolas sonrosadas por el roce de su incipiente barba, se deleitó en su suavidad hasta que ella se relajó de nuevo. Entonces apoyó la palma de sus manos en cada nalga e introdujo los dedos en la unión de éstas. Ella volvió a tensarse. Él las masajeó, presionando y soltando, abriéndolas y juntándolas, siempre sin dejar de mordisquearlas y acariciarlas con las mejillas. Miley gimió. Él separó los glúteos y comenzó a trazar círculos con la lengua alrededor del pequeño orificio; sin llegar a tocarlo, sólo tentándolo.
Ella jadeó, impresionada. No podía creer que eso le estuviera gustando. No era posible, pero deseaba que él se dejara de juegos y fuera directo al grano.
Como si le hubiera leído el pensamiento, su lengua se sumergió allí donde más se la deseaba. Presionó contra el ano una y otra vez hasta que la oyó jadear. Entones, y sólo
entonces, comenzó el recorrido inverso, subiendo por el perineo hasta llegar a la vagina para hundirse en ella. María soltó el borde de la mesa y llevó las manos a la cabeza del hombre para obligarle a ir hasta su clítoris, ya no podía esperar más.
—Aún no, preciosa, aún no —susurró él, cogiéndola por las muñecas y volviendo a colocarle las manos al borde de la mesa. Miley gruñó un poco antes de obedecer. El muy cabrón la estaba volviendo loca.
Cuando introdujo de nuevo la lengua en su vagina, lo hizo a la vez que presionaba con la yema del índice su ano humedecido por la saliva. Miley ya sabía lo que tenía que hacer: empujar.
El dedo entró apenas un centímetro en su recto. La lengua se introdujo del todo en su vagina, presionando el punto G... o el J... o K, el que fuera, porque no era sólo uno. Era todo su interior el que colapsaba con sus húmedas caricias. Separó las manos del borde de la mesa unos centímetros antes de ser capaz de volver a aferrarse a ésta de nuevo. Si seguían así acabaría por dejar la marca de los dedos en la madera.
La lengua tentaba su interior, entrando y saliendo de ella al mismo ritmo que el dedo presionaba y se relajaba en su ano. El estómago de Miley era como un flan de gelatina, temblaba sin poder evitarlo; sus pechos subían y bajaban incapaces de serenarse. Sus finas manos se alejaron del borde de la mesa y asieron al hombre del cabello, con fuerza. Le importaba una mierda todo, le iba a llevar hasta el clítoris aunque tuviera que arrancarle todos los pelos de la cabeza.
El hombre sonrió para sí y se dejó guiar. Penetró con el anular el lugar donde antes estaba su lengua mientras las manos de Miley lo aplastaban contra el clítoris erguido y tenso. Y él, obediente, lamió y succionó atento a los temblores de sus manos, al aroma cada vez más especiado que emanaba de su piel, a los labios cada vez más hinchados; buscando las pistas para absorber más o menos fuerte, para penetrar con un dedo, o dos, en su vagina.
El que tentaba el ano se introdujo hasta la primera falange, salió y volvió a introducirse. Dentro, fuera; cada vez un poco más hasta llegar a la segunda falange.
Y seguía lamiendo, arañando tímidamente con los dientes, succionando... Los dedos en la vagina entrando y saliendo cada vez más rápido, cada vez más profundo. El que ocupaba su ano se movía a los lados; cada vez más lejos. Y Miley no pudo más.
Apretó con fuerza los puños sin importarle los mechones de cabello enredados en ellos y gritó mientras él seguía extrayendo placer de su cuerpo.
Cuando sus manos se relajaron y cayeron sobre la mesa, él levanto la cabeza del paraíso entre sus piernas y se alzó sobre ella para inclinarse sobre su rostro. La besó en los labios delicadamente, como si fuera lo más preciado del mundo.
Y en realidad lo era.
Se colocó a un lado y, sin dejar de mirarla, desató con cuidado los nudos de la cuerda atada a su pierna izquierda. Cuando los soltó, pasó su fuerte brazo por debajo de su rodilla y la sostuvo. Con la mano libre desató la cuerda que quedaba y, al terminar, la levantó en volandas, como a una novia, y la llevó hasta la cama. La colocó con cuidado en el centro, se tumbó a su lado y la besó. Fue un beso casi infantil. Posó sus labios sobre los de ella y los acarició lentamente antes de separarse.
Miley subió la mano hasta el pecho masculino y recorrió con suavidad su piel. No era una caricia erótica, solamente era una manera de estar conectada a él. Él la abrazó
cariñosamente y volvió a besarla, quizá con un poco más de pasión, pero sobre todo con mucha, mucha ternura.
El sol se ocultó lentamente en el cielo y la luna se asomó a ver cómo le iba al planeta Tierra. El tiempo transcurrió perezoso en una cabaña perdida en medio de un claro rodeado de robles, pinos y encinas mientras un hombre y una mujer se alimentaban el uno del aliento del otro y se exploraran con las manos, impregnando sus sentidos con la tersura de la piel del amado.
Ninguno de los dos supo cuánto tiempo pasaron besándose, acariciándose, (amándose).
A ninguno de los dos le extrañó este cambio en su encuentro, que de ser abiertamente sexual, había pasado a convertirse en algo íntimo y personal. Quizá estaban aún bajo el influjo de la ensoñación que se produce tras el orgasmo o simplemente fuera que, tras años de espera, tristeza y anhelo, el destino había decidido dar una oportunidad a dos personas para que encontrasen a su alma gemela. Fuera como fuera, ellos estaban felices ignorando todo lo que no fuese la presencia del otro.
Él no podía dejar de observarla, de recorrer su rostro una y otra vez, de deslumbrarse con cada uno de sus rasgos, de sentir bajo sus dedos el dulce tacto de su piel de seda. Se negaba a dejar de tocarla, a separarse de ella, temiendo que ella recuperara la razón y huyera como alma que lleva el diablo. Aunque si eso sucediera, sabía exactamente dónde buscarla.
Y haría lo que fuera por atraerla de nuevo a su lado.
Miley se sentía como en una nube, como si por una vez en su vida estuviera siendo realmente ella misma. Su verdadero yo se encontraba por fin en casa, entre los brazos de ese hombre; henchida por su calor, seguridad y afecto. Sus besos le transmitían un cariño tan intenso, que convertía la pasión anterior en un simple preludio para algo mucho más profundo. Sus manos decoraban su cuerpo trazando círculos y espirales eternos, envolviendo sus sentidos en oleadas de entendimiento y reconocimiento mutuo.
Los dedos de Miley ascendieron por logran hombre, rodearon su clavícula y se internaron en el suave pelo que se le rizaba en la nuca. Él suspiró al sentir su tacto, presionándolo para que se acercase más. Los labios de ambos se abrieron a la vez y los besos pasaron de ser tiernos a ser apasionados. Sus lenguas se juntaron, se reconocieron y se amaron.
Él gimió al sentir su cálido contacto y casi perdió el control.
Casi.
Con los últimos retazos de voluntad, buscó bajo la almohada hasta encontrar uno de los condones que había dejado allí, rasgó el envoltorio y se lo colocó sobre el pene erecto.
Miley escuchó el sonido de un paquete al rasgarse e instintivamente supo lo que era. Su cuerpo sensible por las caricias recibidas gritó de alegría, su vagina se estremeció anticipando el placer mientras en sus labios, se extendía una sonrisa sincera y excitada. Sus piernas se abrieron; esperándolo, anhelándolo.
La penetró lentamente. Con cuidado. Como si fuera lo más preciado del mundo y tuviera miedo de romperla.
Y así era.
Miley gimió al sentirlo dentro. Parecía creado específicamente para ella. Su miembro se acoplaba perfectamente en su interior llenándola intensamente; colmándola con su sola presencia.
Él creyó morir al entrar en ella. Se sentía inmerso en una nube de éxtasis. No podía existir nada más sublime ni más perfecto. Deseaba detener el tiempo, hacer que ese instante fuera eterno.
Miley se movió, le rodeó las caderas con sus largas y suaves piernas y él se perdió en ella. Sus cuerpos se movieron acompasados en un ritmo tan antiguo como la propia tierra. Sus corazones latieron al unísono. Su sangre hirvió en las venas a la misma temperatura cuando sus sentidos estallaron.
Horas, minutos o segundos después, se separaron. Empapados el uno en el otro. Estremecidos. Perdidos.

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