martes, 27 de noviembre de 2012

The Far Future cap.12




Habia perdido el juicio. ¿Demi Lovato? ¿Otra vez? Yiannis apretó con fuerza el volante y sacudió la cabeza, sin poder comprender tanta estupidez. ¿En qué estaba pensando? En realidad no había pensado en absoluto. O por lo menos no con la cabeza. Otras partes de su anatomía siempre hablaban mucho más alto cuando estaba cerca de Demi. Desde el momento en que la había visto delante de
la casa de su abuela, con las manos llenas de bolsas de comida, la había deseado con locura. Y después de conocerla mejor, de pasar tiempo a su lado, en la cama y fuera de ella, nada había cambiado. Pero ella seguía buscando lo mismo que unos años antes. Amor, familia, romance… 
Y lo había conseguido, al parecer, pero… ¿dónde estaba su príncipe azul cuando más lo necesitaba? 
Ocupado…
Aquello no tenía sentido. ¿Cómo podía estar tan ocupado como para no estar con ella mientras operaban a su abuela? ¿Acaso no sabía lo mucho que Demi quería a Maggie? Él sí que lo sabía muy bien.
Al ver que ella no llamaba se había impacientado mucho y, en cuanto Harry se había levantado de la siesta, lo había metido en el coche y había vuelto al hospital.
Decisión correcta. Nada más verla por la ventana se había dado cuenta de que no podía con ello sola. Necesitaba a alguien que estuviera a su lado…
Necesitaba que le dieran un beso… 
Y él estaba allí. Ese prometido fantasma hubiera podido hacerlo de haberla acompañado. Pero, sobre todo, lo había hecho, tal y como le había dicho a ella, porque quería. Probablemente debería haberse
resistido. No solía encapricharse de mujeres comprometidas, pero… Era Demi.
¿Alguna vez había podido resistirse a ella?
Nunca.

Demi no quería pensar en Joe, besándola. Se había limpiado la cara con el dorso de la mano en cuanto él se había marchado. ¿Qué estaba tratando de hacer? Sus besos no tenían sentido. Eran molestos, incómodos, irritantes… Y el efecto que tenían en ella la sacudía de pies a cabeza.
Después de marcharse Joe, había ido a ver a la abuela.
Al ver a la mujer que yacía en la cama después de la operación, se le cayó el alma a los pies. Su abuela nunca había sido muy corpulenta, pero parecía diminuta en aquella cama tan grande. Tenía los ojos cerrados, los labios pálidos, y sus mejillas eran casi del mismo color que la sábana. Demi se detuvo abruptamente
junto a la puerta. Entrelazó las manos y respiró hondo. Tenía que estar tranquila para poder mostrarle su mejor cara. Pero la única cosa que la tranquilizaba en ese momento era la línea verde que se veía en la pantalla del monitor, la que probaba que su abuela seguía viva.
–Está muy bien –la enfermera pasó por su lado y anotó lo que veía en las máquinas.
–¿Quién está bien? –preguntó una vocecita ronca desde la cama.
–¡Abuela! –Demi corrió hacia la cama justo a tiempo para verla abrir los ojos.
Una sonrisa asomó a los labios de la anciana.
–Todavía sigo aquí –dijo, fingiendo estar molesta.
–Claro que sí –dijo Demi, tomando su mano y llevándosela a los labios.
Estaba fría, pero la abuela le dio un buen apretón–. Y gracias a Dios por eso.
–A lo mejor no lo agradeces tanto cuando me vaya a casa –dijo Maggie. Su voz sonaba más grave que nunca.
–Oh, claro que sí –juró Demi. Se inclinó y besó a su abuela en la mejilla, contenta de descubrir que no la tenía tan fría como la mano. Maggie cerró los ojos.
La enfermera comprobó sus constantes vitales y entonces se volvió hacia Demi.
–Puede quedarse si quiere, pero dormirá durante un buen rato.
–No, no puede quedarse. Tiene que irse a casa. Tienes que ayudar a
Joe con Harry.
–Joe se las está apañando muy bien solo –admitió Demi–. Harry y él vinieron cuando estabas en el quirófano.
–Es buen chico –dijo la abuela, sonriente.
¿Harry o Joe? Demi no lo sabía con seguridad.
–Vete a casa –le dijo su abuela, insistiendo.
–Todavía no.
–¿Estás preocupada por mí?
–Yo… un poquito –admitió Demi. No tenía sentido mentirle–. Pero intento mantenerme positiva –añadió, ofreciéndole una sonrisa.
–Llegará un día en que ya no podrás –la abuela soltó una carcajada.
–No.
–Te estoy complicando mucho la vida.
–Eres parte de mi vida –dijo Demi con firmeza–. Una de las mejores partes, en realidad.
–Me alegro de que pienses eso –dijo la abuela y entonces sacudió la
cabeza–. Probablemente cambiarás de idea cuando yo salga de aquí. ¿Cuándo salgo de aquí?
–No lo sé todavía –dijo Demi con sinceridad–. Te quedan un par de días más en el hospital. Y después tendrás que hacer un poco de rehabilitación. El doctor Singh dijo que vendría a hablar contigo por la mañana.
No mencionó el ofrecimiento de Yiannis. No era el momento. Y con un poco de suerte no tendría que decírselo nunca. A lo mejor la abuela se daba cuenta por sí sola de que era una mala idea regresar a su apartamento encima del garaje y sugería la posibilidad de marcharse a San Francisco con ella. Como si sus pensamientos lo hubieran provocado, el teléfono móvil le empezó a sonar.
–Es Wilmer –le dijo Demi a su abuela y después habló por el auricular–. Hola. El momento perfecto. La abuela ha salido de cirugía. Está muy bien.
–Estupendo. Y yo ya he resuelto lo del vestido.
–¿Tú…? ¿Qué?
–Hoy comí con Margarita en Lolo’s. ¿La recuerdas?
Sí que la recordaba. Margarita era una joven ejecutiva agresiva que
trabajaba con Wilmer.
–Te dije que necesitabas un traje para la fiesta –dijo Wilmer–. Y ella me dijo que conocía un sitio perfecto donde comprarlo. A la moda, sofisticado, elegante…
Ahí estaba de nuevo. La palabra de siempre…
–Puedo comprarme mis propios vestidos, Wilmer. Aquí hay muchos sitios donde puedo mirar.
–Claro. Pero pensaba que ibas a estar todo el tiempo en el hospital. No quería ponerte presión. Margarita se ofreció a escoger un modelo para ti.
Demi sabía que solo trataba de ayudar. Respiró hondo, consciente de que la abuela escuchaba en todo momento, aunque tuviera los ojos cerrados.
–Seguro que puedo arreglármelas sola, pero, por favor, dale las gracias a Margarita de mi parte.
–¿Estás segura? –le dijo Wilmer.
–Si tengo algún problema, te lo haré saber.
–Por favor –dijo Wilmer–. Si no lo has encontrado para el fin de semana, y todavía no puedes venir a casa, yo iré para ayudarte a escoger uno.
–¿Harías eso? –le preguntó Demi, esperanzada.
–Veré qué puedo hacer. Te llamaré mañana. Dile a tu abuela que le deseo lo mejor, que se recupere pronto. Te quiero.
–Yo también –dijo Demi y terminó la llamada. Trató de concentrarse en el lado positivo de la conversación. Recordó a su prometido, su cara de rasgos finos y aniñados.
–Es todo un detalle que se ocupe de Harry –dijo de repente la abuela, empeñada en hablar de Joe.
–Sí.
–Ha sido una gran ayuda para mí desde que se mudó. Venderle la casa ha sido lo mejor que he hecho en muchos años.
Demi discrepaba un poco, pero no quería entrar en una discusión con la abuela en ese momento.
–Esperaba que Joe y tú… terminarais juntos.
Era la primera vez que le decía algo así.
–No –dijo Demi con firmeza.
–Bueno, evidentemente solo era una esperanza. ¿Él no te gusta?
–Ha sido muy bueno contigo –Demi sonrió cortésmente.
–Sí, pero me refería a…
–A Joe no le gustan los compromisos a largo plazo.
–A lo mejor solo necesita una buena razón para lanzarse a la piscina – sugirió su abuela, sonriente.
–La vida no es un cuento de hadas –dijo Demi al final–. Ni un musical de Broadway.
–Por desgracia, tienes razón. Pero tienes que admitir que todas esas
canciones vienen bien.
–Sí.
Pero todo tenía un límite. Demi se puso en pie y le dio un beso.
–Tengo que irme. Joe lleva todo el día con Harry. Ya es hora de tomar el relevo.
–Eres una buena chica –la abuela sonrió.
–Claro que sí –Demi sonrió.
–Joe debería darse cuenta.
–Wilmer se da cuenta –dijo Demi.
–Eso espero, de verdad.




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