martes, 27 de noviembre de 2012

I Don't Want To Love You cap.22






Convencer a un taxista para que la llevase a Greenwich a esa hora no fue tarea fácil y, además, iba a costarle una fortuna. El viaje le pareció interminable y cuando llegaron a la puerta de la finca era más de medianoche. Tal vez Nick ni siquiera estaría en casa, pero sospechaba que sí. Se había escondido en Greenwich con más frecuencia últimamente.
El taxista pulsó el botón del intercomunicador, pero no fue Nick quien respondió. Estaba casi segura de que era John. Un momento después, el taxi la llevó hasta la puerta de la casa y Miley pagó el viaje, pero no le dijo que esperase.
John estaba en la entrada, con cara de preocupación.
–Buenas noches, señorita Laingley.
–¿Nick está en casa? –Sí, pero se fue a la cama hace una hora –respondió el chófer.
–Tengo que verlo. Dile que lo espero en su estudio.
No le dio oportunidad de protestar. Sencillamente, entró en la casa y se dirigió al estudio sin molestarse en encender la luz; tal vez porque había algo consolador en la oscuridad.
De pie frente la ventana, admiró el cielo cubierto de estrellas. Un millón de deseos, pensó tontamente. Pero ella solo necesitaba uno.
La puerta se abrió poco después y Miley cerró los ojos un momento antes de volverse.
–¿Qué ocurre? –exclamó Nick, encendiendo una lamparita–. ¿Qué haces aquí a estas horas? –¿Hemos terminado? –le preguntó.
Él parpadeó sorprendido.
–No te entiendo.
–Deja que te lo explique entonces: te quiero, Nick.
Él se puso pálido y esa reacción lo decía todo. Pero un demonio interior la animaba a persistir. Había ido hasta allí y llegaría hasta el final.
–Necesito saber dónde estoy. Un día pareces sentir algo por mí y luego te apartas, portándote como si fueras un extraño.
–He sido sincero contigo desde el principio.
–Sí, es cierto. Pero tus actos contradicen tus palabras. Y necesito saber si hay una oportunidad para nosotros.
Nick iba a darse la vuelta y eso la puso furiosa.
–No me des la espalda. Al menos, dímelo a la cara. Dime por qué no puedes quererme. Entiendo que has querido a otras personas en tu vida, pero es hora de seguir adelante, Nick. Tienes un hijo que te necesita.
Él se volvió, mirándola con expresión furiosa.
–¿Que siga adelante? ¿Crees que solo por soltar ese cliché yo debo decir: ah, muy bien, tienes razón, y luego podremos vivir felices para siempre? 
–Lo que creo es que es ridículo pensar que no puedes amar a nadie más.
Nick cerró los ojos un momento.
–No es que no pueda volver a amar. No soy de los que creen que solo tienes una oportunidad en la vida, que solo hay una persona a la que puedes querer con todo tu corazón.
–¿Entonces por qué? –exclamó Miley–. ¿Por qué no puedes quererme a mí y a nuestro hijo? Él golpeó el escritorio con la mano, mirándola con expresión torturada.
–No es que no pueda quererte, es que no quiero hacerlo. ¿Lo entiendes? No quiero amarte.
Miley dio un paso atrás, tan sorprendida que no podía responder.
–Si no te quiero no sufriré si te ocurre algo –siguió Nick–. Si no te quiero, no me romperás el corazón. No quiero volver a pasar por lo que pasé cuando vi a mi mujer y a mi hijo muriendo ante mis propios ojos. Tú no puede entender eso y espero que nunca tengas que entenderlo.
Miley se abrazó a sí misma, como si eso la consolara de tan frío rechazo.
–¿Nos dejas fuera de tu vida porque te da miedo volver a sufrir? ¿Qué clase de monstruo eres? 
–No soy ningún monstruo. Pero no quiero sentir, no quiero volver a sentir nada.
–¡Eres un canalla! –exclamó Miley entonces–. ¿Qué demonios has estado haciendo estos últimos meses? ¿Si estabas tan decidido a no sentir nada por qué has seguido acostándote conmigo? 
Nick bajó la mirada, pero no respondió.
–¿Debo sentir pena por ti? ¿Debo compadecerme de tu dolor? Pues lo siento, pero no puedo hacerlo. La vida no es perfecta para nadie, pero la gente no se vuelve de hielo por eso. Se levantan, reúnen fuerzas, intentan seguir viviendo…
–Ya está bien –la interrumpió Nick, con los dientes apretados.
–No voy a callarme. De hecho, acabo de empezar –siguió ella– y tú vas a escucharme quieras o no. Me debes eso al menos –Miley respiró profundamente, intentando armarse de valor–. Un día lo lamentarás, Nick.  Lamentarás habernos dado la espalda a mí y a nuestro hijo.
Algún día querrás volver a casarte y pensarás que tienes un hijo en algún sitio que nunca tuvo un padre porque fuiste un cobarde.
–No creo que a mi futura esposa le importase que tuviera un hijo con otra mujer –replicó él, desdeñoso.
Miley dio un paso atrás como si la hubiera abofeteado.
–Lo siento, no quería decir eso… 
Ella lo interrumpió con un gesto. Apenas podía mantener la compostura y solo el orgullo evitaba que se pusiera a llorar.
Aquella conversación no tenía sentido, no resolvía nada, al contrario.
–Hemos terminado –le dijo–. No quiero nada de ti, Nick. No quiero tu dinero, no quiero tu apoyo. Y, definitivamente, no quiero volver a verte. No te quiero cerca de mi hijo. Mío, no tuyo. Tú no nos quieres y, francamente, tampoco yo te quiero a ti.
–Miley… 
–No quiero escuchar una palabra más. Pero te digo una cosa: un día
te darás cuenta del error que has cometido y ese día yo no estaré ahí –Miley se llevó las manos al abdomen–. No estaremos ahí. Yo merezco algo más, merezco un hombre que me lo dé todo y no alguien que tira un puñado de dinero para acallar su conciencia. Mi hijo merece algo más, merece un padre que lo quiera de manera incondicional, no un hombre incapaz de amar a nadie más que a sí mismo.
Después de decir eso se dio la vuelta, pero se detuvo en la puerta para mirarlo por última vez.
–Nunca te he pedido nada y es verdad que dejaste claro desde el principio que no querías saber nada de compromisos, de modo que he sido yo quien ha cometido un error. Pero no voy a castigarme toda la vida por haber cometido un error y no voy a dejar que mi hijo sufra por mi culpa. Te diría que espero que seas feliz, pero tengo la seguridad de que no podrás serlo porque lo que te gusta es sentirte desgraciado.
Miley cerró de un portazo y solo cuando llegó a la entrada recordó que no le había pedido al taxista que esperase. De modo que estaba en Greenwich y Demi estaba en el hospital… 
–¿Puedo llevarla a su casa, señorita Cyrus? – le preguntó John.
Miley, con los ojos llenos de lágrimas, dejó que el chófer la ayudase a subir al coche.




1 comentario:

  1. dios michelleee :'(
    fue tan triste
    #nick tonto muy muy tonto
    wuaaaaa lloro como niña chiquita :'(
    sube mas amiga por fas me encanto !!!
    necesito saber qe pasa!
    te quiero byee besitos

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