Pero verle con ese biberón en la mano era una imagen demasiado
impactante como para cerrarlos.
–¿Quieres dárselo tú? –preguntó él de repente.
Demi dio un salto. Trató de fingir que su pregunta la había despertado, en vano.
–¿Qué…?
Se levantó sobre un codo y miró hacia él.
–Me has despertado –le dijo, intentando sonar adormilada.
–Ya.
Claramente él no la creía, y con Harry llorando cada vez más fuerte, era inútil seguir fingiendo. Joe cerró el grifo y se echó un poquito de líquido del biberón en el brazo.
–Pareces todo un profesional –Demi no pudo evitar decirlo.
–He tenido que darle de comer a unos cuantos.
Joe llevó la botella de vuelta al salón, pero al ver que ella no tenía
intención de ofrecerse voluntaria para alimentar al niño, se encogió de hombros.
–Disfrutando de un sueño reparador –le dijo con sarcasmo y siguió de largo.
La puerta del dormitorio se abrió. El llanto de Harry ya era ensordecedor. Se volvió a cerrar y el sonido se aplacó. Unos minutos después el llanto desconsolado cesó de golpe. Se oía algún hipo que otro, y suspiros… De repente oyó a Joe, murmurando algo… Era aquella voz profunda y cálida que recordaba, la voz con la que le hablaba cuando estaban en la cama. Susurros, sugerencias, palabras bonitas… Demi sintió que todas las células de su cuerpo
despertaban ante aquel sonido. Se quedó quieta y escuchó, los murmullos, el silencio, el ruido de las olas al romper en la orilla. Todo su cuerpo vibraba. Podía imaginarse a Harry, acurrucado en los brazos de Joe. Ahuyentó la imagen de su cabeza. Cerró los ojos. Pensó en la abuela, en lo que pasaría después de la operación. Pensó en Wilmer. Trató de imaginarse a Wilmer con un bebé en brazos, el bebé de los dos… Pero ese bebé hipotético no podía competir con el que tenía en la habitación contigua. Oía gemidos, gorjeos… Y después una suave voz masculina contestaba… Era como si estuvieran conversando.
Joe y un bebé.
Demi sintió que algo le apretaba la garganta. Tragó en seco, trató de poner la mente en blanco. No quería esas fantasías… Pero entonces oyó otro sonido. No. Era imposible. Su mente rechazó la idea de inmediato. Y sin embargo… Se esforzó por escuchar más. Sí. Podía oírlo muy bien. Suave, rítmico, melódico. Joe Jonas le estaba cantando una canción de cuna…
Para cuando se abrió la puerta, apenas unas horas más tarde, Demi ya se había levantado, se había vestido y, sobre todo, se había puesto su máscara protectora. Se había quedado despierta hasta un buen rato después de haber oído la canción de cuna, tratando de pensar en las imágenes que la misma evocaba, recordándose que
Joe seguía siendo el mismo hombre y ella la misma mujer.
Habían pasado casi cuatro años, pero ambos seguían queriendo cosas diferentes.
Que fuera capaz de darle el biberón a un bebé y cantarle una canción no significaba que quisiera uno propio. Wilmer, en cambio, sí que lo quería. Se lo había dicho. Tenía que recordarlo.
Se había dado una ducha y se había puesto ropa adecuada para ir al
hospital, unos pantalones color crudo y un top sencillo con un estampado en tonos naranjas y dorados que llamaba la atención más que su pelo. Era una especie de camuflaje. En otra época a Joe le encantaba acariciarle el cabello… Pero en ese momento lo llevaba sujeto con un coletero, tan apretado que casi le dolía el cuero cabelludo. Así recordaría bien que no podía volver a flaquear con él… De repente se abrió la puerta. Con una sonrisa en los labios, y completamente vestido esa vez, Joe salió. El bebé estaba en sus brazos. Llevaba una barba de unas horas… Demi no pudo evitar recordar aquellas mañanas deliciosas cuando estaba en la cama con él.
–Buenos días –le dijo, armándose de valor y poniendo un escudo ante esos pensamientos.
–Buenos días –masculló él, todavía adormilado.
–¿Has dormido bien? –le dijo ella, intentando mantener un tono entusiasta, quizá demasiado.
Él la miró como si quisiera fulminarla en el sitio.
–Oh, sí, claro.
Demi decidió no seguirle el juego. No iba a contestar a su provocación. No era el momento ni el lugar.
–Buenos días, Harry –dijo, concentrándose en el pequeño–. ¿Has dormido bien?
Harry sin duda sabía que le estaba hablando a él. Se volvió y escondió el rostro contra el pecho de Joe. Demi le hubiera hecho cosquillas en los pies, pero no quería acercarse tanto a Joe.
–He hecho café –se limitó a decir–. Si quieres.
A Joe le encantaba el café por la mañana y le había hecho una cafetera completa. Tenía que restarle importancia al asunto de alguna forma, probarse a sí misma que podía estar a su lado sin que le afectara tanto. La sonrisa que él le lanzó, sin embargo, causó tantos estragos en los latidos de su corazón que Demi casi deseó no haber preparado el café.
–Me has caído del cielo –le dijo él. Cambió al niño de lado para poder echar el café en una taza–. Gracias –le dijo con sinceridad al tiempo que se llevaba la taza a los labios.
Harry quiso agarrarla de forma automática, pero Joe cambió de postura sin esfuerzo alguno y logró mantenerle lejos del café caliente. Demi arqueó las cejas.
–Se te da muy bien.
–¿Se me da muy bien servir café? –le preguntó él, perplejo.
–Manejar bebés.
–Tengo mucha práctica.
–¿Con todos esos niños que tienes por ahí?
–Con todos esos sobrinos, primos… –le dijo, haciendo una mueca
sarcástica.
–¿En serio? –Demi sintió una punzada de envidia.
De repente se le ocurrió pensar que mientras ella estaba tan ocupada construyendo sus fantasías con él, nunca habían hablado de verdad de su familia.
–Muchos.
–Suerte que tienes.
Él dejó escapar una especie de gruñido.
–Siempre y cuando sean de otra persona.
No. Definitivamente no había cambiado nada. Pero, le gustaran o no los niños, sí tenía muy buena mano con ellos. Se movía con facilidad por la cocina.
Buscó un biberón para Harry, lo llenó de agua y destapó con destreza una lata de leche en polvo. No tuvo problemas con Harry hasta que empezó a echar cucharadas del polvo dentro del biberón, momento en el que el niño empezó a retorcerse. Demi se alegró de ver que su pericia sí conocía límites al fin y al cabo.
–Déjame a mí –le dijo, levantándose y echando las cucharadas.
Sus dedos se rozaron momentáneamente. Demi sintió un cosquilleo de inmediato. La reacción era tan instantánea que el momento parecía sacado de una novela romántica. Sin el héroe de la historia… evidentemente. Se puso un poco nerviosa y la cuchara se le escurrió de entre las manos, aterrizando sobre la encimera con un pequeño estruendo. Él volvió a dársela.
Sintiéndose como una completa idiota, Demi volvió a meterla en la lata.
–¿Cuántas más?
–Tres.
Él la observó mientras echaba las cucharadas en el biberón. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que manaba de su cuerpo varonil, de su piel.
–Ve a sentarte –le dijo ella al terminar.
Sacudió el biberón con fuerza, dándole la espalda todavía. De repente una mano se coló por un lado para abrir un cajón que estaba delante de ella. Demi se sobresaltó.
–¿Qué ha…?
–Solo quiero buscar una cuchara –le dijo él en un tono tranquilo, paciente un tono que resultaba de lo más irritante–. Tengo que darle de comer.
–El biberón.
–Eso también.
Sacó la cuchara. Esa vez Demi se las arregló para no dar un salto, pero sí sintió un gran alivio cuando él agarró un tarro de melocotones y fue a sentarse frente a la mesa.
–Creo que hay una especie de silla alta en el armario –le dijo Demi–. Se ancla a la mesa. La he visto antes. Por lo visto, Misty la dejó aquí para no tener que subir y bajar una silla constantemente. Imagino que trae mucho al niño a casa de la abuela.
Cruzó la habitación y abrió el armario de los utensilios de limpieza.
–Aquí está –sacó una especie de silla plegable de lona y metal. Sabía que no podía ser difícil averiguar el mecanismo de apertura, pero tampoco parecía muy obvio.
–Dámela – Joe se la quitó de las manos y, al mismo tiempo, le entregó al niño.
–¡Qué…!
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