lunes, 19 de noviembre de 2012

The Last Nigh Cap.4






Era capaz de perder la cabeza por Kevin sólo con sus besos. Sus labios expertos la tentaban, mordisqueándola, hasta que un fuego incontrolable se apoderó de ella. Sin conseguirlo, intentó apartarse pero él la apretó aún más contra su cuerpo, uniendo sus caderas. A ella le temblaron las rodillas y el corazón se le aceleró, sintiéndose abrumada por aquel apasionado beso. No podía respirar.
Y, cuando abrió la boca para tomar una bocanada de aire, Kevin entrelazó sus lenguas y la excitación no hizo más que aumentar.
Kevin tomó su rostro entre las manos y la besó una y otra vez, mientras los dos jadeaban. En el pasado, ese tipo de beso había significado una noche llena de pasión bajo las sábanas.
Entonces, de pronto, Danielle recordó su chantaje y eso le dio fuerzas para apartarse.
No quería aquello. No quería que la invadieran los recuerdos de noches enteras de sexo con su marido.
Con el tiempo, había logrado sacarse aquellas imágenes de la cabeza, o casi. Había ido hasta su despacho para conseguir una firma y, en vez de eso, había recibido una experiencia casi orgásmica.
Poniendo las manos sobre el pecho de él para apartarlo, Danielle separó sus labios.
Kevin le miró los labios y sonrió.
–Dos semanas va a ser mucho tiempo.
–Podríamos darlo por terminado aquí y ahora
–propuso ella y, sin poder evitarlo, miró hacia el
escritorio de él.
–Muy tentador –repuso Kevin y la recorrió con la mirada–. Pero hemos hecho un trato.
–¿No podemos deshacerlo? –preguntó Danielle y deseó que su petición sonara segura y firme, en vez de desesperada.
Kevin se apartó de ella y negó con la cabeza.
–¿Igual que deshiciste nuestro matrimonio? No, Danielle. Esta vez no vas a escapar de mí. De hecho, quiero que cenes conmigo mañana por la noche. Te recogeré a las siete.
Danielle puso los brazos en jarras. ¿Quién era ese hombre? Sin duda, no era el hombre del que se había enamorado hacía nueve años.
–No puedes darme órdenes. No soy tu esclava.
Molesto, Kevin se rascó la cabeza, reconociendo
su error.
–Lo siento –dijo él–. Me parece que he perdido práctica a la hora de quedar con una dama.
Su confesión tocó un punto débil en el corazón de Danielle. A pesar de lo furiosa que estaba, era agradable darse cuenta de que aún quedaba algo del hombre que había conocido. Y saber que Kevin había perdido práctica con las mujeres la hizo sentirse
muy cómoda.
Kevin se aclaró la garganta e intentó empezar de nuevo.
–Danielle, me gustaría que cenaras conmigo mañana por la noche. Tenemos mucho que contarnos.
Y podrías aconsejarme respecto a algunas cosas.
Curiosa, Danielle arqueó las cejas.
–¿Aconsejarte?
–Sí. Tú siempre has sido muy equilibrada y conoces a las partes implicadas. Me gustaría explicártelo. ¿Cenarás conmigo?
La curiosidad de Danielle aumentó y le hizo imposible negarse.
–De acuerdo. Me alojo en el hotel Cuatro Estaciones.
Kevin asintió.
–Te recogeré a las siete.
Kevin se dirigió al escritorio para tomar la carpeta de Danielle y, sin detenerse, posó la mano en su espalda y la acompañó a la puerta. Le tendió la carpeta y la miró a los ojos.
–Tengo muchas ganas de que llegue mañana.
Danielle asintió, mordiéndose la lengua para no responder
algo cortante y no decirle que había aceptado porque no tenía elección. Pero sí la tenía, pensó Danielle. Podría haberse inventado
una excusa. Quizá, eso hubiera sido más inteligente. Sin embargo, había sentido curiosidad, no sólo por el consejo que quería pedirle, sino por saber qué había sido de sus amigos de Somerset.
Después de dejar a su marido, había perdido contacto con muchas personas y siempre lo había lamentado. Quizá fuera hora de retomar esas amistades, aprovechando su estancia allí.
Salió del despacho de Kevin sintiéndose contenta.
No era así como había imaginado su encuentro, pero estaba muy cerca de conseguir su objetivo. Y eso era lo único que le importaba.
En vez de parar un taxi, Danielle caminó hasta su hotel, a pesar de que estaba a diez manzanas de distancia y llevaba tacones altos. Un poco de aire fresco le sentaría bien, sobre todo después del impresionante beso de Kevin y de su ruin chantaje.
No sabía qué la había molestado más.
No tenía mucho poder de resistencia frente a los besos de Kevin. Desde el primer día, había sido incapaz de resistirse. Ésa era la razón por la que se había marchado en medio de la noche hacía cuatro años, porque había sabido que, si le hubiera contado sus planes, él la habría convencido para que se quedara. Kevin le habría expuesto sus razones, como había hecho tantas otras veces, y la habría besado hasta tenerla rendida a sus pies.
Sin embargo, había conseguido eludir su intento de chantaje, se dijo Danielle. Al menos, un poco.
Kevin había querido pasar una semana con ella, cuando estaba claro que su matrimonio había terminado. Pero ella le había ofrecido una sola noche.
Quizá no pareciera una victoria, pero ella sabía lo tenaz que era Kevin y hacer que cediera había sido marcar un tanto.
Apretó la carpeta entre los dedos y pensó en los documentos de divorcio que contenía. Pronto tendría la independencia que necesitaba para ampliar su negocio sin tener que recurrir al dinero de su madre, algo que había conseguido hasta el momento.
Desde que había dejado a Kevin, se había esforzado en ser independiente y estaba orgullosa de sus logros. Aunque su madre se había ofrecido a financiar su escuela de baile, ella había querido
hacerlo sola. Por eso, conseguir que Kevin firmara el divorcio era como un trato de negocios, una forma de conseguir su objetivo.
–Pronto, Danielle-bella –susurró ella, sonriendo al recordar el apodo que le habían puesto sus maestros de baile, que solían decir que bailaba como una princesa.
Pronto tendría lo que había ido a buscar, se dijo.




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