lunes, 5 de noviembre de 2012

Summer Hot Cap.10





—¿Adónde vas a estas horas? —preguntó Paul cuando vio a Miley vestida para salir.
—A dar una vuelta —esquivó ella la pregunta—. Hace un día precioso.
—Hace un calor tremendo, mamá, te va a dar un soponcio —aseveró su hijo.
—Me dará si me quedo un segundo más escuchando hablar de higos y brevas —refunfuñó Miley—. Volveré cuando haga más fresco —avisó.
Nieto y abuelo movieron la cabeza asombrados cuando Miley se fue. No eran horas para salir a la calle. En absoluto.
—Tu madre está muy rara últimamente.
—No sabes cuánto. Se ha puesto minifalda —comentó Frankie, frunciendo la frente llena de acné.
—¿Y?
—Odia llevar minifalda en el pueblo.
—¿Por?
—Dice que le da asco que los bichos que infestan cada rincón le suban por las piernas desnudas —explicó el joven, encogiéndose de hombros.
—Ah —respondió el abuelo—. Pues me alegro de que haya cambiado de opinión, está muy guapa con ella. Seguro que a uno que yo me sé se le va a caer la baba si la ve vestida así —sonrió para sí mismo. Su nieto le miró inquieto, no quería que se le cayera la baba a nadie con su madre.
Miley sintió que le abandonaban las fuerzas en el mismo momento en que pisó la acera. Si en la casa hacía calor, en la calle era bochorno. Eran casi las seis de la tarde y no corría ni un soplo de aire fresco, pero si volvía a oír otra vez la palabra higo o breva junto al nombre de Nick, empezaría a gritar. Su hijo sólo tenía en la mente acompañar a su tío en la próxima recogida del higo y su instinto de madre le decía que si se despistaba acabaría recogiendo esas «cosas» ella también. ¡Puag!
Además, y para ser sincera, estaba ansiosa por ponerse en camino. No había dormido en toda la noche pensando en él. Había pasado todo el día divagando con su próximo encuentro y, aunque era demasiado pronto para ir a la cabaña, pensó algo nerviosa, nada en el mundo la convencería de esperar un poco mis.
Las dos veces anteriores había llegado alrededor de las ocho de la tarde. Si tardaba en llegar a la cabaña casi tres cuartos de hora, como mucho se presentaría allí a las siete. Iba a parecer que estaba desesperada por verlo o, peor aún, podía llegar demasiado pronto y encontrarse con que él no estaba. Si ése era el caso, ¿qué haría? ¿Esperar en la cabaña? Probablemente estaría cerrada con llave. ¿Hacer tiempo de pie en mitad del claro observando a los caballos? Eso parecía un poco humillante, claro que no tanto como llegar y encontrar las rejas que vallaban la propiedad cerradas, en cuyo caso, no le quedaría otra opción que darse media vuelta y volver al pueblo; por nada del mundo esperaría anhelante a que él tuviera a bien regresar a su finca y permitirle el paso. Tenía ganas de verle, pero no tantas como para humillarse de esa manera, O tal vez sí…
Se paró en mitad de la calle y dio un fuerte pisotón. «¡No seas idiota! Sólo estás dando una vuelta», se reprendió a sí misma.
—Todo el mundo es libre de dar un paseo por donde le salga de las narices —aseveró en voz alta.
—Claro que sí, hijita —coincidió una anciana vestida con una falda negra hasta media pan tortilla, una chaqueta de manga larga, también negra, y un pañuelo del mismo color cubriéndole la cabeza—. ¿Y tú de quién eres? —preguntó cerrando los ojos y aspirando profundamente, como olisqueándola.
—Soy la exmujer del difunto hijo del Rubio —contestó Miley maquinalmente, estremeciéndose por dentro. ¿Cómo podía llevar tanta ropa encima esa buena mujer?
—No lo creo —afirmó la anciana aún con los ojos cerrados.
—Ah, ¿no? —Repasó mentalmente la frase de presentación. Era correcta. Todo el mundo del pueblo la conocía así.
—No, tú eres una Viva —sentenció abriendo sus ojos, mostrando un fantasmal iris blanco.
—¿¡Perdón!? 
—Ay no, por favor, no. Lo sabía, ningún hombre podía mantener su bocaza cerrada—. ¿Me está diciendo que soy una «viva la Virgen»? —Miley se estiró y frunció el ceño intentando parecer amenazante, aunque se daba perfecta cuenta de que no le serviría de nada, ya que la mujer era casi ciega.
—Claro que no hijita, te estoy diciendo que tú nunca has sido del hijo del Rubio.
—¿No? Esto... bueno, por supuesto que no. Yo no pertenezco a nadie —afirmó estupefacta, no podía creerse que esa viejecita tuviera la mente abierta y las ideas modernas.
—Claro que sí, hijita, claro que sí. Tú perteneces al Vivo.
—¿A un vivo? 
—Mira que me he encontrado con gente rara en mi vida, pensó Miley, pero ésta mujer se lleva la palma; claro que con tanta ropa lo mismo está delirando del calor.
—No, al Vivo —especificó la anciana—. Hazme caso, tengo mala vista —dijo mostrando sus ojos totalmente nublados por las cataratas—, pero Dios me ha dado buen olfato y, desde que viniste por primera vez al pueblo, hace ya casi quince años, me lo olí —dijo dándose golpecitos con un dedo artrítico en la nariz—. Nunca has sido del hijo del Rubio. Tú eres del Vivo —sentenció clavándole el dedo en el esternón—. No te molestes en huir —continuó mirándola fijamente. Sus ojos blancos parecían brillar—, porque él te pillará; se te meterá dentro y atará su alma a la tuya.
—Tonterías, no conozco a ningún «Vivo» —farfulló Miley dando un paso atrás. La vieja le estaba empezando a dar grima.
—Lo conoces, pero no lo sabes. Le perteneces, pero aún lo dudas —aseveró—. Haz caso a esta vieja bruja que no ve, pero huele —aconsejó dándose golpea tos en su larga y picuda nariz de nuevo. Luego sonrió y se marchó renqueando, como si no se hubiera parado a hablar con Miley.
Miley la observó alejarse con un nudo en el estómago. Aramis Fuster era una tierna corderita comparada con la vieja renegrida de los ojos blancos.
Eran casi las siete de la tarde cuando llegó hasta las altas rejas de la finca. Estaba sudorosa y muy nerviosa. Durante todo el camino no había hecho nada más que pensar en la vieja y en el tal «Vivo».
Si la vieja decía la verdad, —y eso no quería decir que Miley se hubiera creído ni una sola palabra—, entonces el tal «Vivo» era el hombre que se le «metería dentro». Si lo decía en sentido bíblico, entonces era su amante misterioso. Si era su amante misterioso, tenía mote, El Vivo, por tanto era un hombre del pueblo.
—¡Joder! Demasiados «si» para mi cordura —dijo entre dientes—, si tal... si cual... si Pascual... —gruñó.
Se abanicó con una mano mientras intentaba serenarse. Desde la noche anterior había notado espinas en el estómago, pinchazos de terror que le asaeteaban en cuanto pensaba en Justin y su alusión a las mariposas. Era cierto que había fantaseado con algunos hombres del pueblo en el papel de amante misterioso pero, en el momento en que él habló de las mariposas, tuvo claro, diáfano —como diría Jack Nicholson en Algunos hombres buenos—, que se moriría si llegara a conocer la identidad de su amante. Seguro.
Moriría de un ataque fulminante de vergüenza. Mmm, ¿se podía morir de eso? Por un momento se imaginó en su ataúd. En vez de pálida estaba roja como un tomate y en el epitafio de su tumba pondría: «Miley, adorada madre. Falleció a los treinta y tres años de un ataque de vergüenza. Tu hijo no te olvida.»
—No —susurró llevándose una mano al pecho. Nadie había muerto jamás de eso y ella no sería la primera.
Sacudió la cabeza y puso en orden sus ideas. Justin no era su amante, aunque hablara de mariposas en el momento más inesperado, le faltaba... chispa. Era tan... normal y corriente. El hombre de los caballos era audaz, autoritario, seguro de sí mismo, controlador, impetuoso, generoso... Y Miley se sentía como una diosa, adorada entre sus brazos.
—Él, sea quien sea, es un hombre del valle del Tiétar, no del pueblo. Conoce la montaña, sabe orientarse en el monte en mitad de la noche y cuida caballos en un claro en el centro del bosque al lado de una cabaña de madera, es El Vivo. Y no es nadie a quien yo conozca —afirmó con la esperanza de que fuera cierto—. Y ahora mismo, voy a entrar en la finca porque las puertas están abiertas. —Esto era un ruego más que una afirmación—. Y después caminaré hasta la cabaña tranquilamente y lo veré. Y disfrutaré con él, sea quien sea.
En el mismo momento en que su mente clarificó este hecho, los pinchazos de su estómago se convirtieron en fuego líquido que recorrió sus venas.
Sintió una punzada de deseo.
Iba a encontrarse con su amante imaginario y sólo de pensarlo sentía como se le humedecían las bragas. Debería haberse puesto un salva-slip; iba a parecer demasiado desesperada, pensó por enésima vez.
Inspiró profundamente y empujó la puerta. Estaba abierta, ¡sí! Caminó con cuidado sobre el camino asfaltado, se había puesto las valencianas en un ataque de vanidad. Eran preciosas y quedaban perfectas con la minifalda vaquera, pero eran sumamente incomodas para andar por cuanto se despistaba se le metía alguna piedrecita entre la planta del pie y la suela y tenía que parar a quitársela. ¡Uf!
Se secó el sudor de las manos en la falda y se col ajustada camiseta de manera que se le viera el ombligo. Un segundo después se la estiró hasta la cinturilla de la falda, tapando la piel desnuda; no quería parecer demasiado... ¡fresca! Al llegar al final del sendero asfaltado, se la subió de nuevo. ¡Qué coño! había llegado hasta allí excitada y con ganas de sexo, era una tontería dejarse llevar por el pudor. Pero tampoco era plan ir mostrando las estrías del embarazo, volvió a bajársela y metió las manos en los bolsillos de la minifalda en un intento de dejarlas quietas.
Un segundo más tarde llegó al claro. Se quedó inmóvil sin saber qué hacer.
Los caballos no estaban en el cercado y la puerta de la cabaña estaba cerrada.
Él no estaba.
Definitivamente, había llegado demasiado pronto. ¿Y ahora qué?
Pensó en acercarse a la cabaña y sentarse en el porche a esperarle, como una desesperada.
Pensó en ir hasta el cercado y apoyarse en la valla blanca, sensualmente, como una fresca.
Pensó en sentarse en mitad del prado, sobre la hierba verde, como un indio cabreado.
Pensó que estaba haciendo el gilipollas, allí parada como si fuera una adolescente yendo a buscar a su novio a casa por primera vez.
Pensó, girándose hacia el camino, que era una pena haber caminado durante una hora para nada.
No había terminado de dar el primer paso que la llevaría de regreso al aburrido pueblo, cuando oyó un relincho. Su vagina se contrajo, sus manos temblaron en los bolsillos y sus labios se abrieron en un jadeo que era casi una sonrisa. ¿Él había vuelto?
Movida por Dios sabe qué impulso, saltó hasta quedar tras el grueso tronco de una encina y espió.



1 comentario:

  1. ME GUSTO MUCHO QUE LA ANCIANA LE DIJERA QUE ELLA NO ERA LA MUJER DEL HIJO DIFUNTO DEL RUBIO Y QUE LE DIJERA QUE ERA DEL VIVO
    EL VIVO ES NICK, IMAGINO
    ...
    CLARO QUE DEBE DE SER NICK ¿QUIEN MAS SI NO ÉL?
    UMMM
    YA NO SE
    :O
    CREO QUE A MILEY ENSERIO LE VA A DAR UN SOPONCIO
    POR ANDAR ESPIANDO
    :P
    SIGUELA PRONTO O TE MATO.



















    BESITOS.

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