lunes, 13 de octubre de 2014

The Last Nigh Cap. 17




Danielle estaba al límite de sus fuerzas. Su deseo por Kevin era tan intenso que no pudo pegar ojo en toda la noche. Sin embargo, sabía que no tenían ningún futuro como pareja y que hacer el amor con
él, a la larga, sólo le causaría sufrimiento. Su lado racional lo comprendía. Pero su corazón y su cuerpo pensaban otra cosa diferente. Quería tener sexo con su esposo, ¿acaso era algo tan raro? Se moría por dormir con Kevin. Él sabía cómo excitarla y
cómo satisfacer sus deseos más íntimos. Pero lo triste era que, una vez que hiciera lo que quería, su matrimonio se habría terminado.
Cuando sonó su móvil, Danielle miró el número y titubeó antes de responder.
–Hola, Kevin.
–Me curaste anoche.
–Me… alegro.
–¿Qué te parece si dejas que te devuelva el favor?
¿Cenamos juntos mañana por la noche? Te prometo ser mejor compañía que ayer. Incluso me afeitaré.
Danielle rió. Se frotó el rostro, donde tenía la piel un poco irritada por haberse rozado con la barba de él la noche anterior. Los recuerdos de aquellos momentos la invadieron. Meneó la cabeza y se dijo que debía inventarse alguna excusa y rechazar su
invitación.
Era lo mejor, pensó.
Abrió la boca para decir que no pero se sorprendió a sí misma diciendo lo contrario.
–Me encantaría.
Cerró los ojos. ¿Por qué le resultaba Kevin tan irresistible? ¿Acaso había cambiado? ¿Podía confiar en él? Nada de eso importaba, de todos modos.
En menos de una semana ella se habría ido, con los papeles del divorcio firmados debajo del brazo.
Después de quedar con él, colgó el teléfono, furiosa consigo misma. Poco después sonó su móvil y respondió a la primera, contenta de recibir una llamada de Selena.
–Hola, Danielle. Soy Selena.
–Selena, me alegro mucho de que llames.
–¿Te apetece ir a comer y de compras esta tarde?
–Me encantaría –repuso Danielle. Necesitaba pasar un día con una buena amiga para aclarar un poco sus pensamientos.
–Estoy en la ciudad, así que te recogeré e iremos a Somerset. ¿Puedes estar lista en media hora?
–Sí –afirmó Danielle, deseando salir–. Te esperaré abajo.
Después de colgar, Danielle se puso unos pantalones marrones y una blusa sin mangas de color crema.
Eligió unos zapatos cómodos de cuero marrón y se recogió el cabello en un moño francés. Agarró un bolso a juego y salió de su habitación.
Alicia llegó en su coche justo cuando Danielle salía del Cuatro Estaciones. El portero le deseó un buen día y ella salió, decidida a sacarse a Kevin de la cabeza durante las próximas cuatro horas.
Disfrutó del paisaje mientras dejaban atrás la bulliciosa ciudad para dirigirse a las zonas residenciales. Somerset, en el corazón del condado de Maverick, era un pueblo pequeño y hermoso construido
al noreste de Houston. En los viejos tiempos, a ella le había encantado vivir allí, en una modesta casita, con Kevin. Algunas veces, cuando estaba en Dallas, recordaba su hogar, cuando veía una tela parecida a la de las cortinas de su antigua cocina o
percibía un olor a menta que la transportaba al caminito de piedra que conducía a su puerta principal, bordeado por esa hierba. Entonces, solía suspirar, preguntándose cómo era posible que su
vida hubiera cambiado tanto. Siempre la invadía un sentimiento de nostalgia, pero se apresuraba a dejarlo atrás.
Mientras Selena conducía, Danielle se fijó en una señal
luminosa colocada a las puertas del Instituto de Maverick, que anunciaba con letras parpadeantes amarillas el primer baile del nuevo semestre. 
–He oído que esos bailes de la noche del viernes son algo salvaje. Joe y Nick no dejaban de hablar de ellos todo el rato. Apuesto a que me ocultaron todos los líos en que se metían en aquellos
tiempos.
Selena se encogió de hombros.
–No sabría decirte. No iba a muchos bailes.
–¿No?
–No, yo… no tenía ganas de… –repuso Selena, meneando la cabeza.
–¿Bailar? Selena, estoy segura de que bailas muy bien.
–Me gusta bailar –señaló Selena con cautela–. Pero Jake no quería que fuera a esos bailes. Él pensaba que la gente nos miraba por encima del hombro –explicó y miró a su amiga. Queriendo excusar a su hermano, añadió–: Jake es muy orgulloso.
Danielle recordó lo protector que era Jacob Montoya con su hermana pequeña, lo sabía por anécdotas que había oído en las conversaciones de Kevin y sus amigos. Alicia era una joven tímida y Jake había hecho todo lo que había podido para protegerla.
Danielle seguía sin poder creer que Jake hubiera tenido nada que ver con el incendio de Petróleos Brody, aunque era posible que estuviera resentido con los hombres que habían tenido más que él
cuando habían sido más jóvenes. Jake provenía de una clase social más baja, incluso había trabajado como guarda en el Club de Ganaderos de Texas.
Sin embargo, en el presente era tan rico y poderoso como Kevin y sus amigos. Era posible que Jake odiara a los Brody, pero ella se negaba a creer que fuera un delincuente.
–Tu hermano y tú estáis muy unidos.
–Sí. Y tengo que recordarle todo el tiempo que ya no soy una niña.
–A veces, los hombres no son capaces de ver lo que tienen delante de las narices –opinó Danielle.
–Es verdad –repuso  sonriendo.
Se sentaron a comer en la terraza de un pequeño restaurante en la calle principal de Somerset.
Las sillas eran de hierro forjado y las mesas tenían mosaicos de piedra al estilo español, cubiertas por sombrillas. Después de ojear el menú, Danielle se dio cuenta de que casi todos los platos eran típicos de la cocina del suroeste del país, lo que le pareció excelente.
Estaba de humor para comer algo picante.
A Danielle le encantaba comer al aire libre los días cálidos y no tenía muchas oportunidades de hacerlo en Dallas. Habitualmente, comía en su despacho en la escuela de baile, mientras repasaba las
cuentas o comprobaba los progresos de sus alumnas viendo algún vídeo grabado en clase.
–Este sitio es muy agradable –comentó.
–Es nuevo. Pensé que te gustaría.
Las dos amigas estuvieron un minuto en silencio,
leyendo el menú, hasta que llegó el camarero
y les ofreció los platos del día. Danielle y Selena pidieron
ambas ensalada picante con chile chipotle y margaritas de fresa.
Los margaritas llegaron primero. Danielle levantó su vaso para bridar.
–Por las amigas –dijo Danielle con una sonrisa.
–Por las amigas –repitió Selene y chocaron los vasos antes de darle un trago a sus cócteles.
Danielle le habló de la escuela de baile y le explicó cómo su experiencia en gimnasia y en danza le había dado la idea cuando Kevin y ella habían roto.
Admitió que había tenido que hacer algo con su vida. Entonces, había estado deprimida y con el corazón roto. Al volcarse en el trabajo y al ver el progreso que había hecho en unos pocos años, se había sentido mucho mejor.
–Y he vuelto por unos días.
Selena la miró con curiosidad. Danielle nunca le había
explicado por qué había vuelto y Selena había sido demasiado educada como para preguntar, pero ella entendía que su amiga quisiera saberlo. 
Si estuviera en su lugar, a ella le pasaría lo mismo.
–He estado viendo a Kevin –explicó Danielle.
Sin embargo, Danielle no estaba dispuesta a admitir que la razón por la que lo había estado viendo era que él le había hecho chantaje. Tocar el tema la llenaría de amargura, pensó, y le dio otro trago a su margarita para quitarse el mal sabor de boca.
–Estamos arreglando diferencias, más o menos.
–¿Estáis saliendo?
–Bueno –dijo Danielle y respiró hondo–. Eso creo.
Hemos salido juntos unas cuantas veces.
Selena la observó con atención y Danielle tuvo deseos de confesarse con ella. Necesitaba hablar con alguien.
Su madre estaba fuera de cuestión y ninguna de sus amigas de Dallas comprendería que saliera con Kevin, estando tan decidida a divorciarse de él.
–Por cierto, vamos a salir a cenar mañana –añadió Danielle–. Y va a llevarme a la fiesta de boda.
El camarero llevó los platos a la mesa y Danielle aprovechó para dejar el tema. Las dos comenzaron con sus ensaladas.
–Cuéntame, ¿cómo es que estás trabajando en
un museo? –quiso saber Danielle. Selena le había mencionado
que era comisaria de exposiciones en el Museo de Historia Natural de Somerset.
–Me encanta la Historia –repuso Selena y se encogió de hombros, sonriendo–. Es un museo pequeño, pero me gusta levantarme por la mañana e ir a trabajar. Esta zona tiene mucha historia.
Danielle se dio cuenta de que a su amiga le brillaban los ojos cuando hablaba de su empleo.
–Parece que te resulta un trabajo muy satisfactorio –comentó Danielle.
–Sí, me siento muy afortunada.
En ese momento, Danielle también se sentía afortunada.
La dulzura de Selena le recordaba a todas las cosas buenas que tenía en la vida.
Entonces, una imagen de Kevin se coló en sus pensamientos. Cada día estaban más unidos. ¿Acaso era él una de las cosas buenas que había en su vida?
El resto de la tarde, Danielle concentró su atención en ir de compras. Caminó por las calles con su amiga y entraron en una librería de libros antiguos, en una tienda de cerámica llena de platos y jarrones pintados a mano y en una galería de arte. Mientras
paseaban, compartiendo anécdotas, recordó por qué siempre le había gustado tanto Selena. Era fácil estar con ella y su conversación fluía con mucha naturalidad.
Su última parada fue en Dulces Pequeñeces, la tienda de lencería de Taylor Huntington.
–Vas a ver qué lencería tan preciosa tienen aquí –dijo Selena.
En cuanto entró en la tienda más nueva de Somerset, Danielle vio con sus propios ojos a qué se refería Selena. La ropa interior de encaje, satén y seda, en una variedad de tonos pastel, estaba expuesta en toda la tienda. Ella la admiró toda, fijándose en los
exquisitos tejidos que colgaban de las perchas de satén.
También había perfumes exóticos, expuestos en estanterías de espejo. Y un área para sentarse, con un sofá y sillas alrededor de una mesa dispuesta con un delicado juego de café y té para tomarse
un pequeño respiro entre compra y compra.
–Qué agradable –comentó Danielle.
Una mujer pelirroja con el cabello recogido en  un moño se acercó. Sus ojos verdes mostraron gran amabilidad cuando las saludó.
–Hola y bienvenidas a Dulces Pequeñeces –dijo la mujer y miró a Selena , ladeando un poco la cabeza–. Tú eres la hermana de Jacob Montoya, ¿no es así?
–Sí, Jake es mi hermano. Soy Selena. Había venido unas cuantas veces a tu tienda, pero no sabía si me habías reconocido. Tú eres Taylor Huntington, ¿no?
Todo el mundo en el Club de Ganaderos de Texas conocía el apellido Huntington, por supuesto.
Su padre, Sebastian Huntington, era uno de los miembros más ancianos del club y era muy famoso, aunque no demasiado popular, según recordaba Danielle.
La expresión de Taylor se ensombreció un momento y asintió.
–Sí. Siento lo de la muerte de tu madre. Carmen era una mujer encantadora.
Emocionada, a Selena le brillaron los ojos. Danielle percibió que había algo entre las dos mujeres, una historia desagradable tal vez.
–¿Puedo ayudaros en algo? –se ofreció Taylor, mirando a ambas–. ¿O preferís echar un vistazo vosotras solas?
–Primero miraremos –dijo –. Tienes una tienda preciosa. Quiero verlo todo.
–Gracias –replicó Taylor, sonriendo–. Avisadme si necesitáis ayuda.
Taylor volvió detrás del mostrador para continuar con sus tareas y Danielle y Selena entraron hasta el fondo de la tienda.
–Mira esto –dijo Selena, acercándose a un expositor.
Por su actitud, Selena parecía estar indicando que no quería hablar de su relación con Taylor, pensó Danielle. Sacó una percha que sostenía un diminuto salto de cama de dos piezas de color rosa,
adornado con un lazo negro.
–Oh, te quedaría genial, con la piel morena que tienes –observó Danielle.
Selena soltó una risita.
–¿Y dónde iba a ponérmelo? O, mejor dicho, ¿para quién?
–¿No hay nadie especial en tu vida, Selena? –preguntó Danielle, en voz baja.
–No –contestó Selena–. Últimamente, me pregunto si alguna vez estaré con alguien con quien ponerme estas cosas tan exquisitas.
–¿Por qué no te lo pones para ti misma? Mímate un poco.
Selena lanzó un último vistazo al salto de cama antes de colgarlo de nuevo en su sitio.
–Algún día, tal vez.
Sin embargo, Selena no pudo ocultar la melancolía
en su voz. Miró a Danielle.
–¿Por qué no eliges tú algo para tu cita con Kevin?
Danielle sonrió y miró a su alrededor en la tienda, posando la mirada en un colgador con toda clase de saltos de cama de encaje negros. Tenía deseos de volver loco a Kevin con un numerito erótico que ninguno de los dos pudiera olvidar.
–Eso pretendo, y tú vas a ayudarme a encontrar
el adecuado. Vamos a ver allí. 
Selena la siguió. Danielle descolgó un atuendo de su gusto y deslizó los dedos por dentro para hacerse una idea de cómo el fino y delicado tejido dejaría al descubierto más piel de la que cubriría.
–¿Qué te parece? 
–Inolvidable –dijo Selena con ojos brillantes.
Danielle sonrió. Era perfecto.
–Yo también lo creo.
Selena suspiró y dijo con melancolía:
–Estás radiante. Debe de ser bonito estar tan enamorada.
¿Amor?
A Danielle le dio un brinco el corazón y le subió la temperatura de golpe al darse cuenta de que estaba enamorada de Kevin Novak. De nuevo. Quizá nunca hubiera dejado de amarlo. Y la noche que
se pusiera aquella prenda iba a ser la última que pasaría con él como su esposa antes de firmar el divorcio que llevaban retrasando cuatro años.
Hasta ese momento, Danielle no se había dado cuenta de que quería estar con él.

1 comentario:

  1. me encanto!!!!
    siguela
    me alegro que regresaras hace mucho que no leia tus novelas
    besos

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