lunes, 13 de octubre de 2014

After the scandal Cap. 4






NO…», pensó Nick.
Normalmente cuando soñaba con ella, no la veía saltando arriba y abajo, sino desnuda, en la cama, suplicándole que le hiciera el amor. Pero no estaban en un sueño, y hacerle el amor era lo último en lo que podía pensar en ese momento.
–¿Me has oído, Nick? –dijo ella de repente. Sus gloriosos ojos color agua resplandecían–. No voy a dejar que me vapulees, como la última vez.
Nick la fulminó con una de esas miradas envenenadas que usaba con los oponentes más rastreros en los tribunales.
–No me provoques, Miley.
Ella apretó los dientes. Tenía los puños cerrados a ambos lados del cuerpo.
–¡Pues no me provoques tú a mí! 
Él la miró y trató de recordar que era un abogado de primera que nunca se dejaba gobernar por las emociones.
–Has firmado el contrato. No tienes elección.
Ella apoyó las manos en las caderas. El movimiento le abrió la rebeca, llamando la atención de Nick hacia sus pechos.
–Ya te lo dije –dijo ella–. No sabía lo que estaba firmando –añadió, como si eso fuera a suponer alguna diferencia.
Nick se dio cuenta de que los dos hombres trajeados que antes estaban conversando habían empezado a lanzarle miradas de reojo.
Sabía muy bien lo que estaban mirando; pelo rubio alborotado, unos labios de fresa, una figura perfecta, unas piernas interminables… De repente la recordó en la fiesta de cumpleaños de su hermana, seis años antes, con ese vestido diminuto y esos tacones, bajando por las escaleras de la casa de sus padres.
Su mente volvió a ese momento, en Hillesden Abbey, la finca de su familia… 
Oye, ¿quieres bailar? –le dijo, parándose delante de él con ese minivestido que le acariciaba las curvas y se ceñía en los sitios precisos; la cadera ladeada, y una boca pintada para dar guerra.
Él le había dicho que no, obviamente. Mirarla había despertado en él una oscura lujuria que era demasiado para una chica tan joven.
–Pero sí que bailaste con Demi –le había dicho ella, batiendo las pestañas y esforzándose por parecer más mujer–. Y con la chica del vestido azul.
–Sí –su amigo  le dio un codazo–. Lo hiciste.
–¿Y bien? ¿Qué me dices? –se apoyó en la otra pierna y el vestido se le subió un poquito más.
Iba a rechazarla de nuevo, pero su amigo le interrumpió. Le dijo que bailaría con ella si él no lo hacía y, de alguna manera, eso le hizo cambiar de idea.
Lanzándole una mirada fulminante a su amigo, la agarró de la mano.
–Vamos.
Ella miró a su amigo y le regaló esa sonrisa de un millón de dólares.
Nick apretó los dientes y se la llevó a la pista de baile.
En ese momento, casi como si estuviera planeado, empezaron a tocar un tema lento y romántico… 
Nick estuvo a punto de dar media vuelta, pero entonces
ella le regaló otra de esas sonrisas de oro y comenzó a bailar, en sus brazos.
–La fiesta está siendo todo un éxito, ¿no? –Sí.
–Me gusta.
–Sí.
–¿Te lo estás pasando bien? De repente sintió su muslo entre las piernas y el roce de sus pezones contra el pecho… Le costaba tanto mantener el control…
La agarró con fuerza de la cadera para echarla atrás, pero ella le agarró del hombro y le miró con una inocencia que le sacudía el corazón.
Y así, casi sin darse cuenta, Nick deslizó la mano por su espalda hasta llegar al lugar donde comenzaba su trasero. Ella contuvo el aliento. Se tropezó, pero él la agarró a tiempo y entonces dejó de saber lo que hacía. El corazón se le salía por la boca, el cuerpo le dolía de tanto deseo… Presa de un arrebato de locura, se la llevó a un rincón de la pista con la intención de echarle una reprimenda y decirle que a él no le iban las niñas… Pero al final terminó besándola, casi sin saber lo que estaba haciendo, metiendo la lengua en su boca y pidiéndole una respuesta que ella estaba encantada de dar. Enredó una mano en su melena rubia mientras que con la otra le agarraba el trasero; se dejó llevar… Perdió la noción del tiempo y del espacio… Podrían haber pasado horas hasta ese momento en el que sintió un toquecito en el hombro.
Thomas, el mayordomo de la familia, estaba justo detrás, aparentemente cautivado por las bolas de discoteca que colgaban del techo. Al parecer su padre quería verle urgentemente.
Nick la soltó con brusquedad y le dijo que no volviera a molestarle, que no le interesaban las niñas… Y ella le castigó colgándose del brazo de un tipo con un traje de Armani durante el resto de la velada… 
Nick volvió al presente de repente. Uno de los hombres trajeados se había echado a reír… Cerró los ojos un momento y entonces cometió el error de mirar hacia el espejo que estaba detrás de la barra. Su mirada se encontró con la de ella. Durante una fracción
de segundo, sintió el golpe de un instinto primario… el aire se hizo espeso, caliente. Ella se humedeció el labio inferior.
Nick parpadeó lentamente. No era ningún tonto, y no iba a dejarla usar sus armas de manipulación. Cuanto antes lo tuviera claro, sería mejor para los dos.
–Me da igual lo que hiciste, o lo que no sabías. Firmaste los papeles y ahora nos vamos.
–Espera –ella estiró un brazo. Quiso tocarle, pero no se atrevió.
–¿Qué pasa ahora? –le preguntó él, apretando la mandíbula.
–Tenemos que resolver esto.
Él recogió su chaqueta del taburete y se la puso.
–Ya está todo resuelto. Yo estoy al mando. Tú no. Así que vámonos.
–Mira, sé que estás enfadado… 
–¿Estoy enfadado? –repitió él en un tono de burla.
–Pero… No sabía que tenía eso en mi bolso –le dijo casi en un susurro–. Y no me voy contigo a ninguna parte hasta que sepa qué viene después.
Nick miró al techo, esperando recibir algún tipo de ayuda divina.
Sabía que a ella le dolía la cabeza. Se había dado cuenta nada más verla. Pero era a él a quien había empezado a dolerle en ese momento, y todo era culpa de ella.
–Tienes que estar de broma.
–No. Lo digo en serio, Nick. No voy a dejar que me trates como hace seis años. Entonces… 
–Oh, deja ya el drama, cielo. No hay ninguna cámara por aquí.
–Miley.
Él se le quedó mirando un segundo.
–Y no voy… 
Nick la fulminó con una mirada y la interrumpió.
–¿Crees que a mí me gusta esto? ¿Crees que no tuve que devanarme los sesos para buscar una alternativa? Acabo de involucrar a un buen amigo mío en este asunto para que te sacara de este lío y tú no haces más que hacerte la víctima inocente. Tú has infringido la ley, no yo, así que deja de comportarte como si yo fuera el malo de la película.
Miley pareció ablandarse un poco.
–¿Un amigo? 
–¿Qué? ¿Creías que podía presentarme allí así como así y exigir
tu liberación? Me halaga que creas que tengo tanto poder.
Nick miró a su alrededor y vio que habían entrado más clientes.
Ya empezaban a recibir demasiada atención.
–No irá a la prensa, ¿verdad? –Muy típico de ti preocuparte solo por ti –le dijo Nick, sacudiendo la cabeza.
–Ya es un poquito tarde para pensar en eso. Pero, no. No dirá nada. Es una persona discreta e íntegra, dos palabras que tendrías que buscar en el diccionario para saber lo que significan –sacudió la cabeza–. Por Dios, no es que no puedas conseguir un chute por aquí en caso de estar muy desesperada.
–¿Y qué pasó con lo de ser inocente hasta que se demuestre lo contrario? –le preguntó ella, mirándole por debajo de la visera de la gorra.
–Que te pillen con drogas en el bolso echa por tierra esa regla –le dijo él, mofándose.
–¿Y no se supone que los abogados deberían ser un poquito más objetivos con sus clientes? 
–Yo no soy tu abogado.
–¿Y entonces qué eres? ¿Mi caballero blanco? Tristan contrajo la mandíbula.
–Le estoy haciendo un favor a Jordana.
–Ah, claro. La rutina del hermano mayor. Si no recuerdo mal, te lo pasas bien
con ello. Seguramente te sentiste muy orgulloso rescatando a tu hermana de las malas compañías hace seis años.
Se abrazó a sí misma, haciendo un ademán casi defensivo, pero Nick no quiso ablandarse.
–Es una pena no haber cortado la amistad que tenía contigo al comienzo.
Podría haberle ahorrado a mi familia muchos dolores de cabeza.
Esas palabras parecieron desinflarla por completo. Nick casi sintió remordimientos.
–¿Y qué pasa ahora? ¿Dónde me voy a quedar? Él se sacó un fajo de billetes del bolsillo y tiró unos cuantos sobre la barra.
–Luego hablaremos de las normas.
–Me gustaría hablar de ello ahora.
Él se volvió hacia ella. Se le estaba acabando la paciencia.
–Si tengo que agarrarte y sacarte de aquí a rastras, lo haré.
–No te atreverías.
Nick volvió a acorralarla contra el taburete.
–Ponme a prueba.
Ella respiró profundamente e interpuso una mano entre ellos.
–No me toques.
–Entonces tendrás que colaborar –le dijo, acercándose más y disfrutando al verla retroceder un poco. Tampoco le venía mal tenerle un poco de miedo.
–Lo estoy intentando.
Los ojos de Miley emitieron un destello y el cuero del taburete crujió bajo la presión de su espalda. Ya no podía retroceder más. Lo único que se interponía entre ellos era su enorme bolso tamaño maxi.
Nick se inclinó, le dio un golpecito al taburete con el pie y lo echó adelante.
La pilló desprevenida y la hizo perder el equilibrio.
Miley tuvo que ponerle una mano en el pecho para no caerse.
–No. No lo intentas. Intentas fastidiarme –le dijo él.
Ella se sonrojó y retiró la mano.
–Y funciona –añadió él.
Ella levantó la barbilla.
–No me gusta tu actitud controladora –le dijo.
Él se quedó quieto y sus ojos libraron una batalla durante unos segundos.
Estaban tan cerca que Nick podía ver cada detalle de su rostro, sus largas pestañas, su piel de marfil… Contuvo la respiración y sintió cómo fluía la sangre por todo su cuerpo. Durante una fracción de segundo, olvidó qué estaban haciendo allí. El tiempo se detuvo, pero antes de que pudiera besarla, ella bajó la vista y parpadeó.
Nick soltó el aliento. La furia que sentía había alcanzado un pico más alto en el gráfico.
–¿De verdad crees que me importa? Cuando me enteré de que venías a la boda de Demi, no tenía intención de decir «hola» siquiera. Pero ahora veo que ese es el menor de mis problemas. Y te puedo asegurar que no pienso pasarme los próximos ocho días discutiéndolo todo contigo, así que… 
–Muy bien –dijo ella. Se llevó la mano a la frente e hizo un gesto de dolor.
–¿Muy bien qué? ¿Significa eso que vienes conmigo o que quieres que te lleve de vuelta a la aduana?
 Ella levantó la barbilla. Nick esperó. Las manchas oscuras que tenía debajo de los ojos parecían más negras que nunca.
–Oh, al diablo –se puso erguido y extendió una mano hacia ella.
Ella la tomó, sin rechistar… Sus dedos estaban helados, así que él se quitó la chaqueta una vez más y volvió a ponérsela. La agarró de los brazos y la atrajo hacia sí.
–Colabora un poco, ¿quieres? –le dijo en un tono de exasperación.
–Nunca usas las palabras «por favor», ¿no? Ella se empeñaba en llevar la voz cantante. Él seguía mirándola fijamente, porque sabía que estaba perdido si le miraba los labios. La deseaba con locura y estaba furioso… La adrenalina corría por sus venas a un ritmo galopante.
–Por favor… Y ahora, ¿quieres andar? 
–Claro –dijo ella. 
Agarró el bolso y se puso en pie, tambaleándose un poco cuando él la soltó.
Sabía que sería un error fatal, pero antes de pensárselo dos veces, Nick la tomó en brazos y salió del bar.
Ella se resistió un poco, pero a él ya se le había acabado la paciencia.
–No digas ni una palabra. Y no mires alrededor. Lo último que necesito ahora es que alguien te reconozca.
Y así, sin más, ella se relajó y escondió el rostro contra su hombro.
La brisa fresca era tan bienvenida como una caricia. Salieron de la terminal y se dirigieron al aparcamiento. Nick no tardó en localizar a Bert. El chófer asintió con la cabeza y abrió la puerta de atrás del vehículo. Justo cuando iba a meterla dentro, Miley le puso una mano sobre el pecho y le miró a los ojos.
–Mi equipaje… 
Nick sintió que el pecho se le contraía justo debajo de su
mano.
–Ya se han ocupado de eso –le dijo en un tono hosco.

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