lunes, 13 de octubre de 2014

Irresistibly Charming cap.27




La regla no le bajó a Miley el miércoles. Al llegar el jueves por la
mañana sin señales de su regla, sus niveles de estrés se dispararon. Se sintió aliviada de que Nick y ella hubieran dejado de verse durante una semana. Nada de llamadas ni de mensajes ni de correos electrónicos. No tendrían ningún contacto hasta el martes siguiente cuando fuera a buscarla después del trabajo a eso de las siete.
La última vez que se habían visto, Nick había dicho que necesitaban tiempo para pensar, lo cual era cierto.
Estaba más enamorada de él que nunca, tanto, que estaba reconsiderando aceptar su oferta de ser su novia sin reparar en las consecuencias. Había estado a punto de decírselo antes de que se fuera y lo habría hecho si no le hubiera dicho que había cambiado de opinión respecto a mantenerla como su abogada.
–No te preocupes por encontrar una sustituta inmediatamente –había añadido–. Eso puede esperar.
Había sido un buen recordatorio de que nada había cambiado en Nick.
Cualquier ilusión sobre que sus sentimientos se hubieran intensificado, se desvaneció.
Así que le había venido bien aquel tiempo para pensar acerca de lo que iba a hacer cuando lo viera el martes siguiente.
El viernes, Miley seguía sin tener la regla. Era un gran alivio no tener contacto con Nick porque podía haberle preguntado sobre ello. De esa manera, no tenía que explicar nada. Solo Dios sabía cómo se lo tomaría.
Quizá pensara que le había mentido y que su intención era atraparlo con un embarazo. ¡Como si fuera capaz de eso!
Pero tampoco podía negar su alegría si, por las vueltas de la vida, había concebido un hijo de Nick.
Pero la alegría le duró poco al caer en la cuenta de que eso supondría el final de su relación con Nick. Porque si no le interesaba el amor ni el matrimonio, mucho menos le interesaría la paternidad.
Aquella noche incluso rezó para que le viniera la regla. Pero sus plegarias no fueron escuchadas. El martes por la mañana no pudo dejar de llorar. Estaba tan nerviosa, que llamó al trabajo para decir que no iría.
Varias veces descolgó el teléfono para llamar a Nick y decirle que no quería que fuese esa noche. Todas las veces acabó colgando de nuevo.
Desesperada, acabó aceptando que el amor debilitaba. Y ella que había pensado que había dejado de ser una víctima…
Miley paró toda la tarde pensando qué le diría a Nick, decidida a no dejarle pasar. Incluso empezó a pensar en que quizá después de todo él no fuera. Pero apareció, muy guapo con traje y corbata. Su determinación se quebró cuando le sonrió.
–Te he echado mucho de menos –dijo atrayéndola hacia sus brazos.
No rechazó su beso, diciéndose que aquel era un beso de despedida. Pero por dentro estaba derritiéndose.
–Lo siento, Nick –dijo cuando por fin la soltó–. Tienes que parar. Tengo la regla.
–¿Todavía?
Lo miró a los ojos y vio sorpresa en lugar de escepticismo.
–No, me ha bajado hoy.
–Pero dijiste…
–Sé lo que dije –dijo rápidamente, adivinando sus pensamientos–. No sé qué pasó. Estaba tan preocupada por el retraso que ayer fui al médico y me dijo que a veces la ovulación se retrasa por estrés. Me preguntó si había pasado algo en mi vida y le conté el accidente de mi abuela. Me dijo que ese podía ser el motivo. De todas formas, me dijo que era muy pronto para hacerme una prueba de embarazo y que no era imposible que hubiera concebido. ¡Imagínate cómo me
sentí en aquel momento!
–No lo sé. ¿Cómo te sentiste?
Aquello la hizo enfadar más que la expresión fría de sus ojos. Volvió a sentir el nerviosismo de la semana anterior.
–¿Cómo crees que me sentí? no pensarás que quería un bebé, ¿verdad?
Tendría que estar loca para querer eso. Ya tengo suficiente con tener una aventura con un hombre que lo único que me ofrece es su cuerpo como para acabar embarazada. ¡Creo que me habría tirado por el puente del puerto!
–No hablas en serio.
–Claro que sí –replicó sin poder evitar perder los estribos–. ¿Qué mujer decente querría un hijo tuyo? Serías un padre desastroso. ¡Eres el hombre más egoísta y egocéntrico que conozco! Incluso Mario era mejor hombre que tú. ¡Y ya es decir!
Nick se quedó mirándola durante largos segundos antes de asentir
lentamente.
–Ni yo mismo podía haberlo dicho mejor.
Miley reparó en lo que acababa de decir y se avergonzó. No tenía derecho a hacerle daño de aquella manera. Como le había dicho a Demi, había consentido en mantener aquella relación. Además, el hecho de que Nick no quiera casarse ni tener una familia, no lo convertía en una mala persona. Tenía todo el derecho a vivir su vida como quisiera y había sido muy sincero con ella en ese aspecto.
Pero ya era demasiado tarde. Ya había dicho aquellas palabras y no podía retirarlas. Quería lanzarse en sus brazos y suplicarle que le perdonara. En vez de eso, cerró los puños.
–Discúlpame si no me he portado bien –dijo él–.
Nunca he pretendido hacerte daño. Creo que eres una mujer increíble y algún día encontrarás a tu hombre ideal. Por favor, dile a tu familia que siento que las cosas no hayan funcionado entre nosotros y que les deseo lo mejor, especialmente a tu abuela.
Al oír que mencionaba a su abuela, Miley sintió que sus emociones
entraban en un terreno peligroso.
–Nick, yo…
–No, Miley –dijo cortándola– . Ya has dicho suficiente. Dejémoslo estar. Adiós, Rambo –añadió al ver aparecer al gato–. Cuida a tu dueña por mí. Y dándose media vuelta, se fue.
Miley se quedó en el umbral de la puerta, con la mirada clavada en el camino. Esta vez dejó que sus lágrimas corrieran por sus mejillas.
El sonido de su teléfono sonando la obligó a volver a la cocina.
Seguramente sería una llamada de publicidad, pensó. Suspiró y se sonó la nariz
antes de contestar.
–¿Dígame?
–Oh, Miley. Oh, querida…
Al instante adivinó lo que había pasado. Hasta hacía unos segundos había pensado que no podía ocurrir nada peor.
Pero no había pensado en eso.
La vida era cruel, pensó desesperada.
–¿Qué ha pasado? –preguntó–. Supongo que un ataque al corazón.
–Sí, eso creemos. Jane se había ido a dormir después de comer como de costumbre. Fui a despertarla a las cinco y estaba inconsciente. Llamamos a la ambulancia, pero no pudimos hacer nada. Ya había fallecido cuando llegaron. No sufrió, Miley. Se la veía tan tranquila. Parecía incluso feliz.
–Eso está bien –consiguió decir Miley.
–Nunca pensé que su marcha me afectaría tanto, pero no puedo dejar de llorar –dijo su tía sollozando.
Miley sabía cómo se sentía.
–Luego te llamo, tía Cynthia. No puedo seguir hablando ahora.
Después de colgar, se sentó en el suelo, se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar.

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