lunes, 13 de octubre de 2014
After the scandal Cap. 5
Miley se recostó en el lujoso asiento de cuero del coche y cerró los ojos, tratando de calmar el errático palpitar de su corazón. Le dolía mucho la cabeza y tenía temblores por todo el cuerpo. No podía negar ese dulce sentimiento de deseo que se había apoderado de ella cuando él la había tomado en sus brazos, y cuando la había mirado como si quisiera besarla. ¿Besarla?
Seguramente quería darle una buena sacudida… Debía de odiarla mucho…
Igual que ella a él.
En realidad, esa respuesta física tan explosiva debía de ser producto del cansancio. No podía ser a causa de Nick. ¿Cómo iba a serlo si él daba por hecho que era culpable, si la trataba como si fuera escoria? Esa arrogancia fría la incendiaba por dentro, la hacía querer volver a ser esa adolescente rebelde y reaccionaria. De repente añoraba aquellos tiempos en los que llamaba la
atención de la prensa poniéndose ropa desarrapada, dependiendo de su estado de ánimo, y fingía estar borracha cuando no lo estaba… Hacía tiempo que había dejado todo eso atrás. Hacía tiempo que había elegido vivir según sus propias expectativas, y no según las de los demás. Sin embargo, sabía que jamás podría escapar del todo de la sombra de sus padres. Trish, su madre, había llegado a Inglaterra sin un centavo, y Billy Ray Cyrus, su padre, era
un rudo chaval de Norfolk con talento musical, sed de triunfo y de mujeres.
Ambos habían sabido aprovechar la fama y la atención mediática, y tras el nacimiento de Miley, simplemente la habían añadido a su modo de vida, encasquetándosela a cualquiera que no estuviera trabajando en ese momento y tratándola como un accesorio de moda mucho antes de que esa tendencia estuviera en boga entre los ricos y famosos. Los flashes de las cámaras y la atención constante solían asustarla de niña, pero nada de eso la había frenado a la hora de hacer uso de su propio talento para abrirse camino en el mundo de la interpretación.
Suspirando, y deseando que ese día infernal terminara cuanto antes, se volvió hacia la ventanilla y se dedicó a contemplar el paisaje que llevaba tanto tiempo sin ver. Desafortunadamente, las filas de escaparates y casas victorianas hacían latir con más fuerza su corazón.
No pudo evitar cerrar los ojos. Lo único que se oía era el sonido de las teclas del teléfono de Nick. Un montón de preguntas parpadeaban como anuncios de neón en su cabeza, pero sabía que él no estaría dispuesto a contestarle. Durante una fracción de segundo contempló la idea de sacar el guion que llevaba en el bolso y que había prometido leer, pero eso le agravaría el dolor de
cabeza, así que prefirió no hacerlo. Además, tampoco tenía muchas ganas de leerlo… No tenía intención de participar en una producción teatral sobre sus padres, por muy talentoso que fuera el director. Lo último que necesitaba era darle más tema de conversación a los cotillas del gremio cinematográfico.
¿Cómo iba a hacer de su madre en una obra?… Había aceptado leer el guion por hacerle un favor a un amigo.
Hizo una mueca al imaginarse la cara de Nick de haber sabido lo que llevaba en el bolso. Sin duda le hubiera dicho que era el papel idóneo para ella; una modelo drogadicta y perdida, suplicándole amor y atención a un hombre que probablemente habría puesto la palabra «playboy» en el diccionario.
En realidad era bastante irónico. El único hombre al que alguna vez había creído amar era un playboy de libro, como su padre… aunque tampoco había llegado a comprender muy bien por qué Nick tenía esa reputación con diecisiete años de edad. Por aquel entonces, solo sabía que las mujeres caían a sus pies como moscas, pero tampoco se había preguntado por qué.
Retrospectivamente, no obstante, no podía sino estarle agradecida por haber rechazado sus insinuaciones en aquella ocasión. De no haberlo hecho, se hubiera convertido en una más de una larga lista, y, si se parecía en algo a su madre, eso hubiera significado un enamoramiento fatal.
Miley se quitó la gorra y se frotó la frente. Miró a Nick un instante. Este estaba escribiendo con bolígrafo rojo sobre un documento que estaba leyendo.
–Supongo que no te llevarás una decepción si no me apetece entablar conversación en este momento, ¿no? –le preguntó en un tono inocente, sonriendo de oreja a oreja.
Él la miró como si tuviera dos cabezas.
–Lo superaré.
De repente se sintió sin fuerzas. Ya no tenía ganas de discutir con él, y hubiera sido mejor ignorar esa pequeña provocación del todo. No debería haberle aguijoneado. Nunca era buena idea molestar a un tigre mientras dormía… Se inclinó contra el reposacabezas y cerró los ojos. El aroma masculino de la chaqueta de Nick la envolvía… Fingir que todo aquello no estaba pasando era misión imposible.
Cuando Nick levantó la vista de nuevo, vio que ella se había quedado dormida. Parecía tan frágil, embutida en aquella enorme chaqueta. Su cabello rubio se derramaba sobre la oscura tela como una tela de araña dorada.
Cuando se la devolviera olería a ella… Tendría que lavarla rápidamente.
Nick frunció el ceño. Se suponía que tenía que concentrarse en el trabajo.
Pero su trabajo no era sacarla del lío en el que se había metido. Su trabajo, si se le podía llamar así, era mantenerla libre hasta la boda de Demetria y encontrar información que le llevara a arrestar a alguien, a ella o a cualquier otro. No estaba allí para hacer amistad con ella, ni para hacer promesas vacías, ni tampoco para besarla. Sacudió la cabeza. A lo mejor se había excedido un poco involucrándose en el asunto. Stuart, el amigo y colega que le
había ayudado a encontrar un agujero en la legislación para que la soltaran, se lo había dicho muy claramente.
–¿Estás seguro de que sabes lo que haces, jefe? –le había preguntado, después de sellar el acuerdo.
–¿Alguna vez has necesitado hacerme esa pregunta? Su amigo había arqueado una ceja y Nick había entendido lo que se avecinaba.
–Nunca. Pero, si es culpable y la gente empieza a cuestionar tu implicación en el caso, podrías arruinar tu carrera, por no mencionar el hecho de que podrías arrastrar por el fango el nombre de tu familia, otra vez.
–Sé lo que me hago –le había dicho él, pero no era cierto.
Sin embargo, no quería saber nada de drogadictos. Su madre lo había sido,
aunque no era consumidora social, como Miley y su pandilla.
Su madre solía atiborrarse de pastillas para controlar la dieta, la depresión y cualquier otra afección. Al final había terminado estampando su coche contra un árbol. Nunca había sido una mujer fácil de amar; una dependienta con miras altas… Se había casado con su padre por el título y, por lo que él sabía, se había pasado media vida quejándose de que su marido trabajaba demasiado y
de que era demasiado vieja para su gusto. Su padre había hecho todo lo que había podido, pero no había sido suficiente al final. Ella le había abandonado después de una terrible pelea que hubiera deseado no haber oído jamás. Su padre se había quedado destrozado… Nick soltó el aliento con
brusquedad. Tenía treinta y dos años y estaba en la flor de la vida. Era dueño de un bufete internacional y tenía propiedades por todo el planeta, buenos amigos y suficiente dinero para vivir varias vidas. Su vida estaba un poco desordenada, no obstante, pero tampoco sabía muy bien cómo ponerle remedio.
Demi decía que era porque escogía a las mujeres inadecuadas, y que, si alguna vez salía con alguien que merecía la pena, terminaba la relación antes de que empezara.
Tampoco andaba tan desencaminada su hermana… La experiencia le había enseñado que después de un tiempo las mujeres empezaban a esperar más de un hombre, empezaban a hablar de amor y de compromiso.
Una modelo con la que había salido durante un tiempo había acabado vendiendo su historia a los tabloides y desde ese día sus aventuras se habían vuelto cortas y dulces…
Miley emitió un sonido mientras dormía. Nick la miró.
Su cabeza batía contra el cristal de la ventanilla. De pronto gimió y se puso erguida, soñando todavía. Eso no podía ser bueno para el dolor de cabeza, pero a él le daba lo mismo.
Sin embargo, justo cuando su cabeza iba a golpear el cristal una vez más, se movió hacia ella y la apoyó contra su hombro, rodeándola con el brazo. Ella volvió a gemir… tenía el ceño fruncido.
Nick masculló un juramento. Soltó el aliento y le acarició la frente.
Cinco minutos… Le daría cinco minutos y después se apartaría… Veinte minutos después, justo cuando iba a desenredar los dedos de su pelo enmarañado, el chófer les dijo que habían llegado.
–Llévanos a la entrada principal, Bert –dijo Nick, tratando de despertar a Miley.
Ella se frotaba la mejilla contra la palma de su mano… Era una mujer espectacular. Eso no podía negarlo. ¿Cómo era posible que alguien tan hermoso pudiera dejarse consumir por las drogas? Según Demi, era una persona sensata y reservada, y tenía los pies en la tierra… «Y él era el Mago de Oz…», pensó Nick, con sarcasmo.
–¿Se encuentra bien, jefe? –le preguntó Bert, preocupado.
El coche había vuelto a detenerse, pero él no se había dado cuenta.
–Nunca he estado mejor –salió del coche y la tomó en brazos.
Ella se movió, pero no se despertó. Debía de estar exhausta.
Un guardia de seguridad les abrió la puerta de cristal que daba acceso a su edificio. El hombre no parecía haberse sorprendido en lo más mínimo al verle entrar con una mujer inconsciente en brazos.
–Buenas tardes, señor.
Nick le devolvió el saludo con un gesto.
Al salir del ascensor, se dirigió hacia su despacho con la vista al frente. Al pasar por delante de su secretaria le lanzó una mirada que no admitía preguntas… La joven corrió a abrirle la puerta.
–No me pases llamadas, Kate –le dijo, cerrando la puerta con el talón.
Dejó a Miley con suavidad sobre un sofá de cuero blanco y ella se hizo un ovillo de inmediato…
After the scandal Cap. 4
NO…», pensó Nick.
Normalmente cuando soñaba con ella, no la veía saltando arriba y abajo, sino desnuda, en la cama, suplicándole que le hiciera el amor. Pero no estaban en un sueño, y hacerle el amor era lo último en lo que podía pensar en ese momento.
–¿Me has oído, Nick? –dijo ella de repente. Sus gloriosos ojos color agua resplandecían–. No voy a dejar que me vapulees, como la última vez.
Nick la fulminó con una de esas miradas envenenadas que usaba con los oponentes más rastreros en los tribunales.
–No me provoques, Miley.
Ella apretó los dientes. Tenía los puños cerrados a ambos lados del cuerpo.
–¡Pues no me provoques tú a mí!
Él la miró y trató de recordar que era un abogado de primera que nunca se dejaba gobernar por las emociones.
–Has firmado el contrato. No tienes elección.
Ella apoyó las manos en las caderas. El movimiento le abrió la rebeca, llamando la atención de Nick hacia sus pechos.
–Ya te lo dije –dijo ella–. No sabía lo que estaba firmando –añadió, como si eso fuera a suponer alguna diferencia.
Nick se dio cuenta de que los dos hombres trajeados que antes estaban conversando habían empezado a lanzarle miradas de reojo.
Sabía muy bien lo que estaban mirando; pelo rubio alborotado, unos labios de fresa, una figura perfecta, unas piernas interminables… De repente la recordó en la fiesta de cumpleaños de su hermana, seis años antes, con ese vestido diminuto y esos tacones, bajando por las escaleras de la casa de sus padres.
Su mente volvió a ese momento, en Hillesden Abbey, la finca de su familia…
–Oye, ¿quieres bailar? –le dijo, parándose delante de él con ese minivestido que le acariciaba las curvas y se ceñía en los sitios precisos; la cadera ladeada, y una boca pintada para dar guerra.
Él le había dicho que no, obviamente. Mirarla había despertado en él una oscura lujuria que era demasiado para una chica tan joven.
–Pero sí que bailaste con Demi –le había dicho ella, batiendo las pestañas y esforzándose por parecer más mujer–. Y con la chica del vestido azul.
–Sí –su amigo le dio un codazo–. Lo hiciste.
–¿Y bien? ¿Qué me dices? –se apoyó en la otra pierna y el vestido se le subió un poquito más.
Iba a rechazarla de nuevo, pero su amigo le interrumpió. Le dijo que bailaría con ella si él no lo hacía y, de alguna manera, eso le hizo cambiar de idea.
Lanzándole una mirada fulminante a su amigo, la agarró de la mano.
–Vamos.
Ella miró a su amigo y le regaló esa sonrisa de un millón de dólares.
Nick apretó los dientes y se la llevó a la pista de baile.
En ese momento, casi como si estuviera planeado, empezaron a tocar un tema lento y romántico…
Nick estuvo a punto de dar media vuelta, pero entonces
ella le regaló otra de esas sonrisas de oro y comenzó a bailar, en sus brazos.
–La fiesta está siendo todo un éxito, ¿no? –Sí.
–Me gusta.
–Sí.
–¿Te lo estás pasando bien? De repente sintió su muslo entre las piernas y el roce de sus pezones contra el pecho… Le costaba tanto mantener el control…
La agarró con fuerza de la cadera para echarla atrás, pero ella le agarró del hombro y le miró con una inocencia que le sacudía el corazón.
Y así, casi sin darse cuenta, Nick deslizó la mano por su espalda hasta llegar al lugar donde comenzaba su trasero. Ella contuvo el aliento. Se tropezó, pero él la agarró a tiempo y entonces dejó de saber lo que hacía. El corazón se le salía por la boca, el cuerpo le dolía de tanto deseo… Presa de un arrebato de locura, se la llevó a un rincón de la pista con la intención de echarle una reprimenda y decirle que a él no le iban las niñas… Pero al final terminó besándola, casi sin saber lo que estaba haciendo, metiendo la lengua en su boca y pidiéndole una respuesta que ella estaba encantada de dar. Enredó una mano en su melena rubia mientras que con la otra le agarraba el trasero; se dejó llevar… Perdió la noción del tiempo y del espacio… Podrían haber pasado horas hasta ese momento en el que sintió un toquecito en el hombro.
Thomas, el mayordomo de la familia, estaba justo detrás, aparentemente cautivado por las bolas de discoteca que colgaban del techo. Al parecer su padre quería verle urgentemente.
Nick la soltó con brusquedad y le dijo que no volviera a molestarle, que no le interesaban las niñas… Y ella le castigó colgándose del brazo de un tipo con un traje de Armani durante el resto de la velada…
Nick volvió al presente de repente. Uno de los hombres trajeados se había echado a reír… Cerró los ojos un momento y entonces cometió el error de mirar hacia el espejo que estaba detrás de la barra. Su mirada se encontró con la de ella. Durante una fracción
de segundo, sintió el golpe de un instinto primario… el aire se hizo espeso, caliente. Ella se humedeció el labio inferior.
Nick parpadeó lentamente. No era ningún tonto, y no iba a dejarla usar sus armas de manipulación. Cuanto antes lo tuviera claro, sería mejor para los dos.
–Me da igual lo que hiciste, o lo que no sabías. Firmaste los papeles y ahora nos vamos.
–Espera –ella estiró un brazo. Quiso tocarle, pero no se atrevió.
–¿Qué pasa ahora? –le preguntó él, apretando la mandíbula.
–Tenemos que resolver esto.
Él recogió su chaqueta del taburete y se la puso.
–Ya está todo resuelto. Yo estoy al mando. Tú no. Así que vámonos.
–Mira, sé que estás enfadado…
–¿Estoy enfadado? –repitió él en un tono de burla.
–Pero… No sabía que tenía eso en mi bolso –le dijo casi en un susurro–. Y no me voy contigo a ninguna parte hasta que sepa qué viene después.
Nick miró al techo, esperando recibir algún tipo de ayuda divina.
Sabía que a ella le dolía la cabeza. Se había dado cuenta nada más verla. Pero era a él a quien había empezado a dolerle en ese momento, y todo era culpa de ella.
–Tienes que estar de broma.
–No. Lo digo en serio, Nick. No voy a dejar que me trates como hace seis años. Entonces…
–Oh, deja ya el drama, cielo. No hay ninguna cámara por aquí.
–Miley.
Él se le quedó mirando un segundo.
–Y no voy…
Nick la fulminó con una mirada y la interrumpió.
–¿Crees que a mí me gusta esto? ¿Crees que no tuve que devanarme los sesos para buscar una alternativa? Acabo de involucrar a un buen amigo mío en este asunto para que te sacara de este lío y tú no haces más que hacerte la víctima inocente. Tú has infringido la ley, no yo, así que deja de comportarte como si yo fuera el malo de la película.
Miley pareció ablandarse un poco.
–¿Un amigo?
–¿Qué? ¿Creías que podía presentarme allí así como así y exigir
tu liberación? Me halaga que creas que tengo tanto poder.
Nick miró a su alrededor y vio que habían entrado más clientes.
Ya empezaban a recibir demasiada atención.
–No irá a la prensa, ¿verdad? –Muy típico de ti preocuparte solo por ti –le dijo Nick, sacudiendo la cabeza.
–Ya es un poquito tarde para pensar en eso. Pero, no. No dirá nada. Es una persona discreta e íntegra, dos palabras que tendrías que buscar en el diccionario para saber lo que significan –sacudió la cabeza–. Por Dios, no es que no puedas conseguir un chute por aquí en caso de estar muy desesperada.
–¿Y qué pasó con lo de ser inocente hasta que se demuestre lo contrario? –le preguntó ella, mirándole por debajo de la visera de la gorra.
–Que te pillen con drogas en el bolso echa por tierra esa regla –le dijo él, mofándose.
–¿Y no se supone que los abogados deberían ser un poquito más objetivos con sus clientes?
–Yo no soy tu abogado.
–¿Y entonces qué eres? ¿Mi caballero blanco? Tristan contrajo la mandíbula.
–Le estoy haciendo un favor a Jordana.
–Ah, claro. La rutina del hermano mayor. Si no recuerdo mal, te lo pasas bien
con ello. Seguramente te sentiste muy orgulloso rescatando a tu hermana de las malas compañías hace seis años.
Se abrazó a sí misma, haciendo un ademán casi defensivo, pero Nick no quiso ablandarse.
–Es una pena no haber cortado la amistad que tenía contigo al comienzo.
Podría haberle ahorrado a mi familia muchos dolores de cabeza.
Esas palabras parecieron desinflarla por completo. Nick casi sintió remordimientos.
–¿Y qué pasa ahora? ¿Dónde me voy a quedar? Él se sacó un fajo de billetes del bolsillo y tiró unos cuantos sobre la barra.
–Luego hablaremos de las normas.
–Me gustaría hablar de ello ahora.
Él se volvió hacia ella. Se le estaba acabando la paciencia.
–Si tengo que agarrarte y sacarte de aquí a rastras, lo haré.
–No te atreverías.
Nick volvió a acorralarla contra el taburete.
–Ponme a prueba.
Ella respiró profundamente e interpuso una mano entre ellos.
–No me toques.
–Entonces tendrás que colaborar –le dijo, acercándose más y disfrutando al verla retroceder un poco. Tampoco le venía mal tenerle un poco de miedo.
–Lo estoy intentando.
Los ojos de Miley emitieron un destello y el cuero del taburete crujió bajo la presión de su espalda. Ya no podía retroceder más. Lo único que se interponía entre ellos era su enorme bolso tamaño maxi.
Nick se inclinó, le dio un golpecito al taburete con el pie y lo echó adelante.
La pilló desprevenida y la hizo perder el equilibrio.
Miley tuvo que ponerle una mano en el pecho para no caerse.
–No. No lo intentas. Intentas fastidiarme –le dijo él.
Ella se sonrojó y retiró la mano.
–Y funciona –añadió él.
Ella levantó la barbilla.
–No me gusta tu actitud controladora –le dijo.
Él se quedó quieto y sus ojos libraron una batalla durante unos segundos.
Estaban tan cerca que Nick podía ver cada detalle de su rostro, sus largas pestañas, su piel de marfil… Contuvo la respiración y sintió cómo fluía la sangre por todo su cuerpo. Durante una fracción de segundo, olvidó qué estaban haciendo allí. El tiempo se detuvo, pero antes de que pudiera besarla, ella bajó la vista y parpadeó.
Nick soltó el aliento. La furia que sentía había alcanzado un pico más alto en el gráfico.
–¿De verdad crees que me importa? Cuando me enteré de que venías a la boda de Demi, no tenía intención de decir «hola» siquiera. Pero ahora veo que ese es el menor de mis problemas. Y te puedo asegurar que no pienso pasarme los próximos ocho días discutiéndolo todo contigo, así que…
–Muy bien –dijo ella. Se llevó la mano a la frente e hizo un gesto de dolor.
–¿Muy bien qué? ¿Significa eso que vienes conmigo o que quieres que te lleve de vuelta a la aduana?
Ella levantó la barbilla. Nick esperó. Las manchas oscuras que tenía debajo de los ojos parecían más negras que nunca.
–Oh, al diablo –se puso erguido y extendió una mano hacia ella.
Ella la tomó, sin rechistar… Sus dedos estaban helados, así que él se quitó la chaqueta una vez más y volvió a ponérsela. La agarró de los brazos y la atrajo hacia sí.
–Colabora un poco, ¿quieres? –le dijo en un tono de exasperación.
–Nunca usas las palabras «por favor», ¿no? Ella se empeñaba en llevar la voz cantante. Él seguía mirándola fijamente, porque sabía que estaba perdido si le miraba los labios. La deseaba con locura y estaba furioso… La adrenalina corría por sus venas a un ritmo galopante.
–Por favor… Y ahora, ¿quieres andar?
–Claro –dijo ella.
Agarró el bolso y se puso en pie, tambaleándose un poco cuando él la soltó.
Sabía que sería un error fatal, pero antes de pensárselo dos veces, Nick la tomó en brazos y salió del bar.
Ella se resistió un poco, pero a él ya se le había acabado la paciencia.
–No digas ni una palabra. Y no mires alrededor. Lo último que necesito ahora es que alguien te reconozca.
Y así, sin más, ella se relajó y escondió el rostro contra su hombro.
La brisa fresca era tan bienvenida como una caricia. Salieron de la terminal y se dirigieron al aparcamiento. Nick no tardó en localizar a Bert. El chófer asintió con la cabeza y abrió la puerta de atrás del vehículo. Justo cuando iba a meterla dentro, Miley le puso una mano sobre el pecho y le miró a los ojos.
–Mi equipaje…
Nick sintió que el pecho se le contraía justo debajo de su
mano.
–Ya se han ocupado de eso –le dijo en un tono hosco.
Irresistibly Charming cap.27
La regla no le bajó a Miley el miércoles. Al llegar el jueves por la
mañana sin señales de su regla, sus niveles de estrés se dispararon. Se sintió aliviada de que Nick y ella hubieran dejado de verse durante una semana. Nada de llamadas ni de mensajes ni de correos electrónicos. No tendrían ningún contacto hasta el martes siguiente cuando fuera a buscarla después del trabajo a eso de las siete.
La última vez que se habían visto, Nick había dicho que necesitaban tiempo para pensar, lo cual era cierto.
Estaba más enamorada de él que nunca, tanto, que estaba reconsiderando aceptar su oferta de ser su novia sin reparar en las consecuencias. Había estado a punto de decírselo antes de que se fuera y lo habría hecho si no le hubiera dicho que había cambiado de opinión respecto a mantenerla como su abogada.
–No te preocupes por encontrar una sustituta inmediatamente –había añadido–. Eso puede esperar.
Había sido un buen recordatorio de que nada había cambiado en Nick.
Cualquier ilusión sobre que sus sentimientos se hubieran intensificado, se desvaneció.
Así que le había venido bien aquel tiempo para pensar acerca de lo que iba a hacer cuando lo viera el martes siguiente.
El viernes, Miley seguía sin tener la regla. Era un gran alivio no tener contacto con Nick porque podía haberle preguntado sobre ello. De esa manera, no tenía que explicar nada. Solo Dios sabía cómo se lo tomaría.
Quizá pensara que le había mentido y que su intención era atraparlo con un embarazo. ¡Como si fuera capaz de eso!
Pero tampoco podía negar su alegría si, por las vueltas de la vida, había concebido un hijo de Nick.
Pero la alegría le duró poco al caer en la cuenta de que eso supondría el final de su relación con Nick. Porque si no le interesaba el amor ni el matrimonio, mucho menos le interesaría la paternidad.
Aquella noche incluso rezó para que le viniera la regla. Pero sus plegarias no fueron escuchadas. El martes por la mañana no pudo dejar de llorar. Estaba tan nerviosa, que llamó al trabajo para decir que no iría.
Varias veces descolgó el teléfono para llamar a Nick y decirle que no quería que fuese esa noche. Todas las veces acabó colgando de nuevo.
Desesperada, acabó aceptando que el amor debilitaba. Y ella que había pensado que había dejado de ser una víctima…
Miley paró toda la tarde pensando qué le diría a Nick, decidida a no dejarle pasar. Incluso empezó a pensar en que quizá después de todo él no fuera. Pero apareció, muy guapo con traje y corbata. Su determinación se quebró cuando le sonrió.
–Te he echado mucho de menos –dijo atrayéndola hacia sus brazos.
No rechazó su beso, diciéndose que aquel era un beso de despedida. Pero por dentro estaba derritiéndose.
–Lo siento, Nick –dijo cuando por fin la soltó–. Tienes que parar. Tengo la regla.
–¿Todavía?
Lo miró a los ojos y vio sorpresa en lugar de escepticismo.
–No, me ha bajado hoy.
–Pero dijiste…
–Sé lo que dije –dijo rápidamente, adivinando sus pensamientos–. No sé qué pasó. Estaba tan preocupada por el retraso que ayer fui al médico y me dijo que a veces la ovulación se retrasa por estrés. Me preguntó si había pasado algo en mi vida y le conté el accidente de mi abuela. Me dijo que ese podía ser el motivo. De todas formas, me dijo que era muy pronto para hacerme una prueba de embarazo y que no era imposible que hubiera concebido. ¡Imagínate cómo me
sentí en aquel momento!
–No lo sé. ¿Cómo te sentiste?
Aquello la hizo enfadar más que la expresión fría de sus ojos. Volvió a sentir el nerviosismo de la semana anterior.
–¿Cómo crees que me sentí? no pensarás que quería un bebé, ¿verdad?
Tendría que estar loca para querer eso. Ya tengo suficiente con tener una aventura con un hombre que lo único que me ofrece es su cuerpo como para acabar embarazada. ¡Creo que me habría tirado por el puente del puerto!
–No hablas en serio.
–Claro que sí –replicó sin poder evitar perder los estribos–. ¿Qué mujer decente querría un hijo tuyo? Serías un padre desastroso. ¡Eres el hombre más egoísta y egocéntrico que conozco! Incluso Mario era mejor hombre que tú. ¡Y ya es decir!
Nick se quedó mirándola durante largos segundos antes de asentir
lentamente.
–Ni yo mismo podía haberlo dicho mejor.
Miley reparó en lo que acababa de decir y se avergonzó. No tenía derecho a hacerle daño de aquella manera. Como le había dicho a Demi, había consentido en mantener aquella relación. Además, el hecho de que Nick no quiera casarse ni tener una familia, no lo convertía en una mala persona. Tenía todo el derecho a vivir su vida como quisiera y había sido muy sincero con ella en ese aspecto.
Pero ya era demasiado tarde. Ya había dicho aquellas palabras y no podía retirarlas. Quería lanzarse en sus brazos y suplicarle que le perdonara. En vez de eso, cerró los puños.
–Discúlpame si no me he portado bien –dijo él–.
Nunca he pretendido hacerte daño. Creo que eres una mujer increíble y algún día encontrarás a tu hombre ideal. Por favor, dile a tu familia que siento que las cosas no hayan funcionado entre nosotros y que les deseo lo mejor, especialmente a tu abuela.
Al oír que mencionaba a su abuela, Miley sintió que sus emociones
entraban en un terreno peligroso.
–Nick, yo…
–No, Miley –dijo cortándola– . Ya has dicho suficiente. Dejémoslo estar. Adiós, Rambo –añadió al ver aparecer al gato–. Cuida a tu dueña por mí. Y dándose media vuelta, se fue.
Miley se quedó en el umbral de la puerta, con la mirada clavada en el camino. Esta vez dejó que sus lágrimas corrieran por sus mejillas.
El sonido de su teléfono sonando la obligó a volver a la cocina.
Seguramente sería una llamada de publicidad, pensó. Suspiró y se sonó la nariz
antes de contestar.
–¿Dígame?
–Oh, Miley. Oh, querida…
Al instante adivinó lo que había pasado. Hasta hacía unos segundos había pensado que no podía ocurrir nada peor.
Pero no había pensado en eso.
La vida era cruel, pensó desesperada.
–¿Qué ha pasado? –preguntó–. Supongo que un ataque al corazón.
–Sí, eso creemos. Jane se había ido a dormir después de comer como de costumbre. Fui a despertarla a las cinco y estaba inconsciente. Llamamos a la ambulancia, pero no pudimos hacer nada. Ya había fallecido cuando llegaron. No sufrió, Miley. Se la veía tan tranquila. Parecía incluso feliz.
–Eso está bien –consiguió decir Miley.
–Nunca pensé que su marcha me afectaría tanto, pero no puedo dejar de llorar –dijo su tía sollozando.
Miley sabía cómo se sentía.
–Luego te llamo, tía Cynthia. No puedo seguir hablando ahora.
Después de colgar, se sentó en el suelo, se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar.
Irresistibly Charming cap.26
Por desgracia, Miley no dio con una excusa que le gustara. Estaba
demasiado alterada por lo que iba a pasar por la noche. Alterada y excitada.
No pudo dejar de pensar en el sexo en todo el día y cuando Nick llamó a su puerta poco después de las siete, se le había olvidado el asunto de buscar a otro abogado. Lo único en lo que podía pensar era en estar con él. Nada más mirarlo a los ojos, supo que él se sentía de la misma manera.
Se fueron al dormitorio, pero no a la cama. Nick estuvo a punto de
olvidarse de nuevo de ponerse un preservativo. Fue ella la que se lo recordó justo a tiempo. Aquella interrupción les dio la oportunidad de recuperar el aliento y pasar del suelo de madera a la cama. Incluso fueron capaces de quitarse la ropa antes de que una pasión incontrolable los poseyera.
Miley se corrió nada más ser penetrada por Nick, que alcanzó el orgasmo enseguida. Después de que su cuerpo terminara de estremecerse, se dejó caer sobre ella.
–No puedo seguir así.
–¿Seguir cómo?
–Deseando todo el día estar contigo. He estado a punto de volverme loco esta tarde.
–Oh…
–¿Es eso todo lo que tienes que decir?
–No sé qué quieres que diga.
–Dime que sientes lo mismo, que pondrás fin a esta tontería y accederás a ser mi novia. Podremos comer juntos y tener citas. Los fines de semana nos iremos de viaje.
De nuevo, se sintió tentada de decir que sí. Pero seguía queriéndola solo por sexo. En ningún momento le propondría matrimonio. Así que decidió decir lo único que sabía que lo detendría.
–Si me convierto en tu novia, estoy segura de que voy a enamorarme de ti.
Nick no daba crédito a las locas ideas que se le cruzaron por la cabeza. Le daba igual que Miley se enamorase si con ello podía pasar más tiempo con ella.
Nick se apartó y se quedó mirando el techo y preguntándose qué
demonios podía hacer. No le gustaba lo posesivo que se estaba volviendo. Eso le preocupaba.
Miley no podía creer lo vacía que se sentía después de que saliera de su cuerpo. Vacía y sola. Aunque estaba tumbado a su lado, parecía estar lejos.
Odiaba aquella sensación.
–Lo siento –dijo ella de pronto, sin saber my bien por qué se estaba
disculpando.
Nick giró la cabeza para mirarla.
–¿Por qué? ¿Por ser sincera? Me gusta la gente sincera. Y me gustas tú, y mucho.
–Tú también me gustas –dijo ahogando las palabras, al darse cuenta de que eran toda una declaración.
Porque no solo le gustaba, sino que lo amaba. No era solo la idea de no volver a acostarse con él lo que la asustaba, sino el hecho de no volver a verlo.
Fue una sensación escalofriante. Miley giró rápidamente la cabeza para evitar que su rostro revelara la verdad.
–Dudo mucho que te enamoraras de mí –dijo él en aquel irónico
momento– . Por cierto, ¿cómo le explicaste a tu jefe que no ibas a seguir siendo mi abogada?
Miley carraspeó.
–Todavía no se lo he dicho.
–Entonces, no se lo digas.
Miley lo miró.
–¿Por qué no?
–No quiero otro abogado. Te quiero a ti.
–¿Y qué pasa con tu norma de no acostarte con gente del trabajo?
Él se encogió de hombros.
–Las normas están para saltárselas.
Su indiferencia la preocupó, sobre todo después del lío que había montado.
–Puedes saltarte tu norma, pero no tengo intención de saltarme la mía.
Eres mi cliente y no tengo relaciones con mis clientes.
Nick posó su fría mirada en ella.
–Pero no tienes una relación conmigo, Miley. Solo tienes sexo conmigo. Por cierto, entiendo que esta noche tampoco quieres poner fin a lo nuestro, ¿verdad? Seguro que quieres que vuelva mañana por la noche, ¿no?
Miley apretó los labios. Estaba intentando provocarla y no estaba dispuesta a que lo consiguiera.
–Como tú quieras, Nick. No puedo obligarte a venir.
–Pero quieres que lo haga.
Desafiante, Miley alzó la barbilla.
–Sí.
–En ese caso, volveré mañana por la noche. Pero después, sugiero que nos tomemos una semana de descanso. Eso evitará que acabemos encariñándonos.
Miley deseó odiarlo en aquel momento.
–¿Y nuestra reunión de los viernes?
–Los contratos pueden esperar una semana más.
Las cosas van lentas en este momento. Y ahora, tengo que ir al baño. Por ahora, te agradecería que sacaras esa botella de vino blanco que he visto en tu nevera. Me vendría bien una copa.
–Iba a abrirla en la cena.
–Cielo santo –dijo en tono burlón, mientras atravesaba la habitación– . ¡También va a darme de comer! Qué tipo tan afortunado soy.
En aquel momento lo odió. Pero no tanto como Nick se odió a sí mismo.
Se quedó mirándose al espejo. ¿Qué derecho tenía a decirle cosas tan desagradables como aquella?
«Si no estás de acuerdo con la relación estrictamente sexual que Miley quiere, entonces sal de su vida. Sé sincero y no un hipócrita. Todo es cuestión de orgullo. Lo que de verdad quieres es quedarte».
Cuando Nick terminó de lavarse las manos, había decidido dejar de ser un estúpido y darle a Miley lo que quería. Pero lo cierto era que quería hacerle el amor.
Nick sacudió la cabeza a su imagen del espejo. Daba igual que hubiera propuesto separarse unos días. Ya sentía algo. También había cambiado de idea respecto a que continuara siendo su abogada. Al día siguiente se lo diría.
The Last Nigh Cap. 17
Danielle estaba al límite de sus fuerzas. Su deseo por Kevin era tan intenso que no pudo pegar ojo en toda la noche. Sin embargo, sabía que no tenían ningún futuro como pareja y que hacer el amor con
él, a la larga, sólo le causaría sufrimiento. Su lado racional lo comprendía. Pero su corazón y su cuerpo pensaban otra cosa diferente. Quería tener sexo con su esposo, ¿acaso era algo tan raro? Se moría por dormir con Kevin. Él sabía cómo excitarla y
cómo satisfacer sus deseos más íntimos. Pero lo triste era que, una vez que hiciera lo que quería, su matrimonio se habría terminado.
Cuando sonó su móvil, Danielle miró el número y titubeó antes de responder.
–Hola, Kevin.
–Me curaste anoche.
–Me… alegro.
–¿Qué te parece si dejas que te devuelva el favor?
¿Cenamos juntos mañana por la noche? Te prometo ser mejor compañía que ayer. Incluso me afeitaré.
Danielle rió. Se frotó el rostro, donde tenía la piel un poco irritada por haberse rozado con la barba de él la noche anterior. Los recuerdos de aquellos momentos la invadieron. Meneó la cabeza y se dijo que debía inventarse alguna excusa y rechazar su
invitación.
Era lo mejor, pensó.
Abrió la boca para decir que no pero se sorprendió a sí misma diciendo lo contrario.
–Me encantaría.
Cerró los ojos. ¿Por qué le resultaba Kevin tan irresistible? ¿Acaso había cambiado? ¿Podía confiar en él? Nada de eso importaba, de todos modos.
En menos de una semana ella se habría ido, con los papeles del divorcio firmados debajo del brazo.
Después de quedar con él, colgó el teléfono, furiosa consigo misma. Poco después sonó su móvil y respondió a la primera, contenta de recibir una llamada de Selena.
–Hola, Danielle. Soy Selena.
–Selena, me alegro mucho de que llames.
–¿Te apetece ir a comer y de compras esta tarde?
–Me encantaría –repuso Danielle. Necesitaba pasar un día con una buena amiga para aclarar un poco sus pensamientos.
–Estoy en la ciudad, así que te recogeré e iremos a Somerset. ¿Puedes estar lista en media hora?
–Sí –afirmó Danielle, deseando salir–. Te esperaré abajo.
Después de colgar, Danielle se puso unos pantalones marrones y una blusa sin mangas de color crema.
Eligió unos zapatos cómodos de cuero marrón y se recogió el cabello en un moño francés. Agarró un bolso a juego y salió de su habitación.
Alicia llegó en su coche justo cuando Danielle salía del Cuatro Estaciones. El portero le deseó un buen día y ella salió, decidida a sacarse a Kevin de la cabeza durante las próximas cuatro horas.
Disfrutó del paisaje mientras dejaban atrás la bulliciosa ciudad para dirigirse a las zonas residenciales. Somerset, en el corazón del condado de Maverick, era un pueblo pequeño y hermoso construido
al noreste de Houston. En los viejos tiempos, a ella le había encantado vivir allí, en una modesta casita, con Kevin. Algunas veces, cuando estaba en Dallas, recordaba su hogar, cuando veía una tela parecida a la de las cortinas de su antigua cocina o
percibía un olor a menta que la transportaba al caminito de piedra que conducía a su puerta principal, bordeado por esa hierba. Entonces, solía suspirar, preguntándose cómo era posible que su
vida hubiera cambiado tanto. Siempre la invadía un sentimiento de nostalgia, pero se apresuraba a dejarlo atrás.
Mientras Selena conducía, Danielle se fijó en una señal
luminosa colocada a las puertas del Instituto de Maverick, que anunciaba con letras parpadeantes amarillas el primer baile del nuevo semestre.
–He oído que esos bailes de la noche del viernes son algo salvaje. Joe y Nick no dejaban de hablar de ellos todo el rato. Apuesto a que me ocultaron todos los líos en que se metían en aquellos
tiempos.
Selena se encogió de hombros.
–No sabría decirte. No iba a muchos bailes.
–¿No?
–No, yo… no tenía ganas de… –repuso Selena, meneando la cabeza.
–¿Bailar? Selena, estoy segura de que bailas muy bien.
–Me gusta bailar –señaló Selena con cautela–. Pero Jake no quería que fuera a esos bailes. Él pensaba que la gente nos miraba por encima del hombro –explicó y miró a su amiga. Queriendo excusar a su hermano, añadió–: Jake es muy orgulloso.
Danielle recordó lo protector que era Jacob Montoya con su hermana pequeña, lo sabía por anécdotas que había oído en las conversaciones de Kevin y sus amigos. Alicia era una joven tímida y Jake había hecho todo lo que había podido para protegerla.
Danielle seguía sin poder creer que Jake hubiera tenido nada que ver con el incendio de Petróleos Brody, aunque era posible que estuviera resentido con los hombres que habían tenido más que él
cuando habían sido más jóvenes. Jake provenía de una clase social más baja, incluso había trabajado como guarda en el Club de Ganaderos de Texas.
Sin embargo, en el presente era tan rico y poderoso como Kevin y sus amigos. Era posible que Jake odiara a los Brody, pero ella se negaba a creer que fuera un delincuente.
–Tu hermano y tú estáis muy unidos.
–Sí. Y tengo que recordarle todo el tiempo que ya no soy una niña.
–A veces, los hombres no son capaces de ver lo que tienen delante de las narices –opinó Danielle.
–Es verdad –repuso sonriendo.
Se sentaron a comer en la terraza de un pequeño restaurante en la calle principal de Somerset.
Las sillas eran de hierro forjado y las mesas tenían mosaicos de piedra al estilo español, cubiertas por sombrillas. Después de ojear el menú, Danielle se dio cuenta de que casi todos los platos eran típicos de la cocina del suroeste del país, lo que le pareció excelente.
Estaba de humor para comer algo picante.
A Danielle le encantaba comer al aire libre los días cálidos y no tenía muchas oportunidades de hacerlo en Dallas. Habitualmente, comía en su despacho en la escuela de baile, mientras repasaba las
cuentas o comprobaba los progresos de sus alumnas viendo algún vídeo grabado en clase.
–Este sitio es muy agradable –comentó.
–Es nuevo. Pensé que te gustaría.
Las dos amigas estuvieron un minuto en silencio,
leyendo el menú, hasta que llegó el camarero
y les ofreció los platos del día. Danielle y Selena pidieron
ambas ensalada picante con chile chipotle y margaritas de fresa.
Los margaritas llegaron primero. Danielle levantó su vaso para bridar.
–Por las amigas –dijo Danielle con una sonrisa.
–Por las amigas –repitió Selene y chocaron los vasos antes de darle un trago a sus cócteles.
Danielle le habló de la escuela de baile y le explicó cómo su experiencia en gimnasia y en danza le había dado la idea cuando Kevin y ella habían roto.
Admitió que había tenido que hacer algo con su vida. Entonces, había estado deprimida y con el corazón roto. Al volcarse en el trabajo y al ver el progreso que había hecho en unos pocos años, se había sentido mucho mejor.
–Y he vuelto por unos días.
Selena la miró con curiosidad. Danielle nunca le había
explicado por qué había vuelto y Selena había sido demasiado educada como para preguntar, pero ella entendía que su amiga quisiera saberlo.
Si estuviera en su lugar, a ella le pasaría lo mismo.
–He estado viendo a Kevin –explicó Danielle.
Sin embargo, Danielle no estaba dispuesta a admitir que la razón por la que lo había estado viendo era que él le había hecho chantaje. Tocar el tema la llenaría de amargura, pensó, y le dio otro trago a su margarita para quitarse el mal sabor de boca.
–Estamos arreglando diferencias, más o menos.
–¿Estáis saliendo?
–Bueno –dijo Danielle y respiró hondo–. Eso creo.
Hemos salido juntos unas cuantas veces.
Selena la observó con atención y Danielle tuvo deseos de confesarse con ella. Necesitaba hablar con alguien.
Su madre estaba fuera de cuestión y ninguna de sus amigas de Dallas comprendería que saliera con Kevin, estando tan decidida a divorciarse de él.
–Por cierto, vamos a salir a cenar mañana –añadió Danielle–. Y va a llevarme a la fiesta de boda.
El camarero llevó los platos a la mesa y Danielle aprovechó para dejar el tema. Las dos comenzaron con sus ensaladas.
–Cuéntame, ¿cómo es que estás trabajando en
un museo? –quiso saber Danielle. Selena le había mencionado
que era comisaria de exposiciones en el Museo de Historia Natural de Somerset.
–Me encanta la Historia –repuso Selena y se encogió de hombros, sonriendo–. Es un museo pequeño, pero me gusta levantarme por la mañana e ir a trabajar. Esta zona tiene mucha historia.
Danielle se dio cuenta de que a su amiga le brillaban los ojos cuando hablaba de su empleo.
–Parece que te resulta un trabajo muy satisfactorio –comentó Danielle.
–Sí, me siento muy afortunada.
En ese momento, Danielle también se sentía afortunada.
La dulzura de Selena le recordaba a todas las cosas buenas que tenía en la vida.
Entonces, una imagen de Kevin se coló en sus pensamientos. Cada día estaban más unidos. ¿Acaso era él una de las cosas buenas que había en su vida?
El resto de la tarde, Danielle concentró su atención en ir de compras. Caminó por las calles con su amiga y entraron en una librería de libros antiguos, en una tienda de cerámica llena de platos y jarrones pintados a mano y en una galería de arte. Mientras
paseaban, compartiendo anécdotas, recordó por qué siempre le había gustado tanto Selena. Era fácil estar con ella y su conversación fluía con mucha naturalidad.
Su última parada fue en Dulces Pequeñeces, la tienda de lencería de Taylor Huntington.
–Vas a ver qué lencería tan preciosa tienen aquí –dijo Selena.
En cuanto entró en la tienda más nueva de Somerset, Danielle vio con sus propios ojos a qué se refería Selena. La ropa interior de encaje, satén y seda, en una variedad de tonos pastel, estaba expuesta en toda la tienda. Ella la admiró toda, fijándose en los
exquisitos tejidos que colgaban de las perchas de satén.
También había perfumes exóticos, expuestos en estanterías de espejo. Y un área para sentarse, con un sofá y sillas alrededor de una mesa dispuesta con un delicado juego de café y té para tomarse
un pequeño respiro entre compra y compra.
–Qué agradable –comentó Danielle.
Una mujer pelirroja con el cabello recogido en un moño se acercó. Sus ojos verdes mostraron gran amabilidad cuando las saludó.
–Hola y bienvenidas a Dulces Pequeñeces –dijo la mujer y miró a Selena , ladeando un poco la cabeza–. Tú eres la hermana de Jacob Montoya, ¿no es así?
–Sí, Jake es mi hermano. Soy Selena. Había venido unas cuantas veces a tu tienda, pero no sabía si me habías reconocido. Tú eres Taylor Huntington, ¿no?
Todo el mundo en el Club de Ganaderos de Texas conocía el apellido Huntington, por supuesto.
Su padre, Sebastian Huntington, era uno de los miembros más ancianos del club y era muy famoso, aunque no demasiado popular, según recordaba Danielle.
La expresión de Taylor se ensombreció un momento y asintió.
–Sí. Siento lo de la muerte de tu madre. Carmen era una mujer encantadora.
Emocionada, a Selena le brillaron los ojos. Danielle percibió que había algo entre las dos mujeres, una historia desagradable tal vez.
–¿Puedo ayudaros en algo? –se ofreció Taylor, mirando a ambas–. ¿O preferís echar un vistazo vosotras solas?
–Primero miraremos –dijo –. Tienes una tienda preciosa. Quiero verlo todo.
–Gracias –replicó Taylor, sonriendo–. Avisadme si necesitáis ayuda.
Taylor volvió detrás del mostrador para continuar con sus tareas y Danielle y Selena entraron hasta el fondo de la tienda.
–Mira esto –dijo Selena, acercándose a un expositor.
Por su actitud, Selena parecía estar indicando que no quería hablar de su relación con Taylor, pensó Danielle. Sacó una percha que sostenía un diminuto salto de cama de dos piezas de color rosa,
adornado con un lazo negro.
–Oh, te quedaría genial, con la piel morena que tienes –observó Danielle.
Selena soltó una risita.
–¿Y dónde iba a ponérmelo? O, mejor dicho, ¿para quién?
–¿No hay nadie especial en tu vida, Selena? –preguntó Danielle, en voz baja.
–No –contestó Selena–. Últimamente, me pregunto si alguna vez estaré con alguien con quien ponerme estas cosas tan exquisitas.
–¿Por qué no te lo pones para ti misma? Mímate un poco.
Selena lanzó un último vistazo al salto de cama antes de colgarlo de nuevo en su sitio.
–Algún día, tal vez.
Sin embargo, Selena no pudo ocultar la melancolía
en su voz. Miró a Danielle.
–¿Por qué no eliges tú algo para tu cita con Kevin?
Danielle sonrió y miró a su alrededor en la tienda, posando la mirada en un colgador con toda clase de saltos de cama de encaje negros. Tenía deseos de volver loco a Kevin con un numerito erótico que ninguno de los dos pudiera olvidar.
–Eso pretendo, y tú vas a ayudarme a encontrar
el adecuado. Vamos a ver allí.
Selena la siguió. Danielle descolgó un atuendo de su gusto y deslizó los dedos por dentro para hacerse una idea de cómo el fino y delicado tejido dejaría al descubierto más piel de la que cubriría.
–¿Qué te parece?
–Inolvidable –dijo Selena con ojos brillantes.
Danielle sonrió. Era perfecto.
–Yo también lo creo.
Selena suspiró y dijo con melancolía:
–Estás radiante. Debe de ser bonito estar tan enamorada.
¿Amor?
A Danielle le dio un brinco el corazón y le subió la temperatura de golpe al darse cuenta de que estaba enamorada de Kevin Novak. De nuevo. Quizá nunca hubiera dejado de amarlo. Y la noche que
se pusiera aquella prenda iba a ser la última que pasaría con él como su esposa antes de firmar el divorcio que llevaban retrasando cuatro años.
Hasta ese momento, Danielle no se había dado cuenta de que quería estar con él.
Billionaire's contract engagement Cap.3
Al llegar a casa de su padre, Demi vio con alivio que el Mercedes de Niall estaba aparcado junto al pick-up de su padre. Dejó su BMW negro al otro lado de la camioneta y sonrió al ver los dos
coches de lujo flanqueando el viejo y destartalado vehículo que formaba parte de la historia familiar.
Salió del coche y oyó el rugido de otro motor acercándose. Era Liam, y Demi se llevó una gran sorpresa al ver a Harry en el asiento del pasajero.
—¡Harry! —exclamó, y echó a correr hacia él.
Él sonrió y la tomó en sus brazos para levantarla en el aire, igual que llevaba haciendo desde que Demi tenía cinco años.
—¿Por qué a mí nunca me saludas de esa manera? —protestó Liam.
—Cuánto me alegro de verte —susurró ella con vehemencia.
Los grandes brazos de su hermano la apretaron en un abrazo que la dejó sin aire. Harry siempre daba unos abrazos de oso.
—Yo también me alegro de verte, Demi. Te he echado de menos. Hacía mucho que no venías a casa...
Ella volvió a poner los pies en el suelo y apartó brevemente la mirada.
—Eh, nada de angustiarse por el pasado —la reprendió Harry, poniéndole la mano en la barbilla para que volviera a mirarlo—. De lo contrario, tus hermanos irán a Nueva York en el próximo vuelo a partirle la cara a tu jefe anterior.
—Hola, hola —exclamó Liam, agitando una mano entre ellos—. Os recuerdo que yo también estoy.
Demi miró fijamente a Harry y le dedicó una sonrisa de agradecimiento. Sus hermanos podían tener defectos, como ser excesivamente protectores y pensar que el único papel de Demi en la vida era estar siempre bonita y dejar que ellos la ayudaran en todo. Pero, benditos fueran, su lealtad era inquebrantable y Demi los adoraba por ello.
Finalmente se volvió hacia Liam.
—A ti te vi hace dos semanas, mientras que a Harry hace un siglo que no lo veo —volvió la vista hacia Harry—. Y me pregunto por qué...
Él puso una mueca arrepentida.
—Lo siento. En esta época del año estoy muy ocupado.
Ella asintió. Harry tenía una próspera empresa de diseño paisajístico, y en primavera se le acumulaba el trabajo. Rara vez se dejaba ver hasta otoño, cuando el negocio empezaba a decrecer.
Liam rodeó los hombros de Demi con un brazo y le dio un cariñoso beso en la mejilla.
—Veo que el señor Béisbol también está aquí... Supongo que habrá un descanso antes del comienzo de la temporada.
—¿Vais a ir al partido inaugural? —les preguntó Demi.
—No me lo perdería por nada del mundo —respondió Harry.
—En ese caso, tengo que pediros un favor.
Los dos hermanos la miraron con curiosidad.
—Voy a traer a un cliente, y me gustaría mantener mi relación con Niall en secreto.
Se preparó para recibir más preguntas, pero, extrañamente, no le hicieron ninguna, de modo que ella tampoco ofreció más información al respecto.
—Muy bien. No hay problema —dijo Harry.
—¿Vais a quedaros ahí fuera todo el día o pensáis entrar a comer? —la voz de su padre rugió desde el porche y todos se volvieron rápidamente hacia él. Estaba apoyado en el marco de la puerta y su impaciencia era evidente.
—Será mejor que entremos antes de que empiece a proferir amenazas —propuso Demi con una sonrisa.
Harry le revolvió el pelo y la agarró por el cuello en una llave de lucha libre para arrastrarla hacia la puerta. Al llegar al porche, Demi se zafó, riendo, y abrazó a su padre, quien la apretó entre
sus brazos y le dio un beso en la cabeza.
—¿Dónde está Niall? —preguntó ella.
—Donde siempre. Viendo el béisbol.
Demi dejó a su padre y a sus hermanos y entró en la casa donde se había criado. En el salón se encontró a Niall despatarrado en la butaca, con el mando a distancia en la mano, viendo resúmenes de partidos de béisbol.
—Hola —lo saludó.
Él levantó la mirada y se levantó con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. Demi se apretó contra él y le palpó dramáticamente las costillas.
—¿No te dan bien de comer en los entrenamientos?
Niall se echó a reír.
Sabes que lo único que hago es comer...
Ella miró hacia la puerta para asegurarse de que estaban solos y bajó la voz.
—¿Vas a quedarte después de comer o tienes que ir a algún sitio?
—Hoy no. ¿Por qué lo preguntas?
—Tengo que hablar contigo de algo importante. Es un favor que quiero pedirte, y prefiero no hacerlo delante de todos.
Su hermano frunció el ceño.
—¿Va todo bien, Dems? ¿Te has metido en problemas? ¿Tengo que matar a alguien?
Demi hizo girar los ojos.
—Eres demasiado valioso para ir a la cárcel... Pero no, no estoy metida en ningún problema, en serio. Sólo quiero comentarte algo que podría ser muy beneficioso para ambos.
—Muy bien, si quieres mantener el misterio, supongo que puedo esperar a que me lo cuentes. ¿Quieres que hablemos en tu casa? Te invitaría a la mía, pero la asistenta se marchó la semana
pasada y está un poco... desordenada. Tienes comida, ¿verdad?
Demi sacudió la cabeza con resignación.
—Sí, tengo comida, y sí, podemos ir a mi casa. Por amor de Dios, Noah, ¿tan difícil te resulta cuidar de ti mismo? Y si no puedes hacerlo, ¿qué te impide buscar a otra asistenta?
—Digamos que estoy en la lista negra de casi todas las empresas de limpieza... —admitió él—. Tengo que encontrar alguna donde aún no hayan oído hablar de mí.
—Me compadezco de la mujer que se case contigo. Le espera un infierno doméstico.
—Eso no ocurrirá, así que no te preocupes por ello.
—Lo que tú digas...
Los demás entraron en el salón y Niall le apretó, ligeramente el brazo a Demi, indicándole que hablarían más tarde.
—Comeremos dentro de quince minutos —anunció su padre.
A Demi se le hizo la boca agua. No sabía lo que había preparado su padre, pero no importaba.
Era un genio de la cocina y siempre se superaba a sí mismo.
La comida fue tan deliciosa y bulliciosa como siempre. Sus hermanos no dejaban de provocarse y bromear mientras su padre los contemplaba con indulgencia. Demi había echado terriblemente
de menos el ambiente familiar cuando estaba en Nueva York, y aunque las circunstancias que la habían obligado a volver a casa no podían ser más deprimentes, se alegraba de estar otra vez con
los suyos... aunque fueran una panda de cavernícolas.
Después de la comida, todos empezaron a discutir sobre el canal de televisión que debían sintonizar. Niall no veía otra cosa que los programas de deportes, a Liam le gustaba cualquier cosa donde hubiera explosiones, y el pasatiempo favorito de Harry era atormentar a sus hermanos obligándolos a ver programas de jardinería.
Demi se acomodó en el sofá a disfrutar de las sensaciones hogareñas. Su padre se sentó junto a ella y sacudió la cabeza ante las bromas de sus hijos.
Todos ellos habían querido que se quedara en casa y así poder protegerla del mundo. Demi no era una mujer vanidosa, pero sabía que los hombres la encontraban atractiva, y precisamente su
aspecto había sido la causa de casi todos sus problemas. Su padre y sus hermanos sólo la veían como una chica preciosa y delicada y por tanto no la animaron a estudiar ni trabajar, y mucho menos a que se dedicara a una profesión tan exigente como era la publicidad.
Pero ella, ignorando todas las objeciones, fue a la universidad y posteriormente aceptó un empleo en Nueva York. Al cabo de un par de años estaba sólidamente asentada en una prestigiosa
empresa de publicidad y su ascenso era imparable... hasta que todo se derrumbó como un castillo de naipes.
Volvió al presente al ver cómo Harry se levantaba del sillón.
—¿Ya te marchas?
—Sí —la levantó del sofá para abrazarla—. Tengo que revisar un trabajo. Te veré en el partido inaugural.
—Claro —lo besó en la mejilla y le dio una palmadita en el hombro, antes de girarse hacia Liam—. Supongo que tú también te irás, ya que lo has traído en tu coche.
—Así es. Tengo una cita y debo prepararme.
A nadie le sorprendió la noticia.
—Os acompaño a la puerta —dijo ella—. Yo también tengo que irme... He de preparar un informe.
Su padre puso una mueca de disgusto y Demi se preparó para recibir otro sermón sobre lo mucho que trabajaba siempre. No dejaba de resultar una opinión irónica, teniendo en cuenta que
Harry era el que más trabajaba de todos los hermanos y sin embargo nadie se lo echaba nunca en cara.
Pero, sorprendentemente, su padre permaneció callado. Se levantó del sofá para abrazarla y le ordenó con voz gruñona que se asegurara de descansar lo suficiente.
Salieron todos al porche y su padre les recordó la comida del próximo domingo. Demi se despidió de Harry y de Liam antes de subirse al coche y alejarse a toda prisa. Niall llegaría a su casa poco después que ella, y tenía que cerciorarse de que la despensa contara con las provisiones suficientes para sobrevivir al saqueo de su hermano.
Acababa de constatar que no tenía comida en casa, lamentándose por no haber ido a la compra, cuando sonó el timbre de la puerta. Unos segundos más tarde, Niall entraba en su apartamento y ella lo recibía con una sonrisa.
—Conozco esa sonrisa —dijo él en tono suspicaz—. Es la sonrisa de alguien que me ha traído hasta aquí con un falso pretexto. No tienes comida en casa, ¿verdad?
—Pues.... No. Pero he pedido una pizza.
—Te perdono, pero me niego a hablar de nada hasta que la hayan traído.
Ella se echó a reír y le dio un manotazo en el brazo.
—Si no tuviera un favor que pedirte, te haría que la pagaras tú.
Niall se puso serio. —¿De qué se trata?
—Oh, no, no. No voy a pedirte nada con el estómago vacío... aunque no hace ni tres horas desde que has comido.
Él protestó con un gruñido, pero no dijo nada. Su estómago era demasiado importante. Agarró el mando a distancia y encendió la televisión para ver los deportes.
La pizza no tardó en llegar, gracias al servicio de entrega que había en la esquina de la manzana.
Su delicioso olor impregnó el apartamento e incluso a Demi se le abrió el apetito, a pesar de haber comido en casa de su padre.
Dejó la caja en la mesita, frente a Niall, sin molestarse en llevar platos. Pronto estuvieron los dos comiendo, él a grandes bocados y ella, deleitándose con pequeños mordiscos.
—Bueno —dijo él con la boca llena—. ¿Qué favor es ése?
—Tengo un cliente... Bueno, en realidad aún no es cliente. Joe Reese.
Niall dejó de masticar.
—¿El tipo que vende ropa deportiva?
—El mismo. Acaba de despedir a sus publicistas y tiene que contratar otra agencia. Quiero que sea para Maddox Communications.
—Me parece muy bien. ¿Y qué pinto yo en todo esto?
—Quiero que vistas su nueva colección de ropa.
Niall parpadeó con asombro, frunció el ceño y dejó la porción de pizza en la caja. Demi esperó en silencio a que le dijera que no y le expusiera sus motivos, que ella conocía tan bien. Pero Niall
se limito a mirarla fijamente, como si intentara leer sus pensamientos.
No le preguntaría por qué había pensado en él. Niall era una estrella del béisbol y todas las agencias lo codiciaban precisamente porque se negaba a prestar su imagen para promocionar ningún producto.
—Es importante para ti —murmuró él. No era una pregunta.
Ella asintió.
—Joe podría ser nuestro mejor cliente. Mi jefe confía en mí para conseguirlo. No me malinterpretes... Voy a conseguirlo con o sin tu ayuda, pero contigo sería mucho más fácil.
Además, tú también sacarías grandes beneficios. Reese pagaría una fortuna por tener a alguien como tú en su campaña publicitaria.
Niall dejó escapar un profundo suspiro.
—Ojalá dejaras este trabajo de una vez. Sabes muy bien que no tienes ninguna necesidad de trabajar ni de demostrar lo que vales, Dems. Y mucho menos a tu familia. Harry, Liam y yo
ganamos más que suficiente para mantenerte. A papá le haría muy feliz que no tuvieras un empleo tan estresante. Está convencido de que, a este paso, tendrás una úlcera antes de cumplir los treinta.
—Ya tengo treinta —le recordó ella con una sonrisa, lo que le ganó una mirada de impaciencia por parte de su hermano—. Dime, Niall, ¿acaso dejarías tú el béisbol porque tus hermanos pudieran mantenerte? Sabes que lo harían.
Niall arrugó el gesto.
—No es lo mismo.
—Ya, ya... Eres un hombre y yo una mujer —dijo ella con una mueca de disgusto—. Te quiero mucho, Niall. Eres el mejor hermano que una chica podría tener. Pero eres un machista de
cuidado.
Él respondió con un bufido, sin rebatir la acusación, y volvió a adoptar una expresión pensativa.
—Supongo que habrás investigado a ese hombre y a su empresa.
Demi asintió. A simple vista Niall podía parecer un tipo superficial al que sólo le interesaban los coches y las mujeres. Pero bajo aquella fachada se escondía un hombre con una sólida conciencia
social.
Muchos lo consideraban un excéntrico o un idiota por rechazar los contratos millonarios que le ofrecían las compañías publicitarias, cuando lo único que tenía que hacer era prestar su nombre e
imagen para promocionar algún producto. Pero la verdad era que Niall investigaba a fondo a todas las empresas que intentaban contratarlo, y hasta el momento ninguna había pasado su
examen crítico.
—Mándame toda la información por e-mail y le echaré un vistazo. Si no encuentro nada raro, estaré dispuesto a escuchar su oferta.
Ella se inclinó hacia él y lo besó en la mejilla.
—Gracias, Niall. Eres el mejor.
—Supongo que no querrás agradecérmelo limpiando mi apartamento, ¿verdad?
—Antes renunciaría a mi trabajo y dejaría que tú y Harry me mantuvierais —dijo ella, agarrando el trozo de pizza.
—No tienes por qué ser tan dura —se quejó él.
—Pobrecito... ¡Oh, por cierto! Tengo otro favor que pedirte.
Niall la miró con ojos entornados.
—¿Acabas de negarte a limpiar mi casa, además de insultarme, y tienes el descaro de pedirme otro favor?
—¿Qué tal si te busco otra asistenta? Así los dos estaríamos contentos.
Niall la miró con aquella expresión de cordero degollado con la que seguramente derretiría a muchas mujeres. Por suerte, ella era su hermana e inmune a sus encantos.
—Está bien. Búscame a alguien que se atreva a limpiar mi casa y yo te haré ese otro favor, sea cual sea.
—Vaya, qué disposición... y ni siquiera sabes de qué se trata.
—Eso es para que veas lo desesperado que estoy —murmuró él.
Ella se echó a reír.
—Lo único que necesito son dos entradas para el partido inaugural. Quiero llevar a Joe.
—¿Alguna vez te ha dicho alguien lo cara que resultas?
—Eh, espera, espera... Hace un momento estabas dispuesto a mantenerme si dejaba mi trabajo. ¿En qué quedamos?
Noah se puso muy serio.
—Sólo estoy preocupado por ti, Demi. Lo de Nueva York nunca habría pasado si...
Ella levantó una mano para interrumpirlo.
—No quiero hablar de eso.
—Lo siento —se disculpó él, arrepentido—. Asunto olvidado.
Demi se obligó a tranquilizarse y sonreír.
—¿De verdad le echarás un vistazo a la información que he recogido? Te gustará Reese, ya lo verás. Es un auténtico boy scout y sus empleados lo adoran. Ofrece un plan de seguro médico
excelente, nunca ha despedido a nadie y su negocio no depende de la explotación infantil en el extranjero. ¿Qué más? Contribuye regularmente con generosas donaciones a media docena de
obras benéficas y...
Niall levantó las dos manos en un gesto de rendición.
—Vale, vale, ya veo que es todo un santo. Imposible que el resto de mortales podamos estar a su altura.
—Deja el sarcasmo, ¿quieres?
Niall miró la hora y se levantó con un suspiro.
—Siento tener que irme tan pronto, sobre todo sin haber acabado la pizza, pero... alguien está hablando demasiado. Mándame la información por e-mail y le echaré un vistazo. Y tendrás las
entradas en taquilla.
—Siempre has sido mi hermano favorito —le dijo ella con afecto.
Él le dio un beso en la cabeza y se estiró perezosamente.
—Te llamaré cuando lo haya leído todo.
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