Aquel sonido, al que Miley estaba tan poco acostumbrada a oír proviniendo de él, la fascinó, y sin darse cuenta se quedó mirándolo. Ella no era precisamente baja, pero Nick la superaba, y no sólo en altura, sino que también era robusto, como un jugador de rugby.
—¿Te gusta lo que ves? —inquirió él con insolencia.
— Estaba pensando que Selena me había dicho que aunque hace años que vivís en Canadá, tú naciste en Australia —improvisó—. ¿Es cierto?
—Así es —asintió él—. Mi madre es canadiense, y cuando heredó de mi abuelo el rancho que tenemos, dejamos Australia. Selena no había nacido todavía, y después, cuando ella aún era pequeña, yo pasaba la mayor parte del año viajando con nuestro padre de nuestra propiedad en Australia a la de Calgari, así que durante bastante tiempo mi madre y mi hermana fueron casi unas extrañas para mí.
—Tú tampoco pones demasiado de tu parte para que la gente se acerque a ti —apuntó Miley sin poder reprimirse.
Habían llegado junto al edificio del comedor, y Nick se detuvo al lado de la puerta y se volvió hacia ella con una ceja enarcada.
—¿Cuánto quieres acercarte exactamente... a mi billetera? —inquirió sarcástico.
Miley le lanzó una mirada furibunda.
—No me interesa tu dinero ni el de nadie —le espetó con altivez, tirando de su mano bruscamente, y logrando liberarse al fin—. Tengo todo lo que necesito.
—¿De veras? —contestó Nick—. Entonces, ¿por qué vives con tu tía?, ¿Por qué tiene que mantenerte?
Con lo que ganaba con su trabajo, Miley tenía bastante no sólo para pagarse la universidad, sino también para permitirse un modesto alquiler, pero no le veía el sentido cuando pasaba nueve meses en la residencia del campus, y prefería ahorrar ese dinero.
—Piensa lo que quieras —masculló—. Es lo que harás, diga lo que diga. No sabes nada de mí.
Nick bajó la vista a los suaves labios de la joven.
—Sé que bajo esa belleza exterior y ese orgullo, puedes ser un auténtico volcán cuando ansias los besos de un hombre.
Miey notó que le ardían las mejillas, y sintió nuevos deseos de abofetearlo cuando, con un gesto burlón, él le abrió la puerta y la sostuvo para que pasara. Entró sin dignarse a mirarlo, como si no existiera y observó con alivio que Selena estaba allí esperándolos, sentada sola en una mesa.
INCREÍBLEMENTE, el desayuno fue muy agradable. Era una de las pocas veces que Miley recordaba haber pasado más de diez minutos en compañía de Nick sin que éste la pinchara constantemente. Le daba la impresión de que, de algún modo, la conversación que acababan de tener había obrado un cambio en la tempestuosa relación que tenían.
— Bueno, entonces, ¿cuánto tardaréis en hacer las maletas? —les preguntó él, mientras apuraba su segunda taza de café.
En la mesa contigua, un grupito de chicas le lanzaban miradas, cuchicheaban entre sí y prorrumpían en risitas.
—En cuanto pueda, para poder tomar el primer vuelo que salga para Nueva York —se apresuró a decir Miley .
Nick la observó, y pudo leer una expresión inequívoca de pánico en su rostro.
—Tú y yo resolveremos nuestras diferencias este verano —le dijo en un tono que hizo que sintiera un cosquilleo en el estómago—. Selena quiere que vengas, y no hay razón para que le niegues tu compañía.
A Miley le preocupaba dónde pudiera conducirles el resolver sus diferencias. Los hombres la intimidaban bastante, y más aún Nick. Además, había ciertas heridas que no quería que se reabrieran.
—Es imposible... —farfulló—. La agencia tendrá varios trabajos para mí este verano y...
— Seguro que podrás tomarte unas vacaciones — apuntó él—. Además, selena me ha dicho que durante estos últimos meses también has tenido un trabajo nocturno. No te vendrían mal unos días de descanso... siempre y cuando no te pases el día haciéndome ojitos.
Miley advirtió el tono guasón en su voz, y cuando alzó la vista lo encontró sonriendo. Ella misma no pudo evitar esbozar también una sonrisa, y aquello acentuó de tal modo la belleza de su rostro, que Nick se quedó mirándola hasta que ella bajó los ojos, avergonzada.
—Además, ¿dónde vas a ir si no? —Añadió él, retomando su tono cínico, como si se hubiera arrepentido de su amabilidad—, ¿con esa tía tuya ninfómana, o a pasar el verano tú sola a ese enorme y solitario apartamento?
—Hace media hora no te habría importado si te hubiera dicho que iba a pasarlo en la jaula de los osos en el zoo —le recordó Miley irritada por el hecho de que arremetiera otra vez contra su tía.
No es que ella le tuviera mucho cariño, pero Nick no tenía derecho a juzgar las vidas de los demás como le gustaba hacer.
—Por favor, Miley, ven al rancho, no le hagas caso a mi hermano —le rogó Selena interviniendo—. Si te tengo a ti de carabina, Nick me dejará perseguir a Taylor por el rancho todo lo que quiera —apuntó riéndose.
—¿Taylor? —Repitió su hermano, frunciendo el ceño—. ¿No te referirás por casualidad a mi capataz, verdad?
Selena pestañeó y le lanzó una mirada coqueta.
—Es que me interesa mucho la ganadería —murmuró con fingida inocencia.
—Pues no te intereses demasiado por Taylor — le advirtió Nick —. Tengo mejores planes para ti.
—¿Siempre tienes que andar dirigiendo la vida a los demás? —le espetó Miley, desafiante.
Nick la miró fijamente.
—Ten cuidado, no vaya a querer dirigir la tuya —farfulló.
Miley sonrió divertida ante la fanfarrona amenaza.
—¿Por qué ibas a querer hacerlo? No soy más que una huérfana sin contactos, criada en el seno de una familia pobre, y que trabaja en el sórdido mundo de la moda —le recordó.
Nick le lanzó una mirada furibunda, pero las dos jóvenes prorrumpieron en risas.
— ¡Oh, calllensen! —Gruñó él, poniéndose de pie—. Tengo que hacer un par de cosas antes de irnos. Vallan haciendo las maletas. Volveré dentro de un par de horas para recogerlas, así que más vale que estéis listas.
Horas después estaban camino de Calgary, en el aeroplano de Nick.
—Estoy deseando que conozcas a Taylor —le dijo Selena a su amiga—. Mi hermano lo contrató hace un par de meses.
—Debe ser un tipo muy especial para que estés tan entusiasmada —contestó Miley, riéndose suavemente.
Selena suspiró.
—Oh, lo es. Tiene los ojos castaños, el cabello negro y el cuerpo de una estrella de cine. Ya verás, Miley, te va a encantar... bueno, aunque espero que no te guste demasiado —añadió medio en broma—. No creo que pudiera competir contigo, eres mil veces más guapa que yo.
—No digas bobadas —replicó su amiga—, pero si eres preciosa...
—Y tú una aduladora, pero aun así eres mi mejor amiga —contestó Selena riéndose. Se recostó en el asiento, repentinamente seria—. Siento lo de esta mañana, Miley —murmuró—. Nick no debió decir las cosas que dijo. No he pasado tanta vergüenza en toda mi vida. Quería que me tragara la tierra.
Miley se encogió de hombros.
—Nick y yo somos viejos enemigos —le recordó—. No sé por qué me odia tanto, pero es así.
—La verdad es que yo tampoco lo entiendo... — murmuró su amiga—, sobre todo porque mi hermano es la clase de persona que se lleva tan bien con todo el mundo. Tiene esa vena arrogante, claro está, pero en el fondo es un pedazo de pan. Y un trabajador incansable también: desde que papá murió se ha esforzado al máximo por mantener la productividad del rancho. Si no fuera por él no sé dónde estaríamos ahora mi madre y yo. Por eso no comprendo que se meta contigo, cuando tú también eres una luchadora nata, como él. La hostilidad que emanaba hacia ti... ¡Y cuando te siguió fuera...! No podía creérmelo, la verdad.
—Pues ya somos dos —respondió Miley —. Casi le di un bofetón.
— ¿En serio? —Exclamó su amiga entusiasmada, con los ojos como platos—. ¿Y qué hizo él?
Miley se sonrojó. Sería un duro golpe para su amor propio confesar que había parado el golpe y que la había obligado a ir de su mano hasta el comedor.
—Lo... esquivó —mintió. Selena se rió encantada.
— ¡Imagínate, tú plantándole la cara a mi hermano mayor! Hasta ahora nunca te habías atrevido a hacerlo. Y cuando éramos adolescentes y se metía contigo, lo que hacías era echarte a llorar y salir corriendo. Y luego él se sentía como un canalla y lo pagaba gritándoles a los peones —recordó riéndose—. Casi resultaba gracioso. Los hombres se ponían nerviosos en cuanto ponías un pie en el rancho.
Miley se removió incómoda en su asiento.
—Lo sé. A decir verdad, he estado rechazando tus últimas invitaciones para evitar a tu hermano, y en Semana Santa no me habría dejado convencer si no hubiera sido porque tenía a un conocido de mi tía persiguiéndome. Es un hombre insufrible, no acepta un no por respuesta. A mi tía le hace gracia, pero a mí me pone de los nervios.
— Ya veo —murmuró su amiga—. Miley —le dijo al cabo de unos instantes de silencio—, nunca me dijiste que ocurrió en Semana Santa entre Nick y tú. ¿Qué pasó?
—Pues... que le eché encima un cubo de estiercol— farfulló.
Una verdad a medias era lo único que podía darle.
Selena abrió los ojos como platos.
— ¡Me estás tomando el pelo! —exclamó incrédula.
Miley bajó la vista a su regazo.
—Bueno, fue sólo por un pequeño... em... desacuerdo —continuó improvisando—. ¡Oh, fíjate! — exclamó mirando por la ventanilla—. Ya debemos estar sobrevolando Alberta. ¡Mira esa llanura!
Selena echó un vistazo por encima del hombro de su amiga.
—Podría ser —murmuró. Miró su reloj de pulsera—, pero no hace tanto que salimos. Debe ser Saskatchewan. Le preguntaré a mi hermano —dijo poniéndose de pie.
Los ojos de Miley siguieron a su amiga hasta que desapareció tras la puerta de la cabina, y al volver el rostro hacia la ventanilla los recuerdos de aquel día de Semana Santa...
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