Por la mañana, al despertar, vio que Selena estaba todavía dormida y decidió salir sola a dar un paseo a caballo por el rancho. Así pues, se había duchado y vestido, y había corrido al establo a pedirle a Happy, el amable anciano que se encargaba de adiestrar a los caballos, y que la había enseñado a montar al negarse Nick a hacerlo, que le ensillara uno.
Sin embargo, cuando llegó al establo, Happy no estaba allí, y en cambio fue con Nick con quien se topó. Nada más verlo, supo que habría problemas. Cuando algo lo irritaba, ladeaba la cabeza y entornaba un ojo de un modo característico, pero ella, que se había puesto a la defensiva automáticamente, no advirtió aquellos signos de peligro.
Cuando Nick se enteró de por qué estaba allí, le dijo que volviera a la casa.
—Sé montar —protestó ella—. Happy me ha enseñado.
—Me importa un bledo —gruñó él—. Mis hombres han visto huellas de osos en el perímetro del rancho esta primavera, así que no voy a permitir que te vayas por ahí sola.
Ella sintió que la invadía un profundo odio hacia él, un odio alimentado por el hecho de que él parecía no haberse dado cuenta siquiera de que en los últimos días estaba cuidando más su apariencia. Desde el primer momento se había sentido atraída por Nick, y se le había ocurrido que, tal vez, si lograra que él se fijara en ella, se mostraría un poco más amable. Una idea ciertamente absurda.
— ¡No me dan miedo los osos! —casi le gritó.
—Pues deberían dártelo —masculló Nick, mirándola de arriba abajo—. No tienes idea de lo que las zarpas y los dientes de un oso pueden hacerle a ese cuerpo joven y perfecto.
Ella se había quedado paralizada por sus palabras. Cuando al fin había conseguido su atención, reaccionaba como una colegiala asustada.
Se apartó de él, y aquello pareció irritarlo.
—No te hagas la chica recatada conmigo. Probablemente sabes más de sexo que yo, así que, ¿por qué fingir? Dime, ¿con cuántos hombres te has acostado?
Aquello había colmado su paciencia. Había un cubo lleno de estiercol sobre un barril a su lado, y lo agarró con intención de arrojarle su contenido a la cara, pero Nick fue más rápido. La agarró de las muñecas, sujetándoselas tras su espalda, y la atrajo hacia sí.
—Eso... —gruñó—, ha sido una estupidez. ¿Qué es lo que quieres demostrar?, ¿Que no te gusta lo que eres?
— ¡Tú no sabes lo que soy! —le gritó ella, dolida, mirándolo con aprehensión.
—¿Ah, no?
Las fuertes manos de Nick la atrajeron más hacia sí, y sus blandos senos quedaron aplastados contra el fornido pecho.
— Últimamente no has estado comportándote precisamente como una chica tímida —le dijo en un tono sensual que despertó nuevas sensaciones en su tenso cuerpo—: con esos vestidos entallados y escote en uve, lanzándome miraditas cada vez que nos cruzábamos... — le soltó las muñecas y sus manos se deslizaron por debajo del dobladillo de la blusa que llevaba puesta, tocando la suave piel de su espalda. Aquella caricia era increíblemente gentil, pero a la vez abrasadora—. Acércate más —murmuró, mirándola a los ojos.
Sus piernas lo obedecieron sin saber qué hacían, y sintió un excitante cosquilleo al frotar sus senos contra el tórax masculino, aun a través de la ropa que los separaba. Las expertas manos de Nick estaban haciendo estragos en ella mientras recorrían su piel de satén y bajaban hasta sus caderas, apretándola más contra sí.
—Quiero besarte, Miley —susurró inclinándose, de modo que su aliento acarició los labios temblorosos de ella—. Y tú quieres que lo haga, ¿no es verdad? Lo has deseado durante días, meses, años... has sido consciente de esta atracción desde el día en que nos conocimos — su boca se acercó unos milímetros más a la de ella, de un modo tentador, mientras seguía acariciándole la espalda, logrando que se derritiera en sus brazos como un cubito de hielo—. Quieres sentir mis manos por todo tu cuerpo, ¿no es verdad, Miley ? —murmuró, inclinando la cabeza unos centímetros más, atormentándola al mover los labios mientras hablaba.
—Nick ... —gimió ella, poniéndose de puntillas en un intento por alcanzar los tentadores labios a unos milímetros sobre los suyos.
Nick levantó la cabeza lo justo para negarle el contacto, pero sus manos acariciaron insolentes las nalgas femeninas.
—¿Quieres que te bese, Miley ? —inquirió con una sonrisa burlona.
— Sí... —le rogó ella, olvidando su orgullo—. Sí, por favor...
Cualquier cosa, habría accedido a cualquier cosa con tal que la besara, para que se hiciera realidad ese sueño que la tenía obsesionada desde hacía años.
—¿Hasta qué punto lo quieres? —insistió Nick , inclinándose para tirar suavemente de su labio superior, tomándolo entre los suyos—. ¿Sientes que estás ardiendo por dentro?
—Sí —jadeó ella con los ojos entrecerrados y las rodillas tan débiles que le parecía que iban a doblarse—, oh, sí... por favor... por favor, Nick ... —casi sollozó.
Él levantó la cabeza de nuevo, la miró a los ojos, y de pronto la soltó, apartándose de ella y dándole la espalda, de modo que no pudiera ver cómo tenía que esforzarse por controlar el deseo. Cuando se giró de nuevo, no había emoción alguna en su rostro.
—Tal vez por tu cumpleaños —le dijo con una arrogancia pasmosa—. O por Navidad. Pero no ahora, cariño. Soy un hombre ocupado.
Soltó una áspera risotada, y ella se quedó allí de pie desolada como un viejo caserón en ruinas.
—No eres humano —balbució—. Tú. , tú... Eres tan frío como un...
— Sólo con las mujeres que me dejan indiferente —la interrumpió Nick —. Dios, te entregarías incluso a un hombre al que odias... —masculló con desprecio—. ¡Hasta ese punto lo necesitas...!
Y ella lo observó alejarse con su orgullo hecho añicos.
Desde ese día se había jurado que se arrojaría por un acantilado antes que volver a humillarse de ese modo. Lo había evitado con éxito durante el resto de las vacaciones de Semana Santa, y cuando se subió al avión que las llevaría a Selena y a ella de vuelta a Connecticut, ni siquiera lo había mirado.